Susana Hernández Espíndola
La fuga de 131 reos del Cereso de Piedras Negras, Coahuila, ocurrida el pasado 17 de septiembre, es ya calificada como histórica y se considera como la segunda evasión de presos más relevante de los últimos seis años en México, después del escape de 151 prisioneros en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en diciembre de 210. Pero ambas reflejan, de manera indiscutible, la crisis en la que se encuentra inmerso ab æterno nuestro sistema penitenciario.
Aunque el presidente Felipe Calderón presume en su cuenta de Twitter que en ese mismo lapso se han fugado más de mil reos de penales estatales, pero ninguno de cárceles federales, es evidente que en la guerra contra el narcotráfico que emprendió desde el inicio de su administración —la cual, según los expertos, ha teñido aún más de sangre al país—, se dejó de lado una estrategia que previera la reestructuración de estos inútiles centros de “readaptación social”, ya que si por algo se han caracterizado estas supuestas cárceles “modelo” es por hacinamiento, corrupción e impunidad; tráfico sexual, de drogas y armas, y por fugas y motines. De hecho, todas las prisiones municipales estatales y federales mexicanas padecen de los mismos males.
Los actuales penales —llamados, no sin razón, escuelas del crimen— se encuentran muy lejos de ser aquellos espacios soñados en los que el preso cumpliera su sentencia y adquiriera una readaptación que le permitiera, luego de su condena, tener cabida en la sociedad. Su putrefacción, principalmente por la corrupción de autoridades, ha devenido en un mal endémico que hasta el momento ningún gobierno ha podido mermar.
A la débil resistencia de la honestidad de los custodios, la cual es conocida a detalle públicamente, se suma hoy la disposición de los capos del narcotráfico para ofrecer “trabajo” a los reos que huyen de los penales y desean hacer una “carrera” en las actividades ilícitas. Tal y como lo revelaran al rotativo Zócalo de Saltillo las fuentes policíacas cercanas a la investigación de la reciente fuga en Piedras Negras, detrás de esta huida masiva de prisioneros presumiblemente se encuentran Los Zetas.
Al parecer, Los Zetas estaban organizando la “fuga del siglo”, pues sus planes planteaban un escape simultáneo en varios penales de Coahuila. De haberse ejecutado, habría sido el más grande reclutamiento de hombres por parte de una organización criminal. Y aunque en principio se manejó que los reclusos escaparon a través de un túnel, los tres prófugos hasta ahora recapturados declararon que la mayoría salió por la puerta principal de la prisión.
No es de extrañar, entonces, que las entidades que han sido más golpeadas por la delincuencia organizada, como Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Jalisco, Chihuahua y Michoacán, contabilicen el mayor número de fugas.
Si bien desde el año 2000 a la fecha se ha duplicado la población carcelaria y han aumentado los escapes masivos de reos, la historia de México registra sorprendentes fugas que, realizadas con gran ingenio y osadía, y a veces por “celebridades”, evidencian, particularmente desde el siglo XIX, la vulnerabilidad de los sistemas penitenciarios. Tal situación convierte a las cárceles mexicanas en escuelas de la fuga.
Fugas célebres
¿Se quedó en el “El Limbo”?
El legendario Jesús Arriaga, mejor conocido como “Chucho el Roto” —porque para realizar sus estafas se vestía al estilo elegante de la gente adinerada del siglo XIX, llamados “rotos”—, fue un astuto bandido mexicano que destinó la mayor parte de lo hurtado a ayudar a los pobres.
En 1885 se escapó de la cárcel de San Juan de Ulúa, ubicado en un islote de Veracruz. Aunque por primera estaba preso, logró fugarse metido en un barril que se utilizaba como sanitario, el cual lo arrastró hasta la costa. Nueve años después fue reaprehendido y vuelto a encerrar en San Juan de Ulúa, de donde intentó huir por segunda ocasión, pero fue traicionado y condenado a recibir 200 latigazos en la llamada celda de castigo “El Limbo”.
De ahí fue trasladado a la enfermería del hospital más antiguo de Veracruz, el “Marqués de Montes”, donde se le declaró muerto el 25 de marzo de 1894, a los treinta y seis años de edad, a consecuencia de los golpes recibidos. El cuerpo de “Chucho el roto” sí que salió de San Juan de Ulúa y fue llevado en ferrocarril a la Ciudad de México para ser sepultado. Y se cuenta que quienes recibieron los despojos se llevaron el susto de su vida cuando abrieron el féretro y, en lugar del cadáver, hallaron un montón piedras.
“Rebelde” hasta la fuga
En 1909, Francisco I. Madero fundó el Partido Nacional Antirreeleccionista que se oponía a la Presidencia ininterrumpida de Porfirio Díaz, el cual, merced a elecciones truculentas, venía gobernando desde 1876. Nominado candidato presidencial por este partido, Madero fue encarcelado en 1910, en San Luis Potosí, por orden del gobierno federal, bajo los cargos de rebelión y ultraje a las autoridades.
El político y empresario coahuilense también se rebeló de su encierro y logró escapar hacia Estados Unidos. Desde San Antonio, Texas, promulgó luego el Plan de San Luis, que convocaba a levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910, para llevar a cabo el derrocamiento del Porfiriato.
Escape del paredón
Molesto por la brillante carrera de Pancho Villa y con el pretexto del robo de una yegua, Victoriano Huerta procesó al líder revolucionario por insubordinación y ordenó su fusilamiento. Madero intervino y el “Centauro del Norte” fue enviado a la penitenciaría de la Ciudad de México —también llamado el Palacio Negro de Lecumberri—, donde permaneció de junio a noviembre de 1912. En diciembre fue trasladado a la cárcel de Santiago Tlatelolco, pero escasamente permaneció ahí un mes, pues el 25 de diciembre escapó.
