Signos de fácil lectura

Teodoro Barajas Rodríguez

Morelia.- México oscila entre alegrías derivadas de triunfos deportivos y el perfil oscuro de la impunidad, dos rostros diferentes pero en un solo bloque, siempre en los extremos como carga cultural. Somos un pueblo sui generis.

Ahora que terminaron los Juegos Olímpicos, como suele ocurrir se abatieron récords, se registran sorpresas y se ratificaron expectativas, números, victorias y fracasos. México fue la sorpresa en el fútbol, derrotó a un equipo histórico como Brasil, se rompieron esos maleficios tan típicos al momento de competir, se dejó de lado el pánico escénico para optar por la victoria como destino trabajado.

La justa ecuménica fue pródiga en simbolismos que retrataron esfuerzos, el sabor del triunfo y en sí toda una fiesta bajo el adusto estilo inglés con el té y lo ceremonioso incluidos. Esas fueron buenas noticias en medio de un vendaval de graves problemas como el pánico vivido la noche del viernes 10 en Michoacán, de nuevo la zozobra, los actos al margen de la ley que siembran desconfianza.

Matan a un alcalde electo en San Luis Potosí y entonces se ciernen muchas amenazas como una jauría. No se trata de ser pesimista, pero lo que refiero ocurrió. No es el ánimo de hablar mal de nuestro país, pero no podemos hacernos de la vista gorda máxime que no deja de asombrar el que se acumulen tragedias al infinito.

Por una parte celebramos el campeonato olímpico y por la otra los demonios se sueltan, se incluyen y laceran. Está por despedirse el actual sexenio gubernamental panista que no se distinguió por bajar índices de criminalidad porque la sangre corrió a borbotones, de manera tal que no retuvo la presidencia el partido ahora fragmentado desde su cúpula a la base, se desplomó a un tercer lugar el PAN, la mayoría que optó por otras opciones no puede estar equivocada. Tales son los signos de fácil lectura.

La violencia no ha sido desterrada, se advierte como un nudo gordiano, a veces como utopía. Las víctimas de los estragos de la guerra se cuentan por miles, es como un enorme panteón que crece exponencialmente, nunca hubo correcciones porque el dogma lo impide.

Así que bien por la selección olímpica, pero en el México real en el cual nos movemos las cosas mantienen un cruento empuje y un combate sordo que sólo se traduce en impunidad, en muchos casos siembra de horror.

La situación es compleja, sí, lo sé de cierto, pero abandonarnos en la más letal desesperanza no es la solución.

Vivimos en una especie de apocalipsis que describe tragedias para ir en menoscabo del estado de derecho. Apocalipsis significa revelación y lo que vemos en muchos casos supera la ficción, pero no todo se ha perdido y el ánimo derrotista no es la opción, queda claro.

Convivimos con las dos caras de la moneda, el triunfo deportivo y lo amargo que resultan los estragos de la delincuencia.

En Michoacán regresó la violencia la semana anterior, los ninis incrementan su número, los jóvenes celebran el 12 de agosto su día en medio de serios problemas estructurales.

Y a todo esto hay quienes se anclaron en la resaca del primero de julio como quien ve un árbol y no el bosque.

Lo mejor que puede ocurrir es que concluya este sexenio y no falta mucho.