Entrevista a Guillermo Ceniceros/Pintor y muralista

Irma Ortiz

Guillermo Ceniceros es un artista plástico que trabaja todos los días en su casa de la calle de Pomona, en la colonia Roma, donde realiza bocetos, óleos u obras monumentales como la plasmada en la Cámara de Diputados —que duró tres años— para mostrar su concepción de la historia de México y sus instituciones.

Autor de los murales de las estaciones Tacubaya y Copilco del Metro, nacido en El Salto, Durango, en 1939, su familia se traslada posteriormente a Monterrey, Nuevo León, donde ingresa en la escuela-fábrica FAMA y luego se incorpora al taller de artes plásticas de la universidad neoleonense.

Se inicia en el muralismo de la mano de Felipe Cantú; se especializa en obras monumentales al trabajar al lado de diversos artistas en el Museo de Antropología, inaugurado en 1964, para posteriormente integrarse al equipo del maestro David Alfaro Siqueiros y participar en obras como los murales del Polyforum, los del Castillo de Chapultepec y muchos más, y emprender así nuevos caminos en el arte, con más de 200 exposiciones en todo el mundo.

Sencillo, entrañable, Ceniceros recuerda su relación con la revista Siempre! y cómo fue el portadista al celebrarse el trigésimo aniversario del semanario en la época de José Pagés Llergo.

Ahora, al cumplirse el quincuagésimo noveno año de vida de Siempre!, el maestro Ceniceros regaló a la revista su visión de don Quijote de la Mancha. Un reencuentro que trae a la memoria dulces recuerdos, que provocan incluso que “suden los ojos”.

 

La pintura,  una vocación

“La vocación —dice— la trae uno y debe convocarla, inducirla o adivinarla para que surja. Es poco a poco irse conociendo uno mismo y darse cuenta de que tiene capacidad para la pintura, que abarca muchas cosas, una de ellas es el dibujo. Yo descubrí la pintura por el dibujo, éste es un sistema de señales, es el sistema nervioso de la pintura y la pintura es la piel. Cuando trabajaba en una empresa que al mismo tiempo era escuela, ahí se aprendía química, física, algo de historia, de mecánica; se estudiaba también dibujo industrial, que son líneas, señales de composición, de geometrías y en ellas uno se da cuenta de que es lenguaje y se puede aprender”.

“Ahí no se necesita —agrega el maestro— precisamente talento, sino nada más para aprender lo que es dibujo industrial y es el paso para llegar al dibujo, que en las escuelas le llaman «al natural», con una modelo, una serie de cacharros de naturalezas muertas. El dibujo industrial, con el académico, se complementan y ayudan a comprender la pintura”.

Cómo da ese paso, usted empezó muy joven a hacer murales.

Empecé a ver que algunos pintores mexicanos lo tenían como parte de su lenguaje y lo veía en la revista Siempre! En la fábrica donde estaba, había una hemeroteca donde había muchas revistas, entre ellas Siempre! Todos la hojeábamos, estaban los reportajes de muralistas como Diego Rivera, Siqueiros, Orozco, y había muchos artículos relacionados con la pintura mural. Dejé la fábrica y me fui a la escuela de artes, donde luego empecé a dar clases, y me dediqué a cosas relacionadas con la pintura y a aprender, porque siempre le falta a uno algo, y ese algo era una especialización.

Por ese tiempo, Federico Cantú, quien había hecho varios murales para iglesias como la Purísima, en Monterrey, me invitó a hacer un mural de la Sierra de los Altares, sobre un acantilado por Linares, cerca de Iturbide. Es una especie de cañón, donde hay un acantilado liso, por ahí pasan los tráilers, y al dar la curva aparece esa pared gigantesca. Creo que fueron Raúl Rangel Frías y Cantú a quienes les pareció que era un lugar adecuado para hacer un mural en relieve. Se empezó a trabajar en el lugar y a seleccionar qué temática iban a poner. Adolfo López Mateos era el presidente de la república, y el secretario de Obras Públicas, Javier Barros Sierra.

Me invitó a trabajar en un momento muy especial, porque se iniciaba el mural y había que trazarlo. Se puso un proyector en un cerrito de enfrente y se proyectó la figura y había que hacerlo en la noche para poner las líneas. Dibujamos con enormes varas de carrizo y en la punta se ponía un gis o un pincel con pintura blanca. El acantilado es gris, de piedra caliza. Dibujamos las figuras Guadalupe Guadiana y yo, y había un grupo de unos 30 trabajadores canteros, maestros en su oficio de trabajar con el cincel. Dibujamos las figuras Guadiana y yo, luego siguieron los canteros su trabajo, guiados por nuestro trabajo y Federico Cantú los dirigía desde abajo.

Posteriormente, en 1964, estaba trabajando en el Museo de Antropología donde había en ese momento muchos artistas de diversas tendencias, todos abocados a trabajar en una serie de murales que coadyuvarían a la vocación del Museo de Antropología, que es enseñar.

Ahí están las estructuras monumentales de las salas Mexica y otras, y había un complemento de los murales, ya estaban  Luis Covarrubias, José Chávez Morado, Raúl Anguiano, Jorge González Camarena. Fue una muy buena experiencia, porque eso se hacía paralelamente a la construcción del edificio. Algunos murales no se pintaron ahí, sino que nos fuimos a unas bodegas que estaban por la calle de Cuitláhuac y se trasladaron posteriormente a Antropología.

 

La relación con Siqueiros

Y se incorpora con el equipo del maestro David Alfaro Siqueiros.

El acababa de salir de la cárcel, debe haber sido en el 64, porque todavía estábamos en Antropología y lo veíamos pasar por ahí, ya que vivía atrás, en la calle de Tres Picos, y pasaba admirando ese edificio fantástico que es el museo. Incluso algunos decían: “Mira, ¡ahí va Siqueiros!”.

Luego se inauguró el museo y pensamos “¿ahora qué?”; alguien dijo: “El maestro Siqueiros está haciendo un mural en Cuernavaca”, y que vamos para allá, pero él estaba en México.

Lo encontré luego varias veces; una vez estaba en una exposición en la galería Misrachi, con algunos amigos como Ignacio Aguirre. No sé si éste me presentó a una pintora amiga de Siqueiros, que había trabajado con otros muralistas; era una periodista llamada Ione Robinson, muy destacada.

Nos mostró fotos de las entrevistas que había hecho a Hitler; era amiga de Mussolini y del cineasta soviético Serguéi Eisenstein. Venía a México porque quería hacer unos murales. Yo la acompañé a Coyoacán, buscaba a un maestro fresquista, un albañil especializado que preparaba las tareas de los frescos y que había trabajado con pintores, tal vez con Orozco. Ella me presenta a Siqueiros, pero como había tanta gente, no le pude hablar, porque en una inauguración no se puede decir que busca uno trabajo.

Luego, un pintor español, Luis Moret, me dijo: “¡Vamos a verlo! Tú estás buscando trabajo y yo estoy buscando que alguien me ayude a arreglar mis papeles, porque estoy de ilegal. Yo me bajé de un barco y no tengo papeles, necesito ponerlos en orden y alguien que me dé una recomendación para ir a Gobernación. Vamos a Cuernavaca, tú hablas con él de lo que quieras y yo de lo de Gobernación”.

Fuimos un domingo, tocamos el timbre —sonríe divertido— y nos preguntaron “¿quién?”; “somos unos pintores españoles”, contestamos, y gritaron: “Pasen al estudio”.

Pasamos a un estudio pequeño y luego a un estudio grande, que Siqueiros llamaba el taller y la tallera. Ahí entramos y al rato vino y nos dio una explicación de lo que estaba haciendo ahí, fue una explicación muy exhaustiva y cuando regresamos al taller, nos dijo: “Ahora sí, díganme qué andan haciendo”.

Luis le dijo: “Yo tal y tal…”, y el maestro preguntó: “¿Y él?”, “Ah, pues él va a trabajar con usted”. Me preguntó: “¿Traes algo?” Me fui a la cajuela del carro, donde habíamos puesto un cuadro de un paisaje, lo ve y me dice: “Pues sí, ¡vas a trabajar conmigo”. Los ojos del maestro Ceniceros muestran la emoción por los recuerdos.

En esa época yo tendría 24-25 años, y él, como acababa de salir de la cárcel, estaba trabajando simultáneamente en varios sitios, no necesariamente en el mismo día, bueno, a veces sí, en el mural del Polyforum, que se estaba haciendo en Cuernavaca, pero quería terminar el la ANDA; quería revisar el del sindicato de los electricistas, que tenía algunas grietas, el del hospital de La Raza, que tenía una grieta también, y el del Castillo de Chapultepec.

Por aquellos tiempos el mural de Cuernavaca iba a ser en el Casino de la Selva, pero luego tomó un giro diferente la cuestión. Yo ya me había ido a Cuernavaca y conseguí una casa; ya instalados en Acapatzingo, entre el penal y la zona roja, me dice: “Ahora el trabajo va a ser en México”.

Se empezó a trabajar aquí, se empezó a hacer el edificio y a trasladar todo, yo venía de Cuernavaca a México y viceversa. Fue interesante ver el proceso de todo el mural de Cuernavaca, trasladarlo, trajinar en éste y en los otros ya mencionados. También se trabajó en el Castillo de Chapultepec, era un equipo que pertenecía al otro mural, pero algunos nos íbamos prestados a trabajar un ratito. Fue una experiencia muy rica trabajar en otros murales, con problemas diferentes de composición, temática; la técnica era la misma.

Hoy, con obras tan bellas, como la de la Cámara de Diputados, una obra, la suya, monumental.

Trabajé ininterrumpidamente tres años, son tres secciones y se inauguró una sección por año, en fechas como el 15 de septiembre. Ha sido un trabajo muy aleccionador y era el momento de poner en práctica muchas de las cosas que se aprendieron en los demás murales y paredes. Cada mural tiene una problemática diferente de composición y de geometrías.

 

El Quijote afantasmado

En esta fecha, la revista Siempre! cumple un año más de vida —59— en un reencuentro con usted, quien pintó el Quijote hace 30 años, y hoy nuevamente nos regala su visión sobre el caballero de la Mancha. ¿Cuál es su concepción sobre este Quijote?

Quise hacer un Quijote asombrado, pero a la vez enojado, es como un fantasma del Quijote. He hecho en otras ocasiones esa especie de aproximaciones a lo que pienso que es un fantasma. Hice una exposición llamada Preludio fantasmal y esa exposición la vio Juan Rulfo y el ingeniero Mario Moreno, quien llevó al maestro Rulfo para que escogiera un cuadro que le iba a regalar. Un sábado llegó con él, y éste me dijo: “Vengo aquí porque ya conozco su obra y hay uno que me gustaría que fuera la portada del libro que me va a editar la Universidad del Tercer Mundo”. Sin embargo, no se llegó a hacer el libro, yo ya tenía la portada. Después Rulfo se fue a Europa y ya no lo vi, hasta que supe de su muerte. Este Quijote del 59 aniversario abunda en esa idea de los fantasmas, no tiene cuerpo porque está la visión de su cara, esa es mi idea del Quijote afantasmado.

¿En un México también fantasma?

México no tiene nada de fantasma, lo que nos persigue quizás es la miseria, el horror por la violencia, por las cosas que han estado sucediendo, que todos estamos horrorizados, y por otro lado, el anhelo de que todo cambie, que mejore: tenemos cierta esperanza; hay una esperanza de que puedan cambiar las cosas, un México con una mayor certidumbre en todos sentidos.