Eusebio Ruvalcaba

1 La música ha atraído irremisiblemente (sin remedio, sería más apropiado decir) a ciertos poetas; quizás a los que han gozado de un oído más acusado, no tanto para el uso de las reglas de la métrica y la rima —que no es cosa fácil, y que los repentistas de Veracruz lo dominan—, sino a quienes han hecho de la prosodia —dícese del arte de la pronunciación y sonoridad de las palabras, esto es de su musicalidad— un estilo de vida. Como el flagrante caso de Fray Luis de León. Ningún tópico tan acentuado como el suyo para ejemplificar el de las palabras cantadas. ¿Acaso sería demasiado decir que nadie más que él ha llevado el sonido del español hasta más allá de la cima sonora? 2 Fray Luis de León (1527-1591; Beethoven muere trescientos años después, en 1827; y Mozart muere doscientos años más tarde, en 1791) fue amigo fraternal de Francisco de Salinas (1513-1590), a quien le dedicó la sublime oda Francisco de Salinas, y que dice así: “El aire se serena/ y se viste de hermosura y luz no usada,/ Salinas, cuando suena// la música extremada/ por vuestra sabia mano gobernada;/ a cuyo son divino/ el alma, que en olvido está sumida,/ torna a cobrar el tino/ y memoria perdida/ de su origen primero esclarecida.// Y como se conoce,/ en suerte y pensamiento se mejora; el oro desconoce/ que el vulgo vil adora,/ la belleza caduca engañadora.// Traspasa el aire todo/ hasta llegar a la más alta esfera,/ y oye allí otro modo de no perecedera música, que es la fuente y la primera.// Y como está compuesta/ de números concordes, luego envía/ consonante respuesta,/ y entre ambos a porfía/ se mezcla una dulcísima armonía./ Aquí la alma navega/ por un mar de dulzura, y finalmente/ en él ansí se anega,/ que ningún accidente/ extraño y peregrino oye y siente./ ¡Oh, desmayo dichoso!/ ¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!/ Durase en tu reposo,/ sin ser restituido,/ jamás aqueste bajo y vil sentido.// A este bien os llamo/ gloria del apolíneo sacro coro,/ amigo a quien amo/ sobre todo tesoro;/ que todo lo visible es triste lloro.// ¡Oh! Suerte de contino,/ Salinas, vuestro son en mis oídos,/ por quien al bien divino/ despiertan los sentidos,/ quedando a lo demás adormecidos”. 3 Músico ciego desde que vio la luz, nacido en Burgos y muerto en Salamanca, organista del virrey de Nápoles, profesor en Salamanca y autor del volumen De musica libri VII —obra fundamental para el estudio de la música popular española del siglo XVI—, acaso uno se preguntaría, luego de la lectura del poema de Fray Luis de León, cómo tocaría este hombre para haber inspirado dichas líneas. Y no sólo cómo tocaría, sino qué tocaría. A lo mejor música de él, a lo mejor música de algún compositor de su época, ¿cómo saberlo? Lo emblemático es la fusión de la música y la poesía. Sin duda, el arte de Salinas le dictó a Fray Luis de León su oda. Más la amistad: “Amigo a quien amo sobre todo tesoro”. Música, poesía y amor fraternal, ¿se requieren más ingredientes para un martini de apolíneo sacro coro?, ¿de ése que así suena al chocar las copas? 4 Para concluir estas líneas, uno se inquiriría si el oído se educa. ¿O es de nacimiento que un poeta domina este encabalgamiento entre un verso y el siguiente, o, mejor aún, esta articulación entre una palabra y la que la sigue, a modo del agua que corre por un río, de pronto en un trayecto de paz y quietud, de pronto en uno vertiginoso e imprevisible? En fin, entre lo que son peras o son manzanas, no estaría demás qué cantidad de poetas escucharan Brahms cuando la poesía llame a su puerta.