Durante seis años, la gobernabilidad del país sufrió las consecuencias de una presidencia inconsistente. La relación entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, entre el presidente de la república y los gobernadores, siempre estuvo marcada por la incertidumbre y la desconfianza.

¿La razón? Las causas poco o nada tuvieron que ver con las diferencias ideológicas, sino con una conducta contradictoria, de abrazo y golpe, que echó a perder en diferentes momentos los acuerdos alcanzados con los partidos de oposición, para aprobar diferentes reformas.

Hace poco, la volubilidad de Felipe Calderón volvió a hacerse presente y a infligir nuevas heridas en la gobernabilidad de la nación.

Mientras la noche del 1 de julio reconoció la legalidad del proceso electoral que dio el triunfo a Enrique Peña Nieto, días después, salió a participar en el circo mediático de Andrés Manuel López Obrador, al decir que le preocupaba la compra de votos.

Los comentarios de Calderón no tendrían importancia si no fuera el presidente de la república y si no lo hiciera en un escenario premeditadamente dinamitado por el candidato de las izquierdas, para evitar perder liderazgo social.

Del 1 de julio al 1 de diciembre, día en que se lleva a cabo el traspaso de poderes, se abre un profundo acantilado que permite a oportunistas demenciales, como López Obrador,  intentar despeñar el orden constitucional, y un jefe de Estado, lo menos que puede hacer, es evitar que prosperen actitudes suicidas.

El general Barry McCaffrey, exdirector de la Oficina Nacional de Políticas de Control de Drogas de Washington, explicó de otra manera los riesgos para la estabilidad: “México y Estados Unidos se encuentran en una encrucijada riesgosa”.

McCaffrey se refiere a que habrá cierto vacío de poder en ambos países por coincidir el cambio de poderes y por existir en México un movimiento que busca poner en duda la credibilidad de los comicios.

A muchos mexicanos siempre nos ha costado trabajo descifrar a Calderón. ¿Qué quiere? ¿Qué busca? Tal vez ni él mismo lo sepa. Parece vivir en la casa de los espejos, donde la realidad se refleja a veces enana o gigante y otras delgada u obesa. Su ambigüedad ha estado presente siempre. Mientras un día ofrecía acuerdos a la oposición, al día siguiente, desde el extranjero, insultaba a los adversarios.

Tener a un presidente congruente es exigencia mínima en un momento como este.

Se esperaría, además, cierta honestidad y generosidad del Ejecutivo federal hacia el presidente entrante, sobre todo porque la protesta social que hoy capitaliza López Obrador se debe a que durante este sexenio crecieron como nunca los índices de pobreza y violencia.

El tabasqueño no tiene las pruebas que dice tener para que el Tribunal Electoral invalide la elección presidencial. Por eso su apuesta sigue siendo la calle. Así quedó demostrado el jueves pasado cuando su coordinador de campaña, Ricardo Monreal, evitó exhibir evidencias ante los medios y se limitó a anunciar que el juicio de inconformidad que presentará ante el IFE será publicado, para que pueda ser firmado por los ciudadanos.

Un acto mediático más que busca crear incertidumbre.