Cosechamos lo que sembramos
Mireille Roccatti
La tragedia que hoy observamos en el campo mexicano obedece fundamentalmente a la implantación, hace tres décadas, del modelo desarrollo neoliberal, que desmontó todas las instituciones, mecanismos y acciones previstos en las políticas públicas que los gobiernos mexicanos desarrollaron durante seis décadas.
Tras el agotamiento de los modelos de desarrollo estabilizador y desarrollo compartido, la crisis político-económica en 1982, parte de una cadena de crisis recurrentes, nos llevó a implantar la política neoliberal.
Hoy, como expresa la sentencia bíblica, cosechamos lo que sembramos. Un poco más de la mitad de la población sufre algún grado de pobreza, la concentración de la riqueza es más exacerbada que nunca antes en la historia del país. Seguimos sin superar el atraso en materia educativa, salud y vivienda. Es cierto que el problema de la inseguridad es muy grave, pero puede afirmarse con certeza que la mayor violencia que sufre la nación es la pobreza de su población.
La pobreza, más allá de las sofisticaciones técnicas que establecen grados de pobreza, es inaceptable. En especial la pobreza alimentaria. Un esfuerzo prioritario que debemos emprender es mitigarla y erradicarla. Este grave problema social, se agudiza en el campo mexicano, donde viven los más pobres de los pobres. En nuestro país, ser campesino equivale a ser pobre. El México actual requiere de un país con estructuras sociales más justas. Para lograrlo, requerimos modificar el modelo de desarrollo económico, especialmente en el campo, tras el desastre de las últimas tres décadas.
Al introducir las políticas neoliberales, se abandonó la política pública de soberanía alimentaria. Se instrumentó, entonces, la actual de ventajas comparativas. Se eliminaron todos los subsidios a los productores del campo, aplicando con “fe de conversos” las medidas neoliberales, cosa que no hace ninguna nación y menos las grandes economías capitalistas.
El resultado está a la vista. Son hechos innegables. La balanza comercial agropecuaria, es deficitaria en casi 5 mil millones de dólares, cada vez tenemos que comprar más granos y cada vez tenemos que pagarlos más caro.
Es urgente replantear toda la política del sector —agricultura, ganadería, avicultura, porcicultura, silvicultura—, en suma, todo el sector primario. En principio es impostergable modificar los patrones de cultivo de granos básicos. El país no puede seguir siendo vulnerable. La reforma tiene que ser de fondo.
Más allá de militancias partidistas o afinidades ideológicas, todos los mexicanos debemos apoyar la cruzada a que ha convocado la Confederación Nacional Campesina de que “El campo va a cambiar”, con el que su líder Gerardo Sánchez retoma con vigor renovado el impulso de los valores con que fuera fundada esta organización cardenista.
El tiempo se agota y el campo requiere del esfuerzo de todos los mexicanos.
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