Me harías muy feliz
Guadalupe Loaeza
Este año se cumplen ocho décadas de la fundación de la Guelaguetza, por lo tanto, me permito hacer una pequeña evocación de lo que es Oaxaca.
Si tuviera que dejar definitivamente el Distrito Federal por diversas razones, me iría a vivir a Oaxaca.
Si me dieran a elegir un estado de la república para que lo estudiara y descubriera hasta su último rincón, escogería Oaxaca.
Si me ganara la lotería y tuviera que invertir mi dinero en bienes raíces, compraría una vieja casa en la parte vieja de Oaxaca.
Si tuviera que huir de mis enemigos, me ocultaría en cualquier municipio de los casi 600 que tiene Oaxaca.
Si por azares de la vida, me viera obligada de pedirle la mano a una de nuestras tantas y bellísimas ciudades mexicanas, sin pensarlo, se la pediría a Oaxaca. Una vez que le hubiera dado cita en cualquiera de las bancas de la Plaza de Armas, le diría…
***
Mi queridísima Oaxaca, permíteme decirte que después de haberte palpado, comido, paseado, pero sobre todo, admirado a lo largo de tres días, he llegado a la conclusión de que estoy perdidamente enamorada de ti. Me quiero casar contigo. Te suplico que no me contestes en seguida. Piénsalo.
¿Que cómo puedo estar tan segura de mis sentimientos? Porque a pesar de que no te he tratado mucho (nada más he estado en Oaxaca en tres ocasiones), siento que te advierto lo suficiente para darme cuenta de todo lo que vales. Mi intuición, que casi nunca me falla, me dice que me harías muy feliz. Sin hipérbole te puedo decir que me encantaste. Qué tanto me habrás encantado con tu magia que sigo, literalmente, en-can-ta-da de tu gente; del color de tu cielo; de la seda de tus rebozos; de la fantasía de tu artesanía; de la diafanidad de tu aire; de tus platillos tradicionales; de tu música; de tus monumentos históricos; de tu museo-convento de Santo Domingo; de tus pintores.
Fíjate, mi querida Oaxaca, que en los tres días que te disfruté, tuve tres vivencias que aparte de haberme enriquecido mucho, tienen que ver precisamente con la ética y con la moral.
La primera de ellas está relacionada con el pintor Rodolfo Morales. Gracias a mi ángel de la guarda oaxaqueño, Alex Alvarez, se pudo concretar una cita para cenar con el maestro en el restaurante del maravilloso Hotel Camino Real. Cuando lo vi, lo sentí tan familiar que sin el menor empacho lo saludé de beso como si se hubiera tratado de un tío que hacía mucho que no veía. Lo primero que me llamó la atención fue su mirada. Era como la de un niño triste pero extremadamente curioso.
Asimismo, me impresionaron tanto su sencillez, como su autenticidad. En la cena platicó acerca de sus proyectos en relación a viejas iglesias y conventos a los que les urge ser restaurados, en especial se refirió a San José Segache, cuya comunidad está tan deseosa de participar con lo que podían que entre todos se llegaron a juntar 50 mil adobes hechos por ellos mismos.
“El que no está muy convencido —me dijo— es el clero que afirma que lo único que queremos es arreglar las iglesias para hacer museos. No entiendo por qué no nos dejan trabajar tranquilamente si no hace nada para restaurarlas”. Al terminar de cenar, nos propuso ir a su taller que se encuentra en una vieja casona restaurada justo enfrente de Santo Domingo. Allí nos mostró parte de su más reciente obra. Ay, mi querida Oaxaca, no te puedes imaginar cómo me impresionaron sus cuadros; pintados, primero, en acrílico para luego terminarlos al óleo. Prácticamente en todos aparecen caras de mujeres que bien podrían ser modelos de Modigliani. Muchas de ellas parecen ausentes y muy solitarias. ¡Cuánta soledad se advertía en su mirada! Todas parecían absolutamente dejadas por la mano de Dios.
Esa misma sensación tuve cuando comimos con Francisco Toledo. Llevaba una camisa azul muy deslavada; unos pantalones blancos muy arrugados y unos guaraches muy gastados. Fíjate, Oaxaca, que me fije que Toledo no camina en el suelo, se desplaza como si estuviera levitando, como si flotara. ¿No se tratará en realidad de un ángel salido de uno de los retablos de Santo Domingo? Siendo un genio como es de las artes plásticas, se comporta con tal humildad, que más bien parece un franciscano. Su voz tan varonil contrasta con su mirada de adolescente.
Francisco Toledo es guapo. Francisco Toledo es tierno. Francisco Toledo es de a de veras. Francisco Toledo no es rollero, ni prepotente, ni mucho menos vanidoso. Pienso que si lo fuera, sería totalmente normal.
Francisco Toledo siempre se ha preocupado por Oaxaca; por sus artistas jóvenes. El también ha intervenido para que se restauren los conventos. Así lo hizo con Santo Domingo. El también ha defendido el patrimonio de su estado. Francisco Toledo es una persona moral y ética.
Para terminar, déjame decirte, Oaxaca, que cuando entré a tu convento de Santo Domingo, me dije: “¡aquí vive Dios!”. Así de restaurado parece un verdadero milagro. Y eso, Oaxaca, lo hicieron artesanos mexicanos.
No me queda más que pedirte tu mano y volverte a decir, mi querida Oaxaca, que te quiero y que siempre te seré fiel. De ahora en adelante te visitaré mucho más al fin que con la nueva carretera estás a tan sólo cuatro horas y media de distancia. ¿Entonces qué, nos casamos?