Por Susana Hernández Espíndola
Acostumbrados a ver, año con año, al presidente de la República presentar públicamente un documento de las actividades de su gobierno y del “estado que guarda la nación”, el informe presidencial había sido para los mexicanos una ceremonia política rodeada de una fastuosidad sólo digna de los faraones.
Y aunque cada mandatario le impregnó su propio estilo, dinámica y festividad, con el transcurrir de los años y las reformas constitucionales, esta peculiar tradición se modificó y perdió lustre a grado tal que en la sexta ocasión en que el panista Felipe Calderón encabezará el otrora llamado “Día del Presidente”, quedará reducida a la simple entrega —a cargo del secretario de Gobernación, Alejandro Poiré— de un triste mamotreto en el recinto de la Cámara de Diputados.
Además, la voz del Jefe de la Nación solamente se escuchará a través de un servicio mecanizado vía telefónica, fonoinforme, que defiende su lucha por la seguridad y no permite la oportunidad de reclamación por la cifra de mexicanos caídos en el marco de la guerra contra el crimen, que oscila entre más de 53 mil, según el gobierno federal, y 150 mil, de acuerdo al fiscal general de los Estados Unidos, Eric Holder.
Ritual digno de Zeus
Si bien la rendición de cuentas en el México independiente recayó, desde 1825, en los secretarios de Estado, y como mero formulismo se hacía ante el Presidente de la República, quien ofrecía un mensaje político, fue en 1917 cuando se instauró que cada 1º de septiembre, el jefe del Ejecutivo debía asistir a la apertura de sesiones del Congreso de la Unión para presentar un informe por escrito.
Durante el resto del siglo XX, el informe se consolidó como un majestuoso ritual público de cohesión, disciplina y adoración y culto a su persona. Conocido como el “Día del Presidente”, los cadetes del Heroico Colegio Militar solían escoltar al mandatario —en un auto convertible— hasta la Cámara de Diputados. Las clases política, social alta, militar y diplomática, portando sus mejores galas, convertían al Palacio Nacional en un Olimpo en el que saludaban y elogiaban al gobernante. Y la fotografía del moderno Zeus, con su gabinete, no podía faltar.
Contingentes de obreros, campesinos, trabajadores al servicio del Estado —con pancartas en mano— y simples curiosos formaban largas vallas en la ruta del recorrido presidencial. Y, por supuesto, la crónica se transmitía por radio y televisión, en cadena nacional, convirtiendo este día en una auténtica fiesta cívica y de unidad nacional.
Los vientos del fin de siècle arrastraron consigo un cambio radical en la presentación del informe. La conciencia política de la sociedad, la deslegitimación del presidencialismo y la fractura de la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo desgastaron la simbólica exposición del mandatario.
El 15 de agosto de 2008 se publicó la reforma al artículo 69 constitucional en la que se suprimió la obligatoriedad del Presidente de asistir a la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso. Y a partir de ese 1º de septiembre, lo que fuera un valioso testimonio de la historia de México, durante casi dos siglos, devino en un simple trámite administrativo.
Respaldado en esta reforma, Felipe Calderón ha sido el único mandatario en no emitir sus informes desde la máxima tribuna de la nación. Ha optado mejor por difundir sus logros y reflexiones en spots o teleinformes, a través de la pantalla chica, que lo reflejan como un hombre solitario. A tono con esta posición, su despedida de México será por conducto de Poiré.
Guadalupe Victoria, el primero
Durante gran parte del siglo XIX, y luego de ser creada la Primera República Federal (1823-1835), los presidentes de México acudieron a la apertura y clausura del Congreso, pero el foro no era diferente a un ring en el que poco faltaba para que se dirimieran a golpes los conflictos ideológicos entre las facciones políticas.
El primer mandatario que rindió un informe ante el Congreso fue el general Guadalupe Victoria, el 1 de enero de 1825. En la Constitución de 1824 se estableció la ya mencionada obligatoriedad de que los funcionarios de cada secretaría, y no el Presidente, rindieran las cuentas de sus dependencias.
Así que a pesar de que estaba eximido, el presidente Victoria se presentó en el Congreso para hablar de las penurias del empobrecido y convulsionado México independiente. Destacó que había logrado levantar y dignificar a un Ejército harapiento, pagar los sueldos atrasados de los empleados y atender la administración de justicia.
Santa Anna, el antifederalista
El 4 de enero de 1835, el centralista Antonio López de Santa Anna dejó atrás las cuentas nacionales para lanzarse a la yugular del reformador federalista Valentín Gómez Farías, su antecesor, quien se atrevió a luchar por la secularización de la enseñanza y a promover la incautación de los bienes del clero luego de más de tres siglos de dominación colonial.
Benito Juárez, vencedor de la monarquía
A la sombra de la invasión estadounidense (1946-1948) y de la guerra intestina entre liberales y conservadores, los informes presidenciales perdieron vigencia, la cual sólo se logró recuperar con la Constitución de 1957.
El 8 diciembre de 1867, el republicano Benito Juárez anunció el fin del segundo imperio y las razones por las que pasó a Maximiliano por las armas. De 1868 a 1872 informó al Congreso 19 veces.
El Benemérito de las Américas fue el primero en proponer que el informe fuera presentado por escrito y no de manera verbal, pero la iniciativa no fue aceptada.
Porfirio Díaz: ¡72 informes!
Durante la sofocante y larga presidencia del general Porfirio Díaz, México ingresó a una nueva etapa, la de la llamada “modernidad”. El 1 de abril de 1877, Díaz preconizó la reconstrucción, la prosperidad y la estabilidad social mexicana. A pesar de que en esa ocasión se pronunció por la no reelección ni del Presidente de la República ni de los gobernadores de los estados, al final se mantuvo en el poder durante más de 30 años.
Desde 1878, Díaz estableció la costumbre de rendir dos informes anuales. Por ello presentó un total de 72. En el último, el de 1911, no le quedó más que reconocer el estallido social que cundía rápidamente en toda la República, cansada de su presencia, el cual dio pie a la Revolución.
Los revolucionarios
Dislocada la vida institucional, la guerra dejó sin logros de que informar, en forma consecutiva, a los presidentes Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza.
El 5 de febrero de 1917, en la nueva Constitución se restableció la obligación presidencial de actualizar a los mexicanos, por escrito, sobre el estado general de la nación.
En 1920, el presidente interino, Adolfo de la Huerta, sorprendió al país y a los legisladores al acudir en automóvil a presentar su informe.
El diputado Jorge Prieto fue el precursor de las interpelaciones directas al presidente. Durante el tercer informe del general Álvaro Obregón, en 1923, el legislador le reclamó que impusiera como su sucesor al secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles.
Calles y el rumbo institucional
Tras un lapso de irregular estabilidad provocada por los impulsivos ex líderes revolucionarios, a finales de los años 20’s, bajo el mandato de Calles, México comenzó a asentarse. Luego del asesinato del presidente electo Alvaro Obregón, Calles convirtió su cuarto y último informe, de 1928, en un discurso magistral en el que urgió a “orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional” y a abandonar su “condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes”.
La convocatoria de calles dio pie a la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), precedente del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), que desde 1929 gobernó durante 70 años.
El cuarto informe de Abelardo L. Rodríguez, el 1º de noviembre de 1934, fue el que más bostezos provocó y el más largo, de 7 horas y 35 minutos, con la respuesta que recibió del diputado Romeo Ortega.
La “fiesta del Presidente”
Más avances tecnológicos se incorporaron, en los años 30, a la vida cotidiana del pujante México, y el informe del general Lázaro Cárdenas, en 1935, el cual se dio en un marco de subordinación del Congreso al fortalecido poder presidencial, se transmitió completamente por radio.
Para difundir el mensaje de Manuel Avila Camacho, en 1941, se ligaron 168 estaciones a Radio Gobernación; mientras que la XEW se enlazó a la NBC y la MBS, para transmitir el texto en inglés.
Llegado el llamado poder de los civiles, el cuarto informe de Miguel Alemán, en 1950, se transmitió por televisión. El hecho adquirió gran relevancia, pues constituyó la primera transmisión oficial en la historia de la televisión mexicana.
En 1966, en la segunda rendición de cuentas del mandatario Gustavo Díaz Ordaz, la diputada veracruzana Luz María Zaleta fue la primera mujer en contestar un Informe.
El presidente Luis Echeverría Alvarez tiene el récord de salutación a invitados —el llamado “besamanos”— de 3 mil personas, después de concluir su cuarto informe de gobierno en 1974, en Palacio Nacional.
José López Portillo inauguró, con su quinto informe, la sede de San Lázaro, en 1981. Un año después fue el primero que lloró en la tribuna al referirse a la crisis financiera. En ese último mensaje decretó la nacionalización de la banca, pronunciado su famosa frase: “Defenderé el peso como un perro”.
El diputado Porfirio Muñoz Ledo —del Frente Democrático Nacional— dejó estupefacto al presidente Miguel de la Madrid y a sus invitados, durante el último informe, en 1988, al interpelarlo por el resultado de las elecciones a favor de Carlos Salinas de Gortari. Una vez que concluyó, De la Madrid abandonó presuroso el recinto legislativo.
Al presidente Salinas de Gortari (1988-1994) le tocó vivir la reforma a la Ley Orgánica del Congreso para permitir que antes de la lectura del informe y en ausencia del Ejecutivo, cada partido presentara su punto de vista. Aunque esto no evitó que en los informes subsecuentes hubiera interpelaciones encabezadas por la oposición.
Tras el levantamiento armado del EZLN, en enero de 1994; el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el estallido de la crisis económica de diciembre de ese año, Ernesto Zedillo decidió modificar su rendición de cuentas. Su primer informe, en 1995, no rebasó la hora. Canceló también la salutación, el recorrido en auto descubierto y eliminó el día feriado obligatorio haciendo que todas las dependencias públicas trabajaran como cualquier día hábil.
En el segundo informe de Zedillo, el diputado perredista Marcos Rascón se ubicó frente a la tribuna y, de cara al auditorio, se colocó una máscara de cerdo, con pancarta en mano. El Presidente continuó su discurso, mientras el incidente se prolongó con la discusión entre varios diputados y la senadora Irma Serrano.
En 1997, un legislador distinto al del partido de Zedillo, Porfirio Muñoz Ledo, del PRD, fue el encargado de responder al discurso.
Alternancia y entierro
Las elecciones del 2000 marcaron un hito en la historia de México. Por primera ocasión —luego de 70 años de la permanencia del PRI— y sin mediar ningún conflicto armado, llegó a la Presidencia un partido de oposición, el Partido de Acción Nacional (PAN).
Desde el principio, Vicente Fox no contó con el apoyo del Poder Legislativo. El 1º de septiembre de 2004, San Lázaro fue protegido por fuerzas policíacas para evitar que las protestas ciudadanas impidieran la realización del cuarto informe. Las increpaciones de los legisladores fueron por la falta de diálogo político con la sociedad y la necesidad de iniciativas tendientes a mejorar la relación entre ambos poderes.
El quinto informe foxista no fue sólo el más corto —sólo emitió 65 palabras—, sino el más abucheado de la historia.
En 2006, en su último informe y ante la tribuna del Congreso tomada por el PRD y el PT, el guanajuatense entregó su resumen al presidente de la Mesa Directiva y se retiró. Más tarde transmitió un mensaje en cadena nacional.
Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) fue el sepulturero de la “fiesta del Presidente”. Desde el arranque de su gobierno, Calderón sudó con la presión de los partidos de izquierda que nunca han dejado de reclamar un presunto fraude electoral al candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador. La ceremonia de transferencia de poderes se realizó casi de manera furtiva, ante el acoso de la oposición.
En 2007, tras la inviable posibilidad de ofrecer un mensaje, Calderón entregó por escrito su Primer Informe de Gobierno a la presidenta de la Mesa Directiva, Ruth Zavaleta, quien se negó a aceptar el legajo porque su partido —el PRD— consideró “ilegítimo” el gobierno del michoacano.
A partir de entonces, Calderón enterró la tradición de la lectura del informe y aprovechó el espacio en los medios de comunicación y en las redes sociales para rendir cuentas y no perder presencia pública.
Y así será en esta última ocasión.



