López Obrador sigue con eso del “fraude” y la “imposición”
Marco Antonio Aguilar Cortés
Llegó el mes de septiembre, y con él un sinnúmero de simbolismos patrios que, al día de hoy, son interpretados de manera diferente por algunos grupos que constituyen nuestra pluralidad nacional.
El presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, ha estado expresando razonados conceptos de cobertura genérica: “Hagamos de nuestra pluralidad una fortaleza. Que nuestras legítimas diferencias sirvan para enriquecer a las políticas que exige en este momento el país… respondiendo a intereses nacionales y no de partidos”.
Mientras, Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores ponderan, como fundamental interés, el seguir denunciando un fraude y una imposición que en su criterio se cometió a favor de Peña Nieto y del PRI, por “los malignos poderosos” que se han apropiado de México, según su discurso.
Estas posiciones provienen del proceso electivo 2012 que tuvo como propósito la sucesión presidencial. Dentro de ese procedimiento, bien o mal, todos los participantes aceptaron las reglas, los recursos económicos y materiales que se les entregaron, y cada una de las etapas desarrolladas.
Todo iba bien, incluso momentos antes del día de la emisión del voto los cuatro contendientes a la Presidencia de la República firmaron ante la autoridad electoral su aceptación al procedimiento, su aval a todo lo realizado, y se comprometieron a reconocer los resultados del escrutinio.
Sin embargo, una vez que se conoció la suma total de los votos para cada candidato, López Obrador mostró una vez más su mendaz conducta al desconocer los efectos del conteo, ya que no lo favoreció; pues si hubiese sido el triunfador, su actitud ahora sería diferente.
La verdad es que está, Andrés Manuel, tan lleno de amarguras y de odios como de contradicciones. La instrucción a sus huestes es que repitan hasta el cansancio dos palabras: “fraude” e “imposición”, y que se siga ofendiendo y agrediendo a Peña Nieto sin ninguna tregua y sin ningún sentido práctico. Repetirlas para hacerlas creíbles, al estilo nazifascista.
Su veneno es excesivo, aunque él lo denomina amor a México; y lo ha contagiado a cuantos se lo permiten.
Recordemos cuando dijo: “…si pierdo esta elección me retiro de la política, y me voy a La Chingada”, un rancho de su propiedad con ese significativo nombre; empero, ahora en un mensaje que publicó en su cuenta Twitter se ha desdicho: “Me retiraré de la política cuando la patria sea de todos”. Y pretende reunir, con apoyo de gobiernos perredistas, a una multitudinaria manifestaciones en el Zócalo del Distrito Federal este domingo 9 de septiembre, para dar las instrucciones a seguir, violentas, pero con disfraz prosódico de pacíficas.
El presidente electo Peña Nieto, sensato y prudente responde: “La sociedad ha dispuesto que los políticos tengamos apertura para dialogar, y voluntad para alcanzar acuerdos, elevando con ello la calidad de vida de los mexicanos”.
Y propone “que México sea un país líder, justo y fuerte”. Bello ideal al que todos aspiramos también; pero, para que esto acontezca, es indispensable que la mayoría de los mexicanos seamos, a la vez, justos y fuertes, como justo y fuerte debe ser nuestro presidente, ¿o no es para lo que quiso la victoria?
