Carlos Guevara Meza

La información va surgiendo poco a poco. Hasta el momento, todo parece indicar que los ataques a instalaciones diplomáticas occidentales en Libia, Egipto y Yemen (donde se registraron los hechos más dramáticos) distaron mucho de ser manifestaciones espontáneas que se salieron de control, surgidas de un video insultante en Youtube. Que el video haya estado por meses en la red, pero los hechos violentos estallaran justo el 11 de septiembre, ya debiera indicar algo. Queda claro por las investigaciones periodísticas más serias, que el asalto a la embajada norteamericana en Benghasi, Libia, fue planeado por alguien, aunque resta por saber quién o quiénes y si obtendrá el resultado esperado.

Según las crónicas, primero decenas de hombres fuertemente armados se hicieron presentes, luego se presentaron algunas decenas de civiles (al menos no portaban armas) y luego llegaron más hombres armados que, bien organizados, sostuvieron la batalla campal que culminó con la muerte del embajador. Al parecer cientos de estadounidenses fueron evacuados de Libia debido al hecho y un reportaje del New York Times señalaba que, según fuentes de inteligencia de alto nivel que pidieron su anonimato, la estructura de la CIA en Libia ha quedado deshecha. Si grupos fundamentalistas islámicos organizaron todo, se anotaron un punto con esto. Y quizá otro, considerando que en la opinión pública occidental, ha comenzado a conseguir cada vez más adeptos la idea de la derecha de que el mundo islámico es fundamentalmente un enemigo irredento, que no vale la pena apoyar sus luchas por la democracia y lo único razonable es mantenerlos bajo un estricto control represivo. Esta idea desalienta no sólo las intervenciones militares, sino también las diplomáticas, aunque puede generar una mayor animadversión hacia el mundo islámico y la idea de que la respuesta a cualquier conflicto debe resolverse por la fuerza tanto en Medio Oriente como en el trato con las propias comunidades islámicas en occidente.

Pero el hecho también generó importantes protestas populares en Libia. La gente salió a la calle a exigir que se controlaran las milicias que se multiplicaron durante la guerra contra el dictador Gadafi, y aunque algunas de las manifestaciones fueron pacíficas, otras se lanzaron directamente al asalto de los edificios públicos controlados por los milicianos con tal fuerza que los obligaron a huir de plano. Fueron objeto de ataque incluso milicias que el gobierno reconoce y apoya, y fue necesaria la intervención de la fuerza pública con un saldo trágico en muertos y heridos. En Egipto, Yemen y Túnez, los gobiernos también tuvieron que intervenir con resultados poco alentadores en términos de víctimas y legitimidad, y lo hicieron sobre todo contra los grupos islamistas radicales. Su tibieza en algunos casos, como en Túnez donde los esfuerzos por detener al líder salafista radical Abu Iyad rayaron en el ridículo en el sentido justo de que ni lo arrestaron ni querían hacerlo, les vale las críticas de occidente y de su propia población. De cualquier modo, el islamismo pierde un punto aquí, a favor de las posturas de derecha en occidente, que también pueden ser, y lo son, integristas.

Pero occidente también sale perdiendo. El sentimiento antioccidental crece en el mundo islámico, en particular en el árabe, y actos como la publicación de nuevas caricaturas contra el Profeta en Francia, adquieren el carácter de francas provocaciones e incitaciones al odio interreligioso, generando conflictos que no se darán solamente en lejanas ciudades de países desconocidos, sino en las propias ciudades europeas, causando problemas que antes no existían o al menos estaban bajo control.