Javier Galindo Ulloa

Cuando se cumplían los cuatro siglos de la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, el ensayista, traductor, filólogo y poeta Ernesto de la Peña (1927-2012) había publicado el ensayo titulado Don Quijote: La sinrazón sospechosa (conaculta-Sello Bermejo, 2005). Admiraba cómo Miguel de Cervantes había superado a los demás escritores de generación con esa gran novela universal. De la Peña cuenta, en la introducción de su libro, el origen de la escritura de sus reflexiones: “He emprendido este escrito casi sin proponérmelo: se diría que nació por un impulso, aunque algo a contracorriente. A fines de 2004 volví a acercarme al universo cervantino intentando hacer una lectura más rigurosa y atenta de la obra capital de este gran creador”.

Más adelante destaca el pasaje que más le emocionaba, quizá por el protagonismo de Sancho Panza como gobernante; dice De la Peña: “La ínsula Barataria es uno de los más conmovedores, sabios ejemplos de la vacuidad del hombre y la fugacidad de la grandeza, pues si bien este improvisado gobierno nace de una ocurrencia ducal, los bromistas aristócratas se toparán, como premio de Sancho, con un modelo de buen gobierno a la manera salomónica”.

Por otra parte, De la Peña plantea cómo Cervantes creció en una época donde aún se creía que el hombre se regía bajo el influjo de los astros y que el sol giraba alrededor de la Tierra y no a la inversa. Más allá de una lectura erudita para abordar la obra de Cervantes, De la Peña tuvo que restringirse al papel ficcional del narrador y al contexto de la novelas de caballerías que surgen del mundo imaginario de Don Quijote.

El ensayista analiza esta gran novela desde la doble perspectiva del narrador y la ficción caballeresca dentro de un contexto real de la época. Además de mencionar la importancia de Cide Hamete Benengeli, como posible inventor de la historia de Don Quijote, destaca también la doble ficción del episodio de la cueva de Montesinos. De la Peña advierte el influjo de las creencias astrológicas del momento para recrear el sueño del personaje caballeresco, cuando cree haber descendido al supuesto infierno: “El tono que ha predominado en la obra —opina el ensayista— es una mezcla de parodia, ironía, sátira y sano entretenimiento y así ha de continuar. El ritual al que aludo es, pues, una compensación a una aventura específica que precede a ésta: la de la cueva de Montesinos (capítulo XXII) en que don Quijote se hunde en el seno de la tierra para sumirse allí en un sueño de difícil interpretación; mejor dicho, de lectura plural y vacilante…”.

Finalmente, De la Peña concluye sobre la idea de arte: “El arte, a diferencia de otros entornos del hombre, dedica sus fuerzas a testificar, a participar todo aquello que elige libremente y para hacerlo tiene la posibilidad, la libertad de expresarlo por medio de los elementos que decide”.