Carlo María Martini, severo crítico de la Iglesia católica, falleció a los 85 años
Bernardo González Solano
Muchos críticos de la jerarquía católica ponen en tela de juicio la existencia de personajes fuera de serie, cuya muerte duela a propios y a extraños. La verdad, no abundan; el sacerdocio católico anda, desde hace varias décadas, por decir lo menos, a la baja, muy a la baja. Quizás los tiempos no son los mejores para las vocaciones sacerdotales.
Por ello, cuando fallece un sacerdote (excardenal y exobispo de Milán, la diócesis más grande de Europa), como Carlo María Martini (Turín, 15 de febrero de 1927-Gallarate, provincia de Varese, en el Colegio Aloisianum —donde estudió y fue ordenado sacerdote—, 31 de agosto de 2012), la comunidad de mil 200 millones de católicos dispersos por el mundo tienen suficientes razones para sentirse apesadumbrados más allá de la muerte del arzobispo emérito y emblema del llamado “progresismo” católico.
Martini no sólo era un sacerdote ilustrado —políglota de idiomas vivos y muertos—, escritor de polendas, cuyas obras se tradujeron a más de 50 idiomas, sino un místico e intelectual que dialogaba con Dios, pero reconocía humildemente sus dudas de fe.
En buena medida, desde antes de entrar en la ancianidad se convirtió en la conciencia crítica de la Iglesia. Afectado por el Parkinson desde hacía 16 años, Martini, durante el cónclave de 2005, fue “papabile”, pero con gran sentido de la responsabilidad y de la honestidad advirtió a los cardenales del Sacro Colegio Cardenalicio que no podría convertirse en el jefe espiritual del catolicismo. No podía ser sucesor de su amigo el papa polaco Juan Pablo II. En su lugar ocupó el trono de San Pedro, el alemán Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI.
Creyentes y no creyentes, amigos y adversarios, milaneses, italianos y de todo el mundo manifestaron su dolor en las exequias de Martini. Miles y miles de dolientes desfilaron frente a su féretro.
Humildad franciscana
Al atardecer de su existencia, el místico e intelectual Martini ofreció una serie de consejos vitales y espirituales. Con humildad franciscana, el jesuita Martini reconoció incluso sus dudas de fe: “Reñí con Dios, porque no podía comprender porqué hizo sufrir a su Hijo en la Cruz”; “cuando contemplo el mal en el mundo me quedo sin aliento y entiendo a los hombres que llegan a la conclusión de que Dios no existe”.
Al mismo tiempo, el arzobispo emérito de Milán abre su alma sin complejos; se declara un enamorado de la justicia: “el atributo fundamental de Dios”. Es más, pone nombre a sus personajes bíblicos preferidos, desde María Magdalena (“un modelo de creyente, porque ama hasta el exceso) a Jesús de Nazaret (“lo característico de Jesús es el amor a los enemigos”), o poner la otra mejilla: “sorprende a tu enemigo y fíjate qué pasa”.
Como un viejo sabio, Martini comparte el coraje y arriesga, pues “donde hay conflicto arde el fuego”; además, “la vida me ha demostrado que Dios es bueno”. Un Dios presente “en las estrellas, en el amor, en la música, en la literatura y en la palabra de la Biblia”.
Por eso, no hay sorpresa alguna cuando sus estudiosos, sus biógrafos lo llaman un gran biblista. una persona experta en los estudios relativos a la Biblia. De ahí que decidiera vivir en Jerusalén, donde quería ser el contacto entre judíos y palestinos, entre la izquierda y la derecha. Deseo trunco, pues la enfermedad lo obligó regresar a Italia, a sus orígenes.
Papa en la sombra
El fallecimiento de Martini originó una infinidad de artículos sobre su vida y obra, en todos los medios de comunicación del mundo. A cual más acertados. De los que leí, la verdad no pocos, me llamó la atención el de José Manuel Vidal, titulado “Carlo María Martini, el deseado”, en el blog periodista digital.com/religion.php/, del que reproduzco unos párrafos.
“Si la Iglesia católica —dice Vidal— fuese una democracia, él sería si duda el presidente. Si en la Iglesia hubiese elecciones, Carlo María Martini ganaría de calle. Si en la Iglesia votasen los católicos, el purpurado jesuita hubiese sido Papa. Demasiado profético para ser elegido por los mayoritariamente conservadores príncipes de la Iglesia. Carlo María Martini nunca llegó al solio pontificio. Pero fue un Papa en la sombra. Con tanta autoridad moral (o más) que Juan Pablo II y Benedicto XVI. No fue Pedro, pero fue Pablo y Juan a la vez. Hasta su muerte… a los 85 años, tras lidiar durante los últimos 16 con el Parkinson. Con la dignidad de un auténtico enamorado del Cristo samaritano.”
Agrega Vidal:
“Alto, distinguido, nariz de patricio romano, ojos azules y palabra elocuente, parecía un cardenal arrancado del Renacimiento, aunque en realidad fue la figura más posmoderna y brillante del colegio cardenalicio. Martini, una eminencia reconocida por su conocimiento de la Biblia, nació en Orbassano, el 15 de febrero de 1927, en el seno de una familia burguesa —el padre era ingeniero”.
Temido y acosado por los conservadores
Normalmente, los seres humanos nacemos en un parto, normal o quirúrgico, de una mujer. Algunos no llegan al mundo tan fácilmente. Unos pocos ven la luz primera cuando el médico los extrae del vientre de una madre ya muerta.
