Fanatismo flagelante

Teodoro Barajas Rodríguez

Morelia.- Hace alrededor de quince años fui al poblado conocido como La Nueva Jerusalén. Acudí a ese sitio en calidad de reportero camuflageado como activista en una campaña política de aquellos tiempos; de lo contrario, no hubiese podido ingresar a esa fortaleza y ver caer las cadenas que bajaron los vigías.

Esa experiencia me pareció singular e ingresé con algunos políticos a los aposentos de un anciano dirigente religioso denominado Papá Nabor, líder espiritual de la citada población. Me pareció una persona con un buen sentido del humor, refería al dirigente partidista que ya no era el obispo sino el sumo pontífice porque en el conclave así lo determinaron.

El cansancio en Papá Nabor era evidente, duramos no más de 20 minutos, en tanto yo registraba los hechos con todos sus detalles.

Al salir de esa atípica curia en la que despachaba el líder religioso a determinadas horas, las campanas repicaban, la gente que deambulaba por las calles se hincaba y hacía oración. Pensaba si era real la estampa o si se trataba de la imaginación que me conducía sin remedio a cualquier año de la Edad Media. La vestimenta de las mujeres, las costumbres, fueron el guiño a la antigüedad de hondas raíces teocráticas.

La Ermita es el poblado en el que se erigió Nueva Jerusalén, el nombre resulta obvio por la inspiración religiosa, ello en el municipio de Turicato, cerca del ingenio cañero de Puruarán.

Actualmente se trata de un foco de intolerancia, cerrazón y violación a un derecho fundamental que es el de la educación. Los fanáticos no desean el modelo laico, probablemente porque se trata de un instrumento que suele abrir los ojos y la conciencia.

Michoacán ocupa un lugar bajo en materia de educación básica y en la multicitada población ya no se cumplió con el calendario escolar; niños sin escuela, presente que no vislumbra futuro.

Por fortuna, vivimos en un estado que garantiza en la Constitución política la libertad de creencia, sí pero no autoriza a ninguna confesión de fe vulnerar derechos fundamentales como el de la educación.

El fanatismo flagelante como arma que detona para producir trágicos episodios, las prédicas religiosas están sumamente distantes de la acción y si esto ocurre se configura un gran cuadro, por demás patético, de suma hipocresía.

Es urgente que retorne la enseñanza laica allí en el poblado de la Nueva Jerusalén, pero tal parece que el conocimiento científico es una amenaza para quienes desean manipular vidas a través del temor, porque en un mundo de ciegos se sospecha de quien estrena sus ojos.

Soy un convencido de la educación laica como garante de civilidad y aportes humanistas; en sociedades cerradas las religiones suelen ser como las luciérnagas que sólo resplandecen en la oscuridad.

Hacemos votos porque no se registren otras tragedias, porque a nadie benefician, no se puede apostar a una regresión porque resultaría ilógica. En el fondo lo que se pelea no tiene ninguna conexión con lo divino, sino con lo más profano y terrenal que es la lucha por el poder que suele envilecer, denigrar y empobrecer.

No asimilo que el fanatismo sea la divisa para muchos que desean imponer una sola idea, repudian la democracia y la ciencia porque tienen pánico si alguien corre el velo para mostrar la verdad.