Está en los genes mexicanos
Teodoro Barajas Rodríguez
Las letras con las que se ha escrito nuestra historia destacan por el color maniqueo, los dogmas se imponen como ley supletoria para ocupar el lugar de las fuentes, los mitos llenan el sitial de los actos consumados. De acuerdo con la visión ideológica, cada cual elige a quien habrá de llamarle “Padre de la Patria”.
Somos un pueblo diferente a la generalidad de naciones, el Grito de Independencia es una manifestación siempre viva que nos conecta al origen, al génesis de México tras una revolución iracunda y con muchos debates permanentes para situar a los héroes.
Entre fatalidades y fiestas transcurrimos los mexicanos nuestras celebraciones, la evocación de gestas, porque el fervor patrio no palidece aun en horas aciagas, aun las sonrisas vivifican entre lágrimas o nostalgias, no se pierde ese toque latino.
Como nación tenemos una lista larga de tradiciones, símbolos e historias, una gran semiótica social, que se significan como el cemento que une, las coincidencias forman consenso porque son intereses comunes que plasman una realidad tangible, además.
Nuestra historia se ha escrito en muchos sentidos desde la visión maniquea del encantamiento o desencanto ideológico, depende quien lo escribió es regularmente predecible, para muchos Miguel Hidalgo y Costilla es el Padre de la Patria, para otros lo es Agustín de Iturbide; el primero fue rector del Colegio de San Nicolás, el segundo nació en Valladolid, hoy Morelia. Las razones y argumentos en un caso y el otro son múltiples. Benito Juárez fue el excelso patriota para los liberales, los conservadores lo tachan de antidemocrático.
Pesan los atavismos más que las fuentes puramente históricas y éstas se interpretan a modo, en ocasiones sin rigor. Lo cierto es que tenemos nuestro país con todos los sabores y olores, con excesos así como ejemplos edificantes. Todo eso y más es México.
El maniqueísmo parece haber encontrado su ruta perfecta en nuestro país, la polarización ha sido un elemento vivo en todo el trayecto, primero liberales contra conservadores hasta llegar a las tensiones interminables de la izquierda contra la derecha o el centro acomodaticio.
Tal parece que el espíritu maniqueo está en los genes mexicanos. Buenos contra malos.
En décadas anteriores, incluso no hace muchos años se hablaba desde una perspectiva, más que oficial, oficialista de la historia, se hablaba en sendos discursos a manera de grave oración de las virtudes excelsas de los próceres de la patria, los dibujaban como dioses de un Olimpo cercano, sin tacha, aproximándose a la perfección.
Después se fue al extremo de presentarlos como condensadores de todos los defectos; como siempre, nos vamos al extremo. Inexistente el justo medio.
Lo cierto es que nuestros héroes nacionales aportaron una cuota basada en el esfuerzo, en la ruptura de paradigmas y moldes establecidos, tal es el acento.
No hay un santoral patrio, tenemos hombres y mujeres, proezas, derrotas, tramos agridulces, actos consumados que apuraron la siembra de futuro.
Muchas cosas nos hermanan y pocas nos separan realmente, aunque no entiendo por qué regularmente se exaltan las diferencias que suelen ser comunes en un conglomerado, tampoco es para analizarlo con la preocupación permanente de un problema irresoluble.
Ya concluye este sexenio que cierra el ciclo de una docena de años bajo gobiernos derechistas, en gran medida tiempo perdido, tejido social tumefacto. Del jolgorio democrático pasamos al desencanto. Escribamos otra historia.
