Pável Granados
Escribo sobre Ray Bradbury porque fue para mí una de las primeras grandes impresiones de la literatura. El final de Crónicas marcianas, una obra situada en un “futuro poético”, por llamarle de algún modo a una serie de cuentos que no mantienen relación de causa entre sí. Cada uno de ellos es una derivación posible del momento en que la Tierra establece contacto con Marte. Pero las derivaciones que intuye Bradbury no son posibles. Bueno, el solo contacto con Marte es ya parte de un sueño imposible, que se aleja conforme el hombre acerca su ojo a la superficie del planeta rojo. Eso se debe a que la ciencia generalmente tiene como efecto causar desilusión ante el universo. Y los rostros sorprendidos se van entristeciendo, de tal manera que sólo nos queda la dudosa felicidad de maravillarnos ante la realidad. También es plausible maravillarse de la actitud de los hombres ante la realidad. Es el caso de una Sociedad Científica del Porfiriato que, según relata el poeta Jesús E. Valenzuela, en sus memorias, resolvió el problema de la existencia de la vida en Marte por medio de votación. Antonio Caso, en su libro Sociología (1927), resuelve así el tema de la vida en Marte: “Averiguar cuál sea la naturaleza de la fauna y la flora en Marte, no nos es dable aún; pero sí sabemos que, en el planeta cercano, la vida se halla en un periodo de extinción muy progresivo con respecto a la vida terrestre.”
Ciertamente, la imaginación potencia los fenómenos. La Luna fue acercando su órbita a los deseos humanos. Marte gravitó peligrosamente ante la historia del hombre, y su más notable irrupción es la que imaginó H.G. Wells. Algo que a su vez gravita sobre mí es la idea fija de que la literatura fantástica y la ciencia ficción tienen como tema central la naturaleza del hombre. En El hombre invisible importa menos el tema científico que la maldad inherente al hombre que se descubre poseedor de la impunidad que le da la invisibilidad. Es cierto que Verne da más peso en su obra a la viabilidad de sus imaginaciones, aún así en muchos casos son empresas llevadas al cabo por la ambición y el egoísmo. La ciencia ficción, la literatura fantástica, la literatura de horror –incluso la literatura acerca de los zombies–, me parece en gran medida una serie de órbitas narrativas que tienen como centro la esencia del hombre. El hombre que viaja en su máquina del tiempo para descubrir que el hombre tiene una naturaleza inmutable, que se encuentra por encima de los progresos tecnológicos. En esta elaboración mental que yo mismo me fabrico para resumir mi afición a esta literatura, encuentro una sensación de horror ante el hombre, puesto que generalmente se trata de una metaforización de la vida actual: una especie de eternización del capitalismo. La conclusión es que: la ciencia no sirve para mejorar al hombre. Pues como decía arriba, la ciencia parece tener como fin la desilusión.
Y a Ray Bradbury no se le puede clasificar fácilmente, ya que no hay “anticipación” científica, como lo piensa Borges. Hay una poetización del futuro (me refiero sólo a Crónicas marcianas, pues la narrativa de este autor pasa ágilmente por diversos géneros y temas), pero no un ejercicio de anticipación. Pienso en la particularidad de este autor, en sus recursos y en sus efectos. Ya que muchas veces, sus intenciones son marcadamente poéticas: la construcción de un efecto estético, los momentos que privilegian los estados de ánimo. Bradbury centra su atención en el corazón del hombre –con la carga moralizante que esto pueda implicar–. Sus personajes buscan doblemente, pues pretenden conocer Marte, pero buscan también dentro de sí una especie de verdad. Los marcianos son una especie de metáfora huidiza, que se transforma a lo largo del libro. Metáfora, he dicho, ya que en la literatura todo elemento cumple este papel. Borges escribe sobre Bradbury (¡y creo que él era el último autor vivo al que había prologado Borges!): “Hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo ‘fantástico’ o a lo ‘real’, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión a Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte”. Sí, se entrecomilla fantástico y se entrecomilla real, puesto que son dos aspectos de una misma realidad en el interior de la obra. Y los marcianos continúan huyendo, son etéreos, se extravían al igual que los humanos. En una de estas “crónicas” son incluso humanos: son los hombres que mueren en la tierra y que aparecen, de pronto, en Marte. El planeta rojo es el Más Allá. Y ellos, los muertos (los marcianos), qué otra cosa pueden hacer más que aceptar una nueva oportunidad. Los terrícolas (los vivos) se sobrecogen de encontrar en Marte el trasmundo. Ya con la muerte, se colonizará Marte. Pero más sobrecogedor me parece el último capítulo del libro, en donde una familia –los últimos sobrevivientes de la Tierra–, emigran a Marte, el cual se encuentra igualmente devastado y sin habitantes. Navegan entonces, por los ríos marcianos, viendo ciudades y dándose el lujo de elegir una ciudad para regalársela a sí mismos y comenzar una nueva vida. Las fogatas las hacen quemando los libros de la Tierra. Porque tienen que destruir su propio mundo y comenzar uno distinto en Marte. ¿Y los marcianos? Los miembros de esta familia miran en el agua: su reflejo. Se miran. Los terrestres miran su reflejo. Y los marcianos devuelven la mirada. Ya que “Yo soy el otro”, ya que se diluye la frontera entre el vencedor y el vencido, la búsqueda literaria de Bradbury gira en torno del misterio del otro (ajeno a la Tierra) y concluye con la conversión el humano en el Otro (en marciano). La pregunta, aparentemente volando en la lejanía, pretendiendo conceptualizar a los marcianos, de pronto cae clavada en el centro profundo del Yo: los nuevos marcianos, los antiguos terrícolas que colonizarán un nuevo planeta, deberán de resolver su pregunta sobre el Otro en sus propios corazones. Borges se refiere a esta experiencia fundamental sin importar el revestimiento de real o fantástico. Yo sólo he vuelto a este libro para revivir una intensa emoción, capturarla e intentar apresarla en palabras.



