Gonzalo Valdés Medellín
Llegada a las cien representaciones La noche de las cornamentas es una obra “llena de simbolismos —a decir de su autor Aldo Grajeda—; una flecha que atraviesa la mente humana a través del realismo puro y crudo. Todo el texto es una desgarradora evocación de un paraje nefasto y revelador de la relación desgastada de los personajes”. Escrita en un estilo de realismo sucio, que denuncia “la tortura psicológica a la que es sometida la sociedad moderna y señalando la vida en cautiverio de la familia mexicana común”, la pieza trata también de cómo el “no aceptarse” y “cargar con los estereotipos sociales puede dañar aún más a los que nos rodean”, expone el escritor. Esta puesta en escena de Óscar Vázquez Dávalos, actuada por Héctor Palencia y el propio Grajeda, evoca el “Teatro de la crueldad” de Antonin Artaud y “El teatro pobre” de Grotowski, “teóricos y maestros teatrales —apuntala Grajeda— que hablaban de que el mundo tiene hambre y que no se preocupa por la cultura y, sólo de manera artificial, puede orientarse hacia la cultura para convertirla en una fuerza viviente que hoy agoniza. El ser humano tiene necesidad de vivir y el teatro ha sido creado para permitir que nuestras represiones cobren vida. La misma obra es una metáfora de las grandes anomalías de las que hablaban estos maestros y una propuesta de que el teatro retome la crueldad del ser humano para tratar de mejorarnos a nosotros mismos, y, como en Grotowski, se despoja de muchos elementos superfluos para dejar la esencia del arte”, concluye el autor, no sin antes reconocer la vena argüellana, la poderosa influencia del teatro de Hugo Argüelles, que Grajeda desmiembra dramatúrgicamente en una estética de “realismo sucio”.