Camilo José Cela Conde
Madrid.-Un diario de los publicados en Madrid con la vocación de ser nacionales incluyó en días pasados, en su sección de economía, un titular a toda página con la siguiente frase: España y Grecia, a la cola del mundo. Algo así llama la atención, desde luego, y es ése el cometido de cualquier titular que se precie de serlo. Al leer la noticia, no era ésta sino el eco de las predicciones, augurios o como se les quiera llamar del Fondo Monetario Internacional (FMI) para el año próximo. Una tabla estadística acerca del crecimiento económico previsto para 2013 justificaba por completo el titular: Grecia ocupaba en ella el último lugar, el 105, y España se salvaba por los pelos situándose penúltima de la lista en el 104. Qué vergüenza para los españoles, ¿verdad?. Pero quien dejase el bochorno de lado para interesarse por los países que están situados en la cabeza del mundo y no a la cola, comprobaría con cierta sorpresa que los cinco primeros son Mongolia, Irak, Paraguay, Kirguistán y Mozambique. Rayos y centellas, que diría el capitán Haddock.
El episodio pone de manifiesto que las estadísticas son excelentes para decir una cosa cierta y aparentar otra por completo engañosa. Lo cierto es que tanto España como Grecia estarán en recesión en 2013; quizá no tanto como el FMI pronostica —con gran enfado del ministro Guindos, por cierto— pero lo suficiente para dar por perdido el próximo año. Lo engañoso es eso de “la cola del mundo”. En la misma lista, Francia ocupa el lugar 96 y Alemania, la envidiada, temible e inflexible Alemania, el 90. Las dos locomotoras del euro se encuentran a casi ochenta puntos de distancia de Tanzania, Guinea y el Congo. La pregunta es bien sencilla: ¿dónde quiere estar usted en esa jerarquía mundial? ¿En el pelotón de cabeza o en el coche escoba?
Las diferencias enormes que puede haber entre la primera y la segunda derivada de cualquier función nos las enseñaron en la escuela al hablarnos del movimiento como resultado de la distancia que se recorre en un cierto tiempo. La velocidad puede ser altísima pero la aceleración muy pequeña, o incluso negativa, y al revés. De hecho, a medida que aumenta la velocidad es cada vez más difícil contar con una aceleración notable. Es ése el drama principal de nuestras economías, basadas en la exigencia absoluta de un crecimiento constante que, como dicta el sentido común y confirman los cálculos, no puede mantenerse para siempre. Como resultado de esa condición imposible, los países con economías de alta velocidad —los ricos, vamos— están decelerando a causa de la crisis mientras que los miserables pueden aún crecer algo aunque sea para quedarse muy por debajo del nivel económico, léase nivel de vida, de nosotros los occidentales. Pero la aceleración negativa puede llegar a imponer su tiranía volviéndonos paupérrimos, así que tampoco es como para tomarse las advertencias del FMI a título de inventario. Con una conclusión inquietante para los españoles: si Rajoy y sus ministros supiesen qué hacer para que salgamos de la cola, ya lo habrían hecho. No lo saben. Y son los que mandan.