Pájaro que voló
Una de las fugas más espectaculares en la historia de las prisiones mexicanas, es la del traficante de armas David Kaplan, quien cumplía una sentencia de 28 años en el penal varonil de Santa Martha Acatitla. El 18 de agosto de 1971 este estadounidense se escapó volando, en un helicóptero que, pintado de azul, como el que utilizaba el regente de la ciudad, aterrizó en el patio del dormitorio uno del reclusorio.
Junto con su acompañante de celda, el venezolano Carlos Contreras Castro, Kaplan huyó, ante los ojos atónitos de los presos y celadores que ni un disparo hicieron.
Un galán de cine
El primer gran narcotraficante que operó en México, Alberto Sicilia Falcón, exiliado cubano y participante como mercenario en el ataque a Playa Girón, fue recluido en Lecumberri, en 1975. Por su mal comportamiento y sus continuos pleitos fue considerado como un reo incorregible, pero el 26 de abril de 1976, junto con Luis Antonio Zúccoli, Alberto Hernández Rubí y José Egozzi Bejar, se escapó del Palacio Negro, por un túnel de más de 40 metros de largo, horadado por las noches.
De Siciliana se cuenta que en prisión era un hombre dadivoso con los otros reos, quienes con gusto estaban dispuestos a servirle. Fuera de prisión era considerado un temible asesino, a pesar de que su galanura y porte varonil lo semejaban a un artista de cine al que se le llegó a vincular sentimentalmente con Irma Serrano, La Tigresa, y con Dolores Olmedo.
Para desgracia del narcotraficante, un mes después de su fuga fue recapturado y llevado a la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, para luego ser trasladado al penal de La Palma, de donde salió en 1999.
En zapatos de mujer
Acusado de secuestro, Guillermo Mendoza Ramírez fue condenado a 33 años de prisión en el Reclusorio Preventivo Varonil Oriente. Sin embargo, no tuvo prejuicio alguno en vestirse de mujer y salir por la puerta del acceso al penal, el 8 de diciembre de 2001.
“Enemigo público número uno”
Ex militar de la Brigada de Fusileros Paracaidistas y ex policía del Batallón de Radio Patrullas del Estado de México (Barapem), Alfredo Ríos Galeana se convirtió, en 1981, en un delincuente, al desaparecer la corporación mexiquense. En su historial criminal, que le ganó el mote de “El enemigo público número uno”, se encuentran los cargos de robo, asociación delictuosa, portación ilegal y acopio de armas de fuego, daños en propiedad ajena, homicidio, falsificación, evasión de reos y ataques sexuales. Cometió alrededor de cien asaltos a bancos e inmuebles y mató a varios policías, pero también secuestró y asesinó a comerciantes y empresarios.
En 1983 se fugó del Centro de Readaptación Social del Estado de Hidalgo, donde estuvo unos meses. Fue recapturado y llevado al penal varonil de Santa Martha Acatitla, de donde volvió a escapar. Ya preso en el Reclusorio Sur, estando en una de sus audiencias, diez de sus cómplices arribaron al área de rejillas de prácticas y arrojaron granadas, haciendo un boquete por el que escapó el delincuente, el 22 de noviembre de 1986.
En 2005 fue detenido en Estados Unidos, donde tenía una nueva esposa y tres hijos, además de que se hizo cristiano y su vida era relajada tras haberse realizado hasta tres cirugías plásticas para modificar su rostro. Ahora se encuentra en el penal federal de La Palma y varios de sus delitos han prescrito, los testigos murieron y los bancos han desaparecido.
El Señor de los Récords
Condenado por secuestro y portación de armas exclusivas del Ejército y la Armada, Nicolás Andrés Caletri López, o simplemente Andrés Caletri —junto con Ríos Galeana— posee el récord de fugas de distintos penales. En enero de 1992 se escapó del de Santa Martha Acatitla. Ocho meses después fue detenido de nuevo, pero el 30 de diciembre de 1995 se fugó del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, junto con once reos más.
Posteriormente fue detenido y condenado a 28 años de prisión, pero el 8 de junio de 1998 logró salir del Reclusorio Preventivo Varonil Norte. En febrero de 2010 fue recapturado en Oaxaca.
“El Samsonite”
Alfredo Cervantes Ramírez logró escapar del Reclusorio Norte, el 8 de junio de 1998, en el interior de una maleta Samsonite. Luego de someterse a una rigurosa dieta, logró un peso de 50 kilogramos, que bien le permitió acomodarse en el equipaje y ser sacado del penal por su esposa. Fue recapturado en Nuevo Laredo, en 2004.
Un millonario de Forbes
Uno de los hombres más ricos del mundo, según Forbes, pero también de los más buscados, es el famoso narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, quien huyó, el 19 de enero de 2001, del penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco, sin que “nadie” se diera cuenta. De su fuga predominan dos versiones: la primera sostiene que se metió a un contenedor de ropa sucia y que fue subido a un camión de limpia que lo sacó de la prisión.
La segunda versión es sustentada por la periodista Anabel Hernández, en su libro Los señores del narco, donde asegura que la fuga de “El Chapo” fue organizada por funcionarios públicos. Ella indica que un día antes de la fecha “oficial” de la huída, adentro del penal hubo un operativo y, cuando los policías entraron, “El Chapo”, vestido con un uniforme que previamente le había sido entregado, salió con el convoy por la puerta principal del penal.



