Ojalá que no tengan el mismo fin los de 2012

Guadalupe Loaeza

Así como nos percatamos que el Ejército mantiene resguardados los paquetes impugnados con las boletas y actas de escrutinio de la elección presidencial de hace seis años, podemos recordar que lo mismo ocurrió en 1988, cuando Carlos Salinas de Gortari resultó electo presidente de la república.

He aquí cómo me referí a este asunto en agosto de 1988 para el periódico La Jornada.

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Oscuro y frío como un congelador me imagino el sótano del Palacio Legislativo. Estratégica y perfectamente bien alineados, veo decenas de pelotones del Regimiento de Infantería del Campo Militar número 1. En los brazos cada uno sostiene un rifle automático G3, calibre 762. Por extraño que parezca, también veo frente a ellos una interminable fila de cañones, como los que usó Napoleón en 1812 en su batalla contra los rusos.

Nadie, absolutamente nadie, puede hacer el intento de acercarse a las proximidades de la rampa que lleva a esta improvisada bodega donde se guarda celosa, encelada, acechada y recelosamente los paquetes de la pasada elección federal. Los 50 tenientes coroneles jefes del destacamento que veo en mi imaginación tiene rigurosísimas instrucciones “súper superiores” de no dejar pasar ni siquiera a una mosca distraída que pueda estar volando por las cercanías, ni mucho menos la sombre de ninguna comisión pluripartidista con intenciones descabelladísimas de revisar los paquetes. Porque éstos son sagrados e intocables.

Cada paquete con sus actas de instalación de la casilla, con las de escrutinio, más las boletas, las que se usaron y las que se anularon y los escritos de protesta presentados por los representantes de los partidos, están preciosamente cerrados. Me figuro los paquetes priístas envueltos con triple cartón corrugado (ése que es muy difícil de romper), pegados con Resistol 100 000. Cada paquete está atado aparte del cordón metálico, firmemente clavado con un listón de seda tricolor. Sobre el cartón de lee, con tinta dorada: PRI… Los paquetes panistas están envueltos en papel de china. En el centro, el papel está plisadito, para que luzca elegante. Cada paquete está lacrado. Además, están atados con enormes moños de color blanco y azul. De lejos me parecen como regalos de boda. Algunos de estos paquetes, que vienen de distritos de zonas residenciales, lucen sobre una plancha de terciopelo negro y una pequeña secadora de mano. En el centro de cada paquete hay una tarjeta azul marina. Los millones de paquetes del Frente están envueltos con papel revolución. Cada uno está a punto de reventar, a pesar del grueso mecate que lo sujeta. Con plumón negro (ése que jamás se puede despintar), está escrito FDN.

Todos estos paquetes, de los 300 distritos donde se votó, están escrupulosamente guardados dentro de unas gigantes cajas fuertes. La complicadísima combinación está escrita en un papelito que está dentro de otra caja fuerte. Nada más hay una persona en todo este país que conoce el lugar donde se encuentra la combinación.

Alrededor de estas gigantes cajas fuertes hay 12 cadenas; cada una cerrada con un candado, tan grande y pesado que se necesitaron dos soldados para sujetarlo, mientras otros dos soldados le daban la vuelta a la enorme llave.

A lo largo y ancho del sótano veo varias pantallas de televisión. Estas seguramente están conectadas con las de las oficinas de Bucareli, las de la Procuraduría, las de los cuarteles militares, etcétera, etcétera. Alambres de sistemas de alarmas supersofisticados aparecen tanto en el suelo como en el techo. Una gran valla eléctrica de alambrado con púas rodea las cajas fuertes. Varios lentes de aparatos de rayos infrarrojos salen estratégicamente de las cuatro paredes. También me imagino dentro de este sótano a 15 perros pastor alemán paseándose nerviosamente. Desde que empezó el Colegio Electoral no les han dado de comer para estimular su rabia contra cualquier inocente que intente pasar la frontera.

Pero aparte de todas estas medidas de seguridad, podía meter mi mano en el fuego, que hay otras mucho más temibles. Estoy casi segura de que en el instante en que algún presunto diputado ose propasar la frontera señalada del sótano, súbitamente se abrirá el piso y caerá en un tobogán, que lo llevará hasta una celda en las profundidades de San Lázaro. Allí, verá cómo poco a poquito se irán las patitas de unas cucarachas gigantes. Verá cómo unas ratotas que viven en el Palacio Legislativo desde hace muchos años se le vendrán encima, emitiendo chillidos insoportables. Y por más que este pobre presunto diputado pida auxilio a la oposición, nadie, podrá socorrerlo.

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¿Por qué habrán tenido tanto miedo los del PRI de abrir los paquetes en 1988? Así como nos preguntamos dónde habrán quedado estos paquetes electorales y sobre lo que pasará con el material de 2006, esperamos que no vuelva a ocurrir lo mismo en estas elecciones de 2012.