Los tiempos están cambiando
Raúl Jiménez Vázquez
Amicus Plato, sed magis amica veritas (soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad); así reza un antiguo proverbio aristotélico que junto con los adagios veritas liberati vos (la verdad os hará libres) y veritas semper loquitur (la verdad siempre habla) ponen en perspectiva la enorme trascendencia que reviste este valor esencial para el desarrollo de la vida individual y colectiva.
Efectivamente la verdad libera, la verdad siempre habla con suma elocuencia, la verdad siempre conquista; sin ella las relaciones humanas se tornarían en simples mascaradas, despliegues gesticulatorios de trágicos juegos de espejos en los que se proyectan las imágenes de seres humanos sumergidos en grotescas botargas.
De hecho, el proceso de crecimiento tanto de las personas como de las sociedades se detona a partir del áspero, duro y a veces tremendamente doloroso encuentro con la verdad, pues, además de su hondo significado ético, tiene propiedades eminentemente terapéuticas; sólo mirándola de frente y sin miedo alguno es posible lograr el autoconocimiento, la identificación de las genuinas fortalezas y debilidades, la disipación de los sueños de opio, el abandono del ponzoñoso pensamiento mágico y el contacto con las más recónditas fuentes existenciales de las que se han nutrido las más excelsas aspiraciones del espíritu humano.
La verdad a su vez está indisolublemente unida a la dignidad, renunciar a la primera conlleva la erosión de la segunda, sobre todo cuando nos colocamos consciente y deliberadamente en el peor de los engaños: el autoengaño. Su mejor ejemplificación proviene de aquel viejo cuento que refiere que un borrachito estaba buscando algo afanosamente bajo un farol, se acerca un policía y le pregunta qué ha perdido y el hombre responde: “mi llave”; ahora son dos los que la buscan hasta que, al fin, el policía le pregunta si está seguro de haber perdido la llave precisamente en ese lugar y el interfecto responde: “no, aquí no, sino detrás, pero allí está demasiado obscuro”.
La verdad puede ser adulterada de muchas maneras. En el libro de Sara Sefchovich, México, país de mentiras se alude a 33 de ellas y de tal sumario destacan por su importancia la descalificación, no dar información, decir verdades a medias, dar versiones diferentes, guardar silencio, no ver ni oír, usar un doble discurso, diluir responsabilidades, manipular imágenes y apostar al olvido; ahí mismo también se detalla que la mentira genera desconfianza, falta de respeto, desmemoria, desinterés, doble moral, corrupción, ausencia de liderazgos y desesperanza.
Lo anterior permite comprender la relevancia del papel que juega la verdad dentro de la gobernabilidad democrática y el porqué en el plano del derecho internacional ha alcanzado la categoría de derecho humano expresamente reconocido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los casos Ivcher Bronstein, Bámaca Velásquez y Suárez Rosero, entre tantos otros, y por el Conjunto de Principios de la ONU para la protección y la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la impunidad. En la Ley General de Víctimas se hizo eco de esta realidad jurídica y en su articulado se consagró el derecho a la verdad.
Descorrer el velo de la verdad y transformar el dolor y la violencia en justicia y memoria histórica es una exigencia de crecientes magnitudes. En ese sentido son dignos de encomio los esfuerzos llevados a cabo por Raúl Alvarez Garín, Félix Hernández Gamundi, Ana Ignacia Rodríguez, Carolina Verduzco, Margarita Castillo y otros destacados activistas aglutinados en el Comité 68; así como la incesante lucha emprendida por las madres de los más quinientos desaparecidos que acarreó la llamada guerra sucia, las víctimas de las nefandas matanzas de Acteal, Aguas Blancas y otras más, y los familiares de los más de sesenta mil muertos y los más de diez mil desaparecidos producto de la guerra antinarco.
Saber qué ha sucedido y qué está pasando en nuestro país es parte de los empeños de algunas instancias internacionales como el Tribunal Permanente de los Pueblos, el Grupo de Trabajo de la ONU sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias, el Comité de Naciones Unidas de los Derechos del Niño, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Organización Internacional del Trabajo.
Este mismo afán, hacer efectivo el derecho humano a la verdad, es el que está impulsando a los jóvenes que dieron forma al movimiento Yo soy 132, quienes se han mostrado visiblemente hastiados de los juegos de poder y la manipulación del duopolio televisivo.
Se han quitado la venda de los ojos y quieren ser arquitectos de su propio destino, no comparsas de una coreografía distópica calcada del libro 1984, la conocida obra de George Orwell, ni partes infames de la trama de Walden Two, texto del psicólogo norteamericano Frederic Skinner.
Emulando el título de la célebre canción de Bob Dylan The times they are a changing, es indudable que los tiempos están cambiando y que los prevalecientes en el aquí y ahora son más que propicios para empezar a desterrar la nefasta cultura de la mentira.
