Sobreviven espacios alternativos
La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida.
Mijaíl Bakunin
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
Acostumbrados a reunirse en diversas estaciones del Metro —a las que cada grupo identifica como su casa—, el domingo 15 de julio cientos de reggaetoneros se convocaron en un local de las calles de Monterrey, en la centenaria colonia Roma. Ahí se llevaría a cabo el perreo dominical, fiesta a través de la cual se reúnen y reafirman su identidad como miembros de una de las muy diversas tribus juveniles que pueblan la ciudad.
Las cosas no salieron como fue previsto por los consumados organizadores de esos encuentros, algo pasó, las puertas nunca se franquearon, lo que generó la inconformidad de decenas de jóvenes.
Con la rapidez con la que se propagó la convocatoria, así se diseminó su cancelación, provocando molestia entre los cientos de jóvenes que viajaban en el Metro.
El malestar colectivo fue aprovechado por algunos chacas —miembros de la tribu calificados de violentos— quienes desataron el desorden en la estación Cuauhtémoc.
La gran mayoría de los jóvenes emprendió la huida ante la reacción de los chacas, otros —los menos— los secundaron, y todo ello derivó en un aparatoso operativo por las calles de la Roma y la Zona Rosa, destacando la incursión policial a la plaza comercial Reforma 222.
Más allá de la opinión o recomendación que haga la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal sobre el desempeño de los agentes policiales, lo ocurrido nos obliga como sociedad a reflexionar en torno a las causas que mueven a nuestros jóvenes a construir sus referentes culturales, así como si las reacciones adultas a estas expresiones se corresponden a conductas de respeto y tolerancia social, o seguimos llevando al extremo nuestras reacciones a los niveles de exclusión y discriminación.
A nadie escapó la amplia cobertura mediática que de este asunto abordaron y sobre todo descalificaron conspicuos comentaristas de los medios electrónicos de comunicación, quienes amparados en su autoimpuesta función de juzgadores, una vez más trastocaron su obligación de informar por su obsesión por anatemizar los hechos o criminalizar a los jóvenes.
Menos mal que siempre han existido personas y organizaciones cuya convicción y compromiso en defensa de los derechos culturales de los jóvenes han sabido atender —dentro de sus posibilidades— sus necesidades y capacidades.
De ello dan testimonio el mítico Multiforo Alicia, el Café de Nadie, el Circo Volador, La Pirámide, la Komplejo Kultural, el Dada X, La Hormiga en Espiral e infinidad de espacios alternativos culturales que sobreviven gracias a la tenacidad de sus promotores y la lealtad de sus públicos, y a la comprensión de algunos servidores públicos que contra viento y marea logran apoyar alguna de estas iniciativas culturales que —en el más amplio y vivificante sentido— ennoblecen la diversidad cultural de la capital, enriqueciendo su vida social —como expresó Bakunin— por sobre la letal uniformidad, a la que aspira y por la cual conspira la telecracia.


