Víctor Toledo
El trofeo mágico Encontré a la capuchina/ Justo al pie del Monte Rojo./ Caminó desde los Andes/ Hasta conquistar los Alpes/ Superando al gran Anibal/ Sólo armada de belleza/ Una capucha infinita/ Y una garganta de Orfeo: Que es el trofeo de Odiseo./ Anda en sueño mexicano/ Canta en bosques alemanes./ Hada hermosa mas sencilla/ Modesta pero muy fuerte/ Colorida Cenicienta/ Gran secreto de la vida.
Triple tropa de trofeos/ Un secreto no secreto/ El Misterio confirmado/ Lengua lago de la vida. /La bandera española/ Extendida sobre el campo./ El fulgor del Monte Rojo/ Goterones de su sangre/ Que en mil magos en el lampo/ Aquí les dejo que hable:
Antes de salir de viaje por España y sobre todo Italia, removí unas espléndidas flores silvestres, rojas y amarillas, de las márgenes del bosque de La Calera en Puebla (increíble sueño que crece sobre el mármol) y las planté en mi jardín. Pensando que eran especies de la montaña mexicana (me entusiasmó reproducir la simbiosis que tejen estas flores con una bella mariposa blanca, a las que atrae poderosamente, haciendo un oasis para miríadas de ellas y el paraíso en la mirada). Una amiga alemana me dijo —para mi asombro— que abundaban en los bosques y las casas tudescas como adorno. En la antiquísima Alagna (que tanto planeé alcanzar desde Varallo), el centro alpino de esquiadores y legendarios guerrilleros antifascistas y bandidos del Piamonte, la encontré bordando de vida y lenguaje secreto las casas centenarias de paredes y techos de piedra gris de la sagrada montaña de cumbres borrascosas (el Monte Rosso). El rojo y el amarillo, los colores más vivos, significan vida, sangre, fuego, alegría, pasión y con esto la Lombardía y El Piemonte, como con sus frescos exteriores renacentistas, hizo renacer sus viejas piedras eternas (los dioses), que hablan con la lengua de las flores. Para mí fue otra sorprendente y misteriosa Sincronicidad (por decir un pleonasmo) y así entendí, en parte, por qué me llamaba tanto ese lugar:
El Tropaeolum majus, el Trofeo mayor La capuchina, taco de reina, espuela de galán, flor de la sangre, llagas de Cristo, marañuela, mastuerzo de Indias o pelón, es una planta ornamental originaria del Perú cultivada en parques y jardines. En las zonas costeras españolas se ha asilvestrado.
Planta anual, lampiña, suculenta y extendida. De numerosas variedades de flores rojas, anaranjadas o amarillas (en La Calera hay blancas), el cáliz tiene cinco sépalos y la corola cinco pétalos desiguales. Las flores y las hojas hablan un sabor picante similar al del berro.
El término tropaeolum deriva del griego T poπalov, o pequeño trofeo (sic), debido a la disposición de sus hojas y flores. En algunas zonas se la denomina capucha de monje, expresando su forma. Los jesuitas introdujeron la planta a Europa en el siglo XVI, dando constancia de su utilización culinaria, tanto de sus hojas como de sus flores. Se denominaba mastuerzo de las Indias, berro del Perú o de los jesuitas. El botánico Dodoens la cultivó en su jardín en el año 1600. En los altiplanos de Bolivia y en el área andina en general, existe la especie Tropaeolum tuberosum, de tubérculos del tamaño de una castaña, unas flores de bello color carmesí, cuya altura no sobrepasa los cincuenta centímetros (…) en estos países es una especie muy consumida.
Otros nombres del mastuerzo o capuchina: Tijsaw, tajsa, en quechua (según la crónica del Padre Bernabé Cobo: “Los indios le llaman ticsau”). Amatxi lore, euskadi. Aapucinka vacsia, eslovaco. Bequera, Caputxina, Llaguera, Morrissà, Morritort d’indies, catalán. Kapuzinerkresse, en alemán.
La Capuchina conquistó España (gran trofeo americano) y Europa, aprovechando así la conquista española y revirtiéndola, redarguyéndola, como dice La Biblia, mejorando los argumentos. Cura infecciones de la piel y moretones, es anticefalálgica, antihemorroidal, plaguicida, antibiótica, vitamínica, analgésica, somnífera, desinfectante, cicatrizante, tintórea, entre otras cosas.
Deliciosa ensalada, con sus hojas y sus flores, se puede acompañar magníficamente con un vino blanco del Rhin: poner a sus pies ese río de oro para coronar su fulgor. (Para Ánika).

