Sin madurez para enfrentar la realidad

José Elías Romero Apis

Los mexicanos, en los recientes años, hemos vivido bajo la marquesina de dos gobiernos que tan sólo tienen existencia en la imaginación de sus protagonistas. Ello es más que peligroso para la salud de la verdadera república en la cual vivimos más de 110 millones de mexicanos.

Uno de ellos es un seudogobierno que ha estado presidido por Andrés Manuel López Obrador. Carece de legalidad, de legitimidad y de autoridad. Es un gobierno de farsa. En mucho nos recuerda a aquella charada inventada por el célebre charlot Nicolás Zúñiga y Miranda. Porque los verdaderos despojados, cuando ha sido serios, nunca se colocaron un trapo que trata de simular una banda presidencial. Como luchaban contra la usurpación, no podían asumir el papel de usurpadores.

Por eso, Francisco I. Madero hizo la revolución antirreeleccionista y Venustiano Carranza la revolución constitucionalista, pero ninguno se autonombró “presidente de México”. Ambos lo fueron, pero hasta que derrocaron al dictador Porfirio Díaz y al usurpador Victoriano Huerta, respectivamente para, después, ambos asumir el poder presidencial por la vía electoral, que no por una convención con elenco, locación y utilería.

Por otra parte, está el gobierno bisexenal panista. Este, a diferencia del primero, es digno de veracidad y de respetabilidad pero ha carecido de efectividad. Ha sido un gobierno que nos dice que la pobreza casi ha desaparecido, que la delincuencia ha sido derrotada, que los mexicanos están mejor que nunca, que el pasado no construyó nada, que ellos inventaron todo, que trajeron la democracia, que instalaron la libertad, que repusieron la esperanza y que después de ellos, el diluvio.

Ya aquí resulta fácil advertir una fuerte semejanza entre unos y otros. Ambos han carecido de la suficiente madurez para enfrentar la realidad. Ante el fracaso de uno como candidato y de otro como gobierno, los dos han optado por refugiarse en los asilos de la fantasía. Pero, decíamos que esto es un gran inconveniente para nuestra vida política. Porque es el ejercicio de lo político algo que requiere del ingrediente ineludible de un sólido realismo que sólo proviene de la madurez.

La mente infantil, para bien o para mal, carece de fronteras entre la realidad y la fantasía. Por eso, para el niño, son tan reales Santa Claus y El Coco como lo son el perro y la pelota.

Por el contrario, la madurez es más sólida mientras más alto es el muro fronterizo que nuestra mente coloca entre lo real y lo imaginario. Para bien o para mal, somos más maduros cuanto más impenetrable es esa frontera mental que nos impide escapar de un reino hacia otro.

Pero sí significa que nos haya llevado a la preocupación general que una de las más conspicuas disputas por la nación se esté dando entre personajes tan carentes de un insumo básico de la buena política.

Es por eso de desear que el próximo y ya inminente gobierno goce, para comenzar, de una salud mental representada, por lo menos, por la suficiente dosis de madurez y, por lo tanto, de realismo.

 

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