Inició un transición que aún no concluye

Teodoro Barajas Rodríguez

La memoria histórica nos lleva a evocar el 2 de octubre de 1968, un día aciago con la noche más larga y oscura que reflejó una oleada represiva en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, ritual sangriento.

No puede haber olvido. En muchas latitudes se esgrime un discurso fácil que exalta el perdón, olvidar para no anclarse en rencores, como en su momento sucedió en España o Chile; no estoy de acuerdo con tales magnanimidades, el sufrimiento no debe quedar impune porque en caso contrario perderemos nuestra capacidad de indignación, luego entonces podríamos padecer injusticias como si se tratase de la normalidad.

El contexto social y político de 1968 exaltaba una lucha mundial contra el autoritarismo de izquierda y derecha, ruptura de paradigmas; el eco silencioso de una guerra fría martillaba por doquier; en Francia la poesía marchó por las calles; el sueño por la libertad de Martin Luther King cobraba frutos en Estados Unidos; destacaba el contexto en Praga, Vietnam; Che Guevara había muerto en  Bolivia, o mejor dicho lo asesinaron; los símbolos revolucionarios estimulaban causas liberadoras.

México vivía las vísperas de los Juegos Olímpicos y el 2 de octubre registraba los disparos direccionados contra estudiantes por un gobierno ausente de diálogo, proclive a ejercer su hegemonía sin concesiones.

Nunca se sabrá el número real de caídos esa tarde gris teñida después por la sangre en Tlatelolco; sucedió y ello entraña un drama que se expandió.

Por aquellos años en que se mezclaban los matices ideológicos tan diversos parecía haber una evidente conectividad entre las juventudes, como bien lo refiere Fernando Savater en su libro dirigido a su hijo, Política para Amador.

Se apoyaban las causas lejanas en distancia pero en ideas hermanadas y próximas. Después de la masacre del 2 de octubre llegaría la del 10 de junio de 1971.

Esos hechos que se vistieron con las más diversas crónicas e interpretaciones son los actos consumados que no perecen en nuestra memoria, porque los registros perduran.

Sin ninguna duda la historia enseña,  maestra de la vida, muestra los diferentes ángulos de los trayectos temporales, actualmente las ideologías apenas son perceptibles, parecen apoltronadas en el diván o en el estante de las cosas olvidadas, vivimos otra realidad.

No obstante, ya el autoritarismo no tiene cabida porque la pluralidad genera ciertos equilibrios, aunque en muchas partes del orbe el endurecimiento gubernamental no amaina ni tantito, como lo ilustra Siria.

El 2 de octubre va más allá de un mero recordatorio demagógico o panfletario, estimo que a partir de ese momento vivido en 1968 se comenzó una transición que aún no concluye.

No se debe apostar al olvido.