Yazmín Alessandrini

No hubo sorpresas. La elección federal del pasado domingo arrojó como ganador a Enrique Peña Nieto, después de 90 días de campaña y poco más de un año de sufrir una terrible “encuestitis” que diversas casas nos contagiaron y que al final con sus proyecciones se quedaron lejos, pero muy lejos, de la realidad que arrojaron las urnas.

Así las cosas, para el próximo 1° de diciembre y tras 12 años de gobiernos panistas, el PRI retornará a Palacio Nacional y a Los Pinos para encabezar un proyecto de nación que se antoja como una prueba de fuego para el que andaba ausente

El triunfo de Peña Nieto ya se veía venir. Y se veía venir porque de los cuatro aspirantes a la Presidencia de la República, en la que cabe la analogía de una carrera de caballos pura sangre, el mexiquense fue el único que desde un principio se tomó muy en serio la contienda y quien conformó un equipo de trabajo a la altura de la circunstancia y a partir del análisis de conciencia que les dejaron los reveses acumulados en los 12 años más recientes construyó un proyecto que al final convenció en las urnas a 18.7 millones de mexicanos  (38.15%  del total de sufragantes) que se animaron a respaldarlo.

Cabe destacar que la campaña de Peña Nieto tuvo sus momentos difíciles, como el resbalón en la feria del libro en Guadalajara o su accidentada visita a la Ibero. Sin embargo, en el balance final fueron más los positivos que los negativos y el amplio margen de victoria que le concedieron las diversas encuestas y sus agoreros, le permitieron administrar su ventaja y manejarse sin mayores sobresaltos.

Por su parte, la panista Josefina Vázquez Mota, quien obtuvo casi 12.5 millones de votos en la contienda (25.40% de los sufragios), podría ser vista como el gran perdedor del ejercicio dominical. Pero evaluando en frío lo que ocurrió alrededor de su candidatura, nos arroja la conclusión de que el gran derrotado fue su partido y no ella.

Respecto a Andrés Manuel López Obrador, no creo que sirva de mucho desperdiciar tinta y espacio en desglosar el enorme catálogo de artimañas que ha desplegado en pos de no querer aceptar que el resultado de la elección no le favoreció. Los poco más de 15.5 millones de votos que recibió fríamente dicen que se rezagó por poco más de 3.2 millones de sufragios en relación al ganador, pero en estos momentos eso es lo menos importante con relación al tabasqueño, porque, al igual que hace seis años, decidió apostar por el odio y el divisionismo entre los mexicanos para postergar lo impostergable: sus días como cabeza del movimiento de las izquierdas han terminado y eso lo tiene sumido en una terrible desesperación, porque así como está enceguecido por no aceptar que Peña Nieto lo venció, también sabe que ahora quien manda en el proyecto del PRD es Marcelo Ebrard, a quien ya le llegó la hora de su oportunidad.

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