Carlos Guevara Meza
El viernes 19 de octubre, en el corazón de la zona cristiana en Beirut, Líbano, un coche bomba explotó frente a las oficinas del Partido de la Falange Libanesa, causando 8 muertos y decenas de heridos, aunque en su mayoría leves, lo que resulta sorpresivo pues la bomba detonó justo a la hora de mayor actividad, con los niños saliendo de las escuelas. De inmediato, se supuso que los autores del atentado serían alguna facción pro-siria, pues en general los cristianos libaneses y en particular los falangistas (organización de extrema derecha) se oponen a la influencia del régimen de Bashar el Assad en su país. Pero las sospechas se convirtieron en certezas prácticas cuando se supo que entre los muertos se encontraba Wissam al Hassan, jefe de inteligencia de la policía, un anti-sirio convencido e influyente, muy cercano al líder opositor Saad Hariri. Al Hassan había sido el principal responsable de investigaciones de alto nivel que comprometieron seriamente al gobierno sirio en la desestabilización de Líbano. Apenas unos meses antes, había desarticulado una trama en la que un ex ministro, aliado de Siