Alexander Serikov

El proceso judicial contra Pussy Riot y el escándalo en torno a las tres integrantes de este grupo femenino de rock punk cuyo nombre podría ser traducido del inglés como Motín de la Gatita, adquirieron proporciones de un show político. En la Rusia de hoy las manifestaciónes de la oposición contra los resultados de las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales ya no es cosa rara y las autoridades no impiden su realización previa autorización. Se llevan a cabo en las calles y plazas de las ciudades y, al parecer, ya no atraen tanta atención del pueblo. Por lo que se buscan otras formas de protesta.

Fue el 21 de febrero del presente año cuando las tres mujeres del mencionado grupo entraron en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, principal templo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, irrumpieron en el altar, colocaron allí el equipo de sonido y comenzaron a cantar una canción en la que pidieron a la Virgen que echara a Putin y acusaron al jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kiril, de creer en Putin más que en Dios.

Desde luego que este acto político presentado como una muestra  artística, no fue coordinado con las autoridades laicas o eclesiásticas. Unos minutos más tarde de que las mujeres se desprendieran de varias de sus ropas y empezaran a tocar la guitarra eléctrica, cantar y bailar encapuchadas y en ropa interior en la zona restringida del altar, los elementos de seguridad las obligaron a cesar su “concierto” y las llevaron a la salida.

La Iglesia Ortodoxa Rusa reaccionó indignada ante la profanación del templo y pidió un severo castigo contra las integrantes del grupo. El 3 de marzo de este año  fueron arrestadas dos de las mujeres del mencionado grupo y más tarde, el 16 de marzo fue detenida la tercera integrante. Las tres fueron acusadas de vandalismo y fueron sentenciadas el 17 de agosto de este año a dos años de prisión. Según la sentencia, ellas “habían socavado el orden social mostrando absoluta falta de respeto a los creyentes”. A lo que una de las sentenciadas, Tolokónnikova, replicó que la sentencia es un síntoma claro e inequívoco  de que la libertad está desapareciendo en Rusia.

Esta idea fue apoyada desde el día de su arresto por los numerosos simpatizantes de Pussy Riot. Se pronunciaron en su apoyo destacadas figuras del arte y la política del mundo como Madonna, Sting, la canciller alemana Angela Merkel y la representante de la Unión Europea, Catherine Ashton, entre otros. Numerosos simpatizantes creen que la sentencia es demasiado severa. Pero la cancillería rusa recuerda al respecto que en varios países del mundo las leyes estipulan serios castigos por acciones ofensivas contra las creencias religiosas.

En Alemania son hasta tres años de prisión por delitos contra la religión y creencias; y en Austria hasta 6 meses de prisión por acciones vandálicas en las Iglesias. Y si los autores intelectuales de lo hecho por Pussy Riot en el templo sagrado ruso –opositores de Putin y de Kiril- creen que de esta manera tendrán más simpatizantes, déjenme decirles que es al contrario, la enorme mayoría de los creyentes rusos a los cuales pertenece el autor de estas líneas, se oponen a tales actos de sacrilegio como cantar en el altar del templo sus “plegarias”  con palabras obscenas y blasfemas.