Pável Granados
No sabría si clasificarla dentro de la canción ranchera. El repertorio de Chavela Vargas se integró inicialmente con composiciones de Manuel Esperón, José Alfredo Jiménez, Tomás Méndez y Cuco Sánchez. Pero después interpretó canciones sudamericanas, boleros mexicanos, cubanos y sudamericanos, pasillos y canciones tradicionales mexicanas. Desde el principio prescindió del mariachi, al cual consideraba demasiado espectacular, y sólo se acompañó de dos guitarras. Su voz era un hundimiento: un naufragio en sí misma. Asimismo, fue un descenso (descenso biográfico, musical, estético) y un reencuentro. Eran su voz y sus guitarras. Pero no fue un enfrentamiento ni un intento de dejarlas detrás, como simple acompañamiento. En sus primeros discos se hizo acompañar de la guitarra protagónica de Antonio Bribiesca. Aunque luego, estableció una relación de cercanía con sus músicos, con los cuales formó un repertorio esencial: ciertas canciones de José Alfredo, de Álvaro Carrillo, “Macorina” y “La Llorona”. Pocas melodías pero esenciales. Es como si, con el tiempo, se hubiera dedicado a perfeccionar ciertas ideas concretas.
Ella, que estuvo con José Alfredo en el momento en que escribió varias de sus canciones, no venía de fuera y se acercaba al repertorio ranchero: el repertorio nació en ella y ella lo interpretó (interpretar: explicar o declarar el sentido de algo, y principalmente el de un texto), estableció el contenido de su música. Ella, que inició un proceso de desgarramiento interior, fue convirtiendo su voz en la expresión de ese desgarramiento. Pero fue un proceso, porque al principio –Chavela en el Tenampa, Chavela en los restaurantes de los años 50– coqueteaba con la dulzura. Sus primeras versiones de canciones clásicas (“Un mundo raro”, “Paloma negra”) eran cantadas con cierta dejadez, con una especie de abandono. Y los corazones del público se agrupaban a su alrededor como corderos confiados, hasta que su voz, como león, les daba un zarpazo escalofriante. Así comenzó el estilo de Chavela, el estilo que fascinó hasta cierto punto… Hasta cierto punto, porque no fue comprendida. Hace 60 años, Chavela fue una mujer extraña, que cantaba para unos cuantos, que prefería la autodestrucción y que renunciaba a la feminidad. Y luego… triunfó el alcoholismo. Triunfó la soledad.
Chavela volvió en 1991. Cuando fue contratada en El Hábito, por Jesusa Rodríguez, fue recibida con sorpresa, porque se la creía muerta. Pero fue escuchada por un editor español, Manuel Arroyo. Él la llevó con Pedro Almodóvar. Y ahí comenzó la verdadera popularidad de Chavela. La conocieron Joaquín Sabina, Martirio y los españoles. Ya su voz era la del triunfo sobre la fatalidad. Y el coraje había suplido a la ternura. Su estilo era una poética del reto, de la supervivencia, de la carcajada embozada. Porque de alguna manera se había vengado, había vuelto y era admirada. Su carrera nunca volvió a decaer; decayó ella, que llegó a los 93 años, cansada físicamente.
Pero sus proyectos la excedieron siempre. Hasta el final quiso cumplir algunas promesas. Chavela conoció en Madrid al fantasma de Federico García Lorca, habló con él y le prometió un disco dedicado a él. Es que Chavela era chamana: lo fue desde que viajó a Argentina con el director de cine Werner Herzog y la ungieron los chamanes del sur. Al final, en este mismo año, presentó su disco en Bellas Artes, ante la presencia de la sobrina del poeta. Y hace un poco más de un mes, decidió que quería viajar a Madrid, a la Residencia, para despedirse de Federico. Fue y cantó, pero no lo resistió. La internaron en Madrid, y al ser dada de alta, decidió que quería volver a morir a México. Hizo el vuelo de regreso, volvió a Tepoztlán… y fue internada a causa de su cansancio y de sus males en los riñones.
Decía al principio que no es una cantante de ranchero. Las cantantes de música ranchera no la querían. No es que ella hiciera su propio género; pero Chavela estableció las reglas de su repertorio. Pero más que un repertorio, es una voz: existe una cualidad que tienen algunas canciones para ser comprendidas y deshojadas sentimentalmente por Chavela Vargas.


