La casa habitada por genios
María Eugenia Merino
Como en los buenos cuentos, había una vez una vieja casona habitada por genios…
Pero no fue sólo una casa: fue también un libro y, ahora, una exitosa obra musical de teatro. ¿Qué la hace famosa y merecedora de un libro y una obra teatral? Y ¿por qué digo que estaba habitada por genios?
La historia de February House comienza en 1940…
George Davis, novelista y editor de Harper’s Bazaar —famoso, entre otras cosas, por llevar la literatura “seria” a las revistas femeninas, creando así una tradición literaria en Estados Unidos—, acababa de comprar a Carson McCullers los derechos de publicación de su novela Reflections In a Golden Eye, y juntos trabajaban en su oficina todas las mañanas. Iniciaron una entrañable amistad, y Davis conocía bien los problemas matrimoniales por los que Carson atravesaba; un día le contó que había soñado que vivían juntos en una casa en Brooklyn Heights. No era una propuesta romántica; la idea era, en realidad, formar una comunidad de artistas que pudieran tener un lugar donde dedicarse a la creación de sus obras, donde escribir, componer, pintar… sin interrupciones, un poco al estilo de Yaddo o Bread Loaf, pero sin el patrocinio de una organización que les impusiera compromisos y restricciones.
En su autobiografía Illumination and Night Glare, Carson recuerda que al día siguiente la invitó a recorrer Brooklyn para buscar “la casa de sus sueños”. La encontraron en el número 7 de Middagh Street: era una vieja mansión estilo victoriano, de las llamadas brownstones, de tres pisos, un ático y un sótano, con un conjunto de ventanas tipo tudor, que destacaba de todas las demás de la cuadra.
La alquilaron de inmediato… y el sueño de Davis comenzó a hacerse realidad.
Entusiasmados, se agregaron Wystan Hugh Auden —tal vez el poeta inglés más destacado de su generación, y el más influyente desde T. S. Eliot— y su joven amante y musa Chester Kallman, con quien escribiera varios libretos de ópera; Benjamin Britten, compositor líder, inglés también, y su pareja de toda la vida, el tenor Peter Pears; Paul Bowles, quizá más conocido por nosotros como novelista, autor de The Sheltering Sky (El cielo protector), pero también sobresaliente compositor, y su esposa Jane Bowles, también escritora de cuentos y novelas.
Para completar el grupo fundador, se unió a ellos Gypsy Rose Lee, la excéntrica bailarina de burlesque, la reina del striptease, que también escribió obras de teatro y un par de novelas de misterio, la más exitosa The G-String Murders —que fue llevada al cine con Barbara Stanwick en el papel estelar—, siempre bajo la tutela del propio George Davis, empeñado en hacer de ella una buena novelista.
Carson y Rose Lee hicieron buenas migas; Gypsy no era una mujer vulgar ni una desnudista cualquiera, por el contrario, en sus presentaciones se hizo famosa por sus stripteases “dialogados”, donde ocultaba más de lo que descubría. Era culta, simpática y afectuosa, justo el tipo de amiga que Carson necesitaba.
La comuna artística había echado pues, sus raíces en February House, llamada así por Anaïs Nin, porque los cumpleaños de varios de sus “distinguidos huéspedes” se celebraban en ese mes.
Al principio, no todo fue miel sobre hojuelas, como suele decirse: la casa necesitaba reparaciones, muchas de las cuales hicieron ellos mismos pues no había suficiente dinero. Rose Lee ayudó con la decoración llevando mobiliario estilo victoriano de su propiedad y cuadros de pintores muy famosos que “personalmente” le habían regalado. Tuvieron que hacerse de una rutina y una disciplina para el uso del baño y los horarios de las comidas, que pocas veces pudieron seguirse porque las veladas literario musicales se prolongaban hasta muy entrada la madrugada, y la casa amanecía hecha un caos.
Muchos fueron los visitantes famosos que recibió February House. Asiduos fueron Klauss, Golo y Erika Mann, hijos del gran Thomas Mann; Salvador Dalí y su esposa Gala, Aaron Copland, George Balanchine y muchos más, tantos, que había una lista de espera para poder ocupar una habitación. Se había convertido en “el más grande salón artístico de la década”.
Denis de Rougemont dijo que “todo lo nuevo en Estados Unidos en música, pintura o coreografía emanó de esa casa, el único centro del arte y el pensamiento […] en el país”.
Ahí escribió Britten su Simphony da Requiem, su gran ópera Peter Grimes y Paul Banyon, ésta en colaboración con Auden; y este último, los que quizá fueran sus mejores poemas, The Dark Years, If I Could Tell You… Carson McCullers “agonizaba sobre los párrafos iniciales” de The Member of the Wedding y The Ballad of the Sad Café.
Carson encontró en Middagh Street el grupo de amigos y la vida que siempre había deseado, y “un santuario para ellos y otros que por razones financieras, políticas o de cualquier otra índole tenían dificultades para centrarse en su propio trabajo”. Casi todos venían “huyendo” de algo: Carson de un mal matrimonio, Auden y Britten de la situación terrible que la guerra impuso en Europa, la familia de Thomas Mann de los horrores del nazismo…
Y ahí, en esa casa de genios encontraron a sus pares, almas gemelas, un refugio para las amenazas y hostilidades de un mundo en crisis. Todos ellos grandes artistas que, al final del día, se sentían solos. Seres humanos, pues.
Sherill Tippins recoge la historia y las anécdotas en February House (Houghton Mifflin Co., 2005), y también asesora la puesta en escena de lo que se ha llamado “el nuevo musical muy literario”, del mismo nombre, que en este momento se presenta en el Public Theater en Nueva York, el feudo del legendario Joseph Pappe, promotor también del programa Shakespeare in the Park.
Pasaron muchos años en que February House parecía haber quedado en el olvido y haberse convertido sólo en una leyenda; alguien me aseguró que aún existía. Cuando viví en Nueva York para hacer mi investigación sobre Carson, y siguiendo sus pasos por los lugares donde había residido, me armé de un buen mapa y de valor para vencer mi vértigo y atravesé caminando el Puente de Brooklyn; ubiqué Middagh Street y de ahí, arriba y abajo buscando el número 7, hasta el Promenade que da al East River y los muelles.
Esto sucedió en 2001 —y el libro de Tippins se publicó en 2005—. Cuando lo leí, me confirmó lo que no necesitaba de confirmación, pues sólo encontré un solar, un triángulo de césped rodeado de una cerca de alambre y unos árboles sobre la calle. Alrededor de 1945 algunas manzanas fueron destruidas para dar paso a la construcción del Brooklyn-Queens Expressway.
En lo que fuera el número 7 de Middagh Street no hay ningún señalamiento o placa que indique la existencia de February House. Sólo un letrero de No Standing Anytime.
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