Eso sucedió con Martini, cuya madre, Olga Maggia, falleció antes de dar a luz al futuro cardenal papable. No sé si el arzobispo de Milán, durante 22 años, fuera devoto del santo catalán San Ramón Nonato, llamado nonnatus (en latín “no nacido”), el hecho es que a Martini también le llamaban nonnatus, por la misma razón que al milagroso santo. Devoto o no, resulta que Ramón Nonato murió el 31 de agosto de 1240 y Martini falleció el 31 de agosto de 2012. Sin comentario.
Prosigue Vidal: “Auténtico experto en la crítica textual del Nuevo Testamento (el estudio de los papiros y códices que contienen el texto griego de los Evangelios), quizás fuese su formación erudita (tenía varios doctorados y dominaba seis idiomas, además del latín, del griego, del hebreo, del arameo y del caldeo) lo que le confería esa seguridad que despedía y contagiaba en todas sus apariciones. Los jesuitas querían nombrarle sucesor de Pedro Arrupe [el «papa negro» español, nacido en Bilbao, País Vasco, 14 de noviembre de 1907-Roma, 5 de febrero de 1991), prepósito general de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983, BGS], pero el Papa (Juan Pablo II), lo designó arzobispo de Milán. Martini se compró un anillo en un puesto de baratijas y se fue a su nueva diócesis, donde se convirtió en el cardenal más respetado, querido y seguido de la Iglesia. Escribió más de 50 libros, muchos de ellos best-sellers, como el que redactó con el semiólogo italiano Umberto Eco (¿En qué creen los que no creen?). O su libro testamento Coloquios nocturnos en Jerusalén (Editorial San Pablo)”.
Acota Vidal: “Temido y acosado por los conservadores, que le llamaban el «antipapa» y le acusaban de ser demasiado «liberal» y «progresista», cuando en realidad fue siempre un hombre profundamente espiritual, dedicado a la oración y al estudio de la Palabra de Dios. Un cardenal abierto y dialogante, pero siempre fiel a los papas y a la Iglesia. El genuino representante de la otra Iglesia. O de otra forma de ser Iglesia. El epígono del modelo eclesial salido del Concilio Vaticano II”.
En fin, Vidal explica: “Martini quería una Iglesia «pueblo de Dios», sin poder ni privilegios, democrática, siempre dialogante y abierta al mundo. Una Iglesia encarnada, samaritana y con una clara opción por los pobres. Una Iglesia corresponsable, con los laicos como protagonistas, con celibato opcional y sacerdocio de la mujer. La Iglesia por la que siguen suspirando los fieles…”.
Quizás por esto, la prensa inglesa le definió como el “papa perfecto para el siglo XXI”.
Iglesia cansada, envejecida y rica
Martini, un purpurado singular fuera de coro, al margen de la corriente que domina en las declaraciones eclesiales, por lo común conservadoras y, por lo mismo, lejos del contexto social actual, y de sus problemas, representaba como pocos la llamada “conciencia crítica” de los jesuitas respecto a la Iglesia que pertenecen, en especial con sus puntos de vista a menudo en contraste con la línea oficial vaticana, y, según él, “atrasada 200 años” de la jerarquía eclesiástica.
Pocos días antes de morir, Martini concedió una última entrevista a su amigo, también jesuita, Georg Sporschill, una “suerte de testamento espiritual”, que el periódico Il Corriere della Sera publicó el 8 de agosto último. Sin pelos en la lengua, Martini no se anduvo con rodeos. Expuso los puntos de vista críticos sobre la situación de la Iglesia en el mundo de hoy.
Martini dijo: “La Iglesia está cansada en la Europa rica y en América. Nuestra cultura está envejecida. Nuestras iglesias son grandes y nuestras casas religiosas están vacías, mientras crece el aparato burocrático de la Iglesia. Nuestros ritos y nuestra forma de vestir son pomposos y me pregunto si esto expresa lo que somos en el mundo de hoy… No es fácil despojarse de las propias riquezas, pero el problema es que faltan hombres libres de acercarse al prójimo sin ningún interés… Como lo fueron el obispo Arnulfo Romero y los mártires jesuitas de El Salvador. ¿Dónde están nuestros héroes a los cuales debemos inspirarnos hoy?”.
Agregó: “En la Iglesia hacen falta hombres que estén cerca de los más pobres, que estén rodeados por jóvenes y que experimenten cosas nuevas… En primer lugar, la Iglesia debe reconocer los propios errores y recorrer un camino radicalmente de cambio, comenzando por el Papa y por los obispos…”
Y como si quisiera remedar al desafortunado presidente John Fitzgerald Kennedy, en su famoso discurso de asunción presidencial, Martini se dirigió a los fieles católicos preguntando: “¿Qué cosa puedes tú hacer por la Iglesia?”.
Por ultimo, en esta entrevista Martini pone en duda el papel de la Iglesia católica frente a los nuevos modelos de la familia.
De las distinciones y cargos que ocupó a lo largo de su vida, mejor ni hablar, al cardenal no le gustaba ostentar sus prendas, ni religiosas ni intelectuales, únicamente diremos que en el año 2000 fue reconocido en España con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
En 2002, Benedicto XVI aceptó su dimisión por haber alcanzado la edad de jubilación de los obispos, los 75 años. Aprovechó su nueva situación y se estableció en Jerusalén para continuar con sus estudios bíblicos.
Carlo María Martini sí fue un personaje de excepción en la Iglesia católica.