Tras doce años de desatinos
Las elecciones no resuelven por sí solas el problema,
aunque son el paso previo y necesario para su solución.
Adolfo Suárez
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
El próximo domingo 1 de julio México será escenario de una de las más complejas jornadas electorales en su historia, de cuyo proceso y resultado dependerá el derrotero que el país determine para su futuro inmediato.
En ese contexto, y con pleno respeto a las libertades individuales y de conciencia de los mexicanos, reafirmo mi convicción de exhortar al ejercicio de un voto razonado y laico, en franca oposición a quienes pretenden orientar e iluminar conciencias sufragantes.
Lo que antaño era un mecánico ejercicio de emisión de voto y ratificación en las urnas del “ungido”, hoy se perfila como un proceso toral para la vida misma de la república, sujeta a doce años de despropósitos y desatinos, cuyo más dramático resultado es haber sumido al país en una guerra no convencional, cuyos estragos han hecho padecer a la nación una de las etapas más dolorosas de su historia.
Los lamentables saldos de los gobiernos del cambio son el empobrecimiento de la mayoría de la población y su sometimiento a la sistemática violencia criminal provocada por la ocurrencia de asumir —sin preparación ni meditación alguna— la guerra contra la delincuencia organizada declarada por Estados Unidos como un objetivo nacional, escondiendo tras esta trascendental decisión una estrategia de fortalecimiento de la dudosa e inescrupulosa legitimidad de Felipe Calderón al frente del país.
Inmerso en una política belicista contraria al espíritu pacifista del Estado mexicano, Calderón pretendió imponerse y acotar a sus adversarios, en tanto la simulación y corrupción carcomían —con su anuencia activa u omisa— el entramado gubernamental con el mismo dinamismo con el que estos lastres se fortalecieron a consecuencia del fraude de 1988 y de la instauración del neoliberalismo como doctrina del nuevo PRI que gestó Carlos Salinas de Gortari, y que ahora defiende y representa Enrique Peña Nieto.
Tanto la impronta belicosa que acusa la campaña de Josefina Vázquez Mota, como la huella neoliberal, de simulación y corrupción que refleja la presencia mediática de Peña Nieto, han alentado a muchos mexicanos a asumirse como promotores del cambio verdadero y defensores de la urgente regeneración de la república que proponen los candidatos del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador y Miguel Angel Mancera.
Los largos años de trabajo del tabasqueño, de su contacto con las comunidades y de su acreditada constancia y congruencia han revolucionado conciencias a favor de su causa y la de las excepcionales mujeres y hombres que le acompañarán, como miembros de su gabinete, si el voto mayoritario le beneficia.
En el caso del doctor Mancera es innegable que a sus atributos profesionales se han sumado la buena educación, la prudencia y —como señaló la escritora Elena Poniatowska al referirse al candidato— el prestigio de haber cruzado por los sótanos del poder sin mancharse el plumaje, en clara alusión a su paso al frente de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
Este primer domingo de julio, los mexicanos debemos participar activamente en la jornada electoral, emitiendo nuestro voto, propiciando la tranquilidad, exigiendo la limpieza de los comicios, y teniendo muy presente lo que el principal artífice de la transición democrática española, don Adolfo Suárez, afirmó en la histórica jornada electoral del 14 de junio de 1977, en las que consideró el proceso como paso previo y necesario para la solución de los problemas nacionales, que en nuestro caso son cuestiones de independencia y restauración de la paz, como principios rectores del Estado mexicano.

