A un lado, política de mascaradas
Raúl Jiménez Vázquez
Viktor Franki es considerado el padre de la corriente psicológica de la logoterapia, la llamada Tercera Escuela de Viena, surgida a raíz de la trágica experiencia sufrida por el autor en Auschwitz y otros campos de exterminio. Ahí, el famoso psiquiatra del Policlínico de Viena observó detalladamente que los prisioneros que tenían un por qué seguir viviendo eran capaces de resistir las peores adversidades inherentes al Holocausto; esto le llevó a concluir que la fuente de la motivación humana se halla aposentada en la voluntad del sentido, en la capacidad de imprimirle un significado a la vida, y no en la pulsión por el placer como postulaba Sigmund Freud o en la búsqueda del poder a que se refería Alfred Adler.
La pérdida del sentido de la vida es un suceso inusualmente alarmante pues puede conducir a la neurosis, al vacío existencial, al extravío de la estrella polar, la guía básica con la que ha de realizarse el trayecto vital. Al igual que los individuos, las colectividades también requieren hacer acopio de la voluntad de sentido; cuando ésta desfallece o se mella emergen las más aberrantes patologías políticas.
Guillermo Hurtado, miembro del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, escribió hace no mucho México sin sentido, libro en el que esencialmente se sostiene que el conjunto de los problemas políticos, sociales o económicos que agobian la nación tienen como telón de fondo una profunda e inquietante crisis: la pérdida del sentido de nuestra existencia colectiva, reflejada en una falta de cohesión, confianza y dirección.
Esta crisis de proporciones colosales a la que alude el autor en gran parte se ha nutrido del soslayamiento y menosprecio a la verdad que las élites en el poder han mostrado a lo largo del tiempo. Un somero repaso de algunos acontecimientos que han trascendido al imaginario colectivo así lo demuestra categóricamente.
La ejecución a mansalva del líder campesino de origen zapatista Rubén Jaramillo, su esposa embarazada y sus hijos, a principios de la década de los sesentas, fue objeto de una campaña desinformativa a la que sólo el maestro José Pagés Llergo hizo frente mediante la publicación de un desgarrador texto de Carlos Fuentes en las páginas del legendario semanario Siempre!
Actualmente, casi nadie pone en tela de duda que las masacres del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, así como las desapariciones forzadas, ejecuciones sumarias y demás atrocidades cometidas durante la “guerra sucia”, fueron concebidas, planeadas, organizadas y encubiertas desde los más encumbrados sitiales del aparato gubernamental. Sin embargo, ello no fue siempre así ya que, por ejemplo, los líderes del movimiento estudiantil fueron injustamente acusados, enjuiciados y sentenciados alegando que habían sido los autores intelectuales y materiales del genocidio de Tlatelolco.
Un avasallador despliegue propagandístico envolvió al asesinato de indígenas tzotziles que se encontraban orando en la ermita de Acteal, presentándolo mediáticamente como el resultado de un añejo conflicto de carácter interétnico. Empero, acorde a la demanda instaurada por algunos de los sobrevivientes en contra del expresidente Zedillo ante una corte federal de Connecticut, Estados Unidos, se trató en realidad de un acto de crueldad extrema extraído de un plan estratégico de carácter contrainsurgente cuya perpetración obedeció al propósito de tranquilizar y transmitir señales de confianza y gobernabilidad a los mercados financieros.
Hablando de tiempos más recientes, poco o casi nada se sabe acerca del ASPAN, el Acuerdo para la Prosperidad y la Seguridad de América del Norte suscrito por el otrora presidente Vicente Fox, no obstante que a través suyo se insertó a nuestro país en el perímetro ampliado de la seguridad nacional de los Estados Unidos.
Algo similar ha ocurrido durante la ahora desfalleciente administración calderonista; la sociedad no ha tenido conocimiento pleno e íntegro respecto a temas de suyo tan delicados como los siguientes: la planeación y resultados efectivos de la guerra antinarco, el contenido de la Iniciativa Mérida y de su addendum, el otorgamiento de cláusulas de impunidad en favor de mercenarios o paramilitares, la permisividad mostrada en relación con los operativos transfronterizos Arma Blanca y Rápido y Furioso y la autorización para que drones o aviones norteamericanos no tripulados incursionen en territorio nacional.
A esta lista finalmente habría que añadir el banco de niebla que se ha tendido en torno al permiso para que agentes y representantes de las agencias norteamericanas vinculadas con la seguridad nacional operen libremente a lo largo y ancho del territorio nacional, realizando funciones propias e indelegables de las autoridades mexicanas, y a las concesiones en materia de propiedad industrial, especialmente en el rubro de los medicamentos, hechas a la Casa Blanca con el fin de poder ingresar en el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica.
La próxima administración debe tener presente que para afrontar la magna crisis causada por la severa erosión del sentido de la vida colectiva, el desgaste de la identidad nacional y la merma creciente del orgullo de ser mexicanos, es menester, antes que nada, hacer a un lado la política de las mascaradas, la línea de la manipulación mediática, y abrazar con genuinidad y convicción el imperativo de la verdad.
