Aparte de un mal olor
Yazmín Alessandrini
Poseedor de esa fina cualidad de ser candil de la calle y oscuridad de su hogar, la cual ha presumido durante toda su administración, el presidente Felipe Calderón se reunió a mediados de la semana que recién concluyó con el embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, para prometerle que la agresión a dos de sus ciudadanos el pasado viernes 24 de agosto, cuando se dirigían en una camioneta blindada rumbo al campo de tiro militar conocido como El Capulín, allá por el paraje de Tres Marías (carretera federal México-Cuernavaca) a mano de 12 supuestos agentes de la Policía Federal vestidos de civil, no quedará impune y que se castigará con todo el peso de la ley a los agresores.
Perfecto. No faltaba más. Así es como se debe actuar cuando surgen conflictos que amenazan con friccionar las relaciones entre dos países. Sin embargo, una vez más (como destacamos en nuestra colaboración de la semana pasada, titulada “La historia fantástica de un intento de asesinato”), es desde la misma Presidencia de la República donde se le da un manejo poco claro y falaz a hechos que merecen un trato por demás delicado tanto en lo diplomático como en lo informativo.
En este caso en específico, llama a la sospecha y a la desconfianza que desde ocurrido el hecho (por la información que me llegó, la agresión se suscitó aproximadamente a las 8:30 horas del viernes 24) y hasta que medios de comunicación y opinión pública se nos proporcionó una “versión oficial” del mismo, transcurrieron algo así como ¡12 horas! ¿Dónde quedó la atingencia y eficacia de las áreas de comunicación social de la Presidencia de la República, la Procuraduría General de la República y de las secretarías de Marina y de Relaciones Exteriores? ¡Nadie sabe, nadie supo!
Igualmente, con el transcurrir de los días en medios escritos y electrónicos sólo hemos tenido oportunidad para confundirnos con el manejo de la información brindada por las llamadas “fuentes oficiales”. ¿Por qué? Porque para empezar a estas alturas ya no sabemos si los señores Jess Hoods y Stan Dove Boss, quienes resultaron heridos en la agresión, eran funcionarios de la embajada gringa, instructores de la Marina estadounidense o agentes de la DEA o la CIA… pero, eso sí, sin prestar declaración a las autoridades, ambos ya salieron de nuestro país y de acuerdo al Departamento de Estado norteamericano ya convalecen de sus heridas en la comodidad de sus respectivos hogares.
Y a partir de eso, pura confusión, el terreno en el que mejor se mueven nuestras autoridades: que si el capitán de la Marina iba manejando, que si iba en el asiento trasero pidiendo auxilio por su teléfono celular, que si iba en la cajuela o que si era un holograma (porque hasta el día de hoy nadie conoce su nombre); que si los funcionarios/agentes iban a una capacitación al campo de tiro El Capulín, que si iban en busca del narcotraficante Héctor Beltrán Leyva (a) El H, que si iban por unas quesadillas a Tres Marías… pero se perdieron (porque uno de ellos iba manejando el vehículo en el que se transportaban); que si los policías federales se confundieron y comenzaron a disparar, que ese día no portaban sus uniformes porque la tintorería no se los entregó a tiempo, que están coludidos con el crimen organizado y recibieron la orden de tirar a matar; que si la camioneta tenía blindaje 4 o blindaje 7…
¡Vaya usted a saber!
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