Ya no es impecable y mucho menos diamantina
Guadalupe Loaeza
Mexicanas y mexicanos:
Como enviada especial de la Patria, vengo a decirles que nunca como ahora su superficie ya no es el maíz, ni que sus minas ya no son el palacio del Rey de Oros; y que su cielo en lugar de verse las garzas deslizando, se ven relámpagos fulminantes. Pobrecita, porque ya no es impecable y mucho menos diamantina. Tampoco vemos asomar a las niñas por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito. Ahora por desgracia su país, ya no tiene el aroma del estreno y ya no les gusta que sea siempre igual, fiel a su espejo diario.
Mexicanas y mexicanos:
Como enviada especial de la Patria vengo a decirles que su dolencia es añejísima y que las páginas de su historia, después de un poco más de 200 años, son tristes dictadas por el hastío. Sus horas pasan cual viajeras, mientras con miedo, medita sus inclemencias del invierno frío. Pobrecita, porque ya no sabe si está triste por el alma de sus más de 28 mil fieles recientemente difuntos o porque el Niño Dios, el mismo que un día le escrituró un establo, no le dijo que los veneros del petróleo mexicano habían sido escriturados al diablo.
Pobrecita, porque ahora sobre su capital, cada hora vuela ojerosa y despintada mientras escucha las campanadas de la catedral que caen como centavos devaluados.
Ahora su mutilado territorio, se viste de luto y de oropel; por su casa que es tan grande, pasa un tren por la vía llamado Monstruo que va para tierras del norte y cuyo techos están plagados con millones de sus hijos, expulsados, quien lo diría, por ella misma.
Pobrecita de la Patria, porque ya no sabe por qué llorar: será tal vez por el pesar que esconde o talvez por su infinita sed de que la vuelvan a amar. De allí que sus ojos tristes, de mirar incierto, recuerdan dos lámparas prendidas en la penumbra de un altar desierto. Sus ojos están secos y sufre unas inmensas ganas de llorar.
Mexicanas y mexicanos:
Como enviada especial de la Patria, vengo a decirles que ella oye sus quejas crujir como esqueletos en parejas; que oye lo que se fue, pero que más oye pasar los negros ataúdes de la fe y esperanza entre tiros de la policía, lo que alguna vez fuera una Suave Patria, no cual mito, sino por su verdad de pan bendito.
Pero en la actualidad, nadie cree en ella, incluso muchos prefieren ya no considerarla como su tierra natal.
“Cuando en el extranjero hablan de mi Patria, me da pena ajena”, afirman desvergonzados, los mismos que solían arroparse en su respiración azul de incienso y en sus carnosos labios de rompope.
¡Oh qué gratas eran las horas de los tiempos lejanos en que quiso la infancia regalarnos un cuento! Al presente, los cuentos que nos cuentan a diario tienen que ver con la virulencia y con la pólvora. A la Patria no le gusta que sus hijas y sus hijos vivan furiosamente, a empellones y a rienda suelta, sumidos en la corrupción y lo que es peor aún, en la impunidad e irresponsabilidad.
También sufre de verlos vivir entre tanta desigualdad, tanta discrepancia y tanta disconformidad. Como la sota moza, pobrecita de la Patria, ya ni en piso de metal, más de la mitad de sus hijos, viven al día, de milagros, como la lotería.
Mexicanas y mexicanos:
Como enviada especial de la Patria, vengo a decirles que se ha roto el encanto, que la ilusión de trinos musicales se fue para otros climas, y por decirlo de alguna manera, no pacíficamente.
Pobrecita, porque qué lejos están de recordarle, 1o que solía recitarle su amadísimo hijo zacatecano, Ramón López Velarde:
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.