Como cualquier ser humano

Marco Antonio Aguilar Cortés

Mal hicieron quienes desde diferentes partes del zócalo capitalino lanzaron rayos láser al rostro del presidente Felipe Calderón Hinojosa durante la ceremonia del llamado Grito de la Independencia.

No creo que hayan sido amigos del Ejecutivo federal; fueron, seguramente, enemigos de las instituciones del país, pues simpaticemos o no con el actual titular de ese poder, esa agresión conlleva implicaciones peligrosas.

El presidente electo Enrique Peña Nieto, ante cerca de 300 personas con influencia nacional, manifestó: “un presidente no tiene amigos, el único interés es el avance de la república, y ése será el actuar de mi gobierno”.

Y agregó: “no aspiro a ser un gran orador que encante con sus discursos; aspiro a dar resultados”. Se observa, claramente, que no es un gran orador; empero, millones de mexicanos sí deseamos que sea cierto su autocalificativo de ser persona que dé buenos resultados para todos.

Sabemos que cualquier ser humano tiene amigos y enemigos, y el presidente de nuestro país, sea quien sea, no constituye ninguna excepción al respecto.

Peña Nieto, por ende, ha generado en el transcurso de su vida enemistades y amistades, con derecho a conservarlas, y con el deber de ser leal a ambas, sujeto a los reacomodos que la dialéctica de la vida nos impone a todos, al hacer de algunos amigos del hoy los enemigos del mañana y, a la inversa, a los enemigos de ahora los amigos del futuro.

Sin embargo, entendamos que con esa expresión Peña Nieto deseó sólo significar que en el ejercicio del poder su administración no va a estar al servicio de sus amigos ni va a constituir un gabinete de cuates. Y de ser cierto, esto, el presidente Peña Nieto comenzará bien, siempre y cuando su equipo quede integrado por gente honesta, patriota, capaz y trabajadora.

En relación con los enemigos manifiestos del presidente electo debemos considerar que, no siendo pocos, esgrimen motivaciones superficiales y prejuiciosas, por lo que suelen expresar generalidades cargadas de odios injustificados que fácilmente se desmoronan.

Por otra parte, los grandes presidentes de México han estado implicados de afectos y adversarios, pero han sabido conducir su ejercicio con un profesionalismo por encima de las querencias y al margen de los rencores. ¡He ahí su nobleza!

Nuestro presidente en ejercicio Felipe Calderón Hinojosa, por ejemplo, pierde su nivel cuando califica al senador panista Javier Corral Jurado como “un cobarde”, provocando que éste le responda con una andanada de majaderías bajunas que afectan la investidura presidencial, lamentablemente para todos.

¿Qué gana la nación o el pueblo de México con este intercambio de adjetivos injuriosos? Lo vejatorio de las palabras toca más a quien las pronuncia que a quien se lanzan.

Un presidente de la república debe trabajar por el bien de todos los mexicanos, sin distingos de amigos o enemigos, sin cómplices, sin clientes, sin socios, sin pandillas, sin nepotismos.

Si da eficaces y excelentes resultados, el presidente Enrique Peña Nieto será buen líder, aunque no sea ni buen lector de literatura ni gran orador. Basta con que haga bien a todos, y no haga mal a nadie.