Crónicas NYquinas

María Eugenia Merino

Nueva York. 16 de agosto de 2001. Hace 24 años murió Elvis Presley. Hoy, el calor del verano disminuyó un poco, pero las lluvias hacen bochornoso el ambiente; pero con lluvia o calor, la actividad no cesa y la gente —la de aquí y la que sólo está de paso— continúa con su rutina, aunque la rutina sólo sea hacer algo diferente porque se está de vacaciones. Y las calles de Nueva York se llenan de paraguas de todos tamaños y colores, pero en su mayoría negros; y si la lluvia te toma desprevenido mientras caminas en un parque o rumbo al teatro o a cenar, no importa: de la nada salen vendedores ambulantes —que también los hay, y muchos, al igual que en la ciudad de México— gritando: Three dollar umbrellas que evitarán que en esta ocasión te mojes, aunque se te rompan la tercera vez que los usas —a dólar por aguacero— y por eso casi nadie se preocupa si los olvida en el cine o en el metro.

Pero no quería hablar de la lluvia, ni de los paraguas de tres dólares, sino de cómo, después de 24 años, la leyenda de Elvis Presley —que fue leyenda en su propia época, y lo sigue siendo después de que murió hace tanto— continúa viva; y al grito de “el Rey no ha muerto” se presentó el pasado viernes 10 de agosto, en el Madison Square Garden, Elvis-The Concert, una producción asombrosa que reúne en vivo en el escenario a los antiguos integrantes de su banda, con esta enorme imagen de Elvis proyectada en video.

Tal como se anuncia, ésta es su “primera gira de conciertos alrededor del mundo” (Europa por tres ocasiones, Australia, Japón, Inglaterra y todo el territorio de Estados Unidos), con lo cual se hace realidad un sueño que en vida Elvis no pudo lograr. En cada ocasión (es la segunda vez en Nueva York en este año), tal como ocurría donde quiera que actuaba el joven de Tupelo, Mississippi —que cuando cantaba no se parecía a nadie sino a sí mismo—, la multitud grita y se emociona sin importar si son jóvenes o no tan jóvenes, porque el concierto atrae a gente de las más distintas edades y condiciones, unos por curiosidad y otros por pura nostalgia.

Un show lo más parecido a lo que Elvis hizo mientras vivió, para lo cual se han editado películas y videos de sus mejores conciertos (That’s The Way It Is, 1970; la gira de 1972 y el especial vía satélite Aloha from Hawaii) que ahora se presentan en una pantalla gigante acompañados de una orquesta de 16 músicos, en vivo, además de la banda original que usualmente tocaba con él. En la medida de lo posible, se trata de un Elvis auténtico, en los mejores momentos de su carrera artística y en la mejor condición física de su vida.

Es un momento mágico, de una intensidad que sólo los conciertos en vivo tienen, porque el espectáculo está tan bien producido, echando mano de todos los avances que la tecnología puede ofrecer, y la interacción entre el video y lo que ocurre en el escenario es tan real, que el público olvida que Elvis no está ahí, que ya murió, y que lo que tiene enfrente es sólo una imagen en video. No por nada Elvis-The Concert ha quedado inscrito en el Libro de récords de Guinness como “la primer gira en vivo que presenta a un artista que ya está muerto”.

Para quienes hemos sido admiradores de Elvis desde siempre, quienes crecimos con sus canciones y bailamos al compás del rock and roll, la experiencia no puede ser más emocionante; y para aquéllos a quienes les tocó nacer en la época de Travolta, supongo que nunca imaginaron que algún día llegarían a ver “casi” en vivo a este Elvis que cambió no sólo la música de su tiempo, sino la historia de la música. Pocas veces el espectáculo ha dado una estrella que brillara con tal intensidad aun cuando no estaba presente en los escenarios, porque como digo en mi novela Elvis murió en agosto, siempre estuvo “…en la lista de triunfos de la semana, incluso durante los dos años que estuvo en el ejército, cuando era el soldado US53310761, porque en el radio no dejaron de tocar El rock de la cárcel, ni Love me tender, y la juventud, “bajo su influencia, formó la llamada época dorada del rock and roll.

Algunas personas recordaban lo que estaban haciendo cuando escucharon la noticia de que Elvis había fallecido. Lo más curioso es que, casi todas ellas —al igual que yo— iban manejando en el momento de oír: “El Rey ha muerto. Elvis Presley acaba de morir”.

El concierto abre con el tema que utilizaba Elvis como entrada triunfal al escenario: 2001, Odisea del espacio (Así habló Zaratustra) para luego continuar con todos sus éxitos: I Can’t Stop Loving You, Hound Dog, Blue Suede Shoes, Don’t Be Cruel, Suspicious Mind, sin que faltaran Jailhouse Rock y Love Me Tender.

Una noche para recordar por muchos años, más allá de que retumbaran en el Madison Square Garden las palabras finales: Elvis have left the building, y la gente regresara a sus casas, a su rutina, a la lluvia que caía sobre las calles de Nueva York, llenas de paraguas de todos tamaños y de todos colores, aunque en su mayoría negros.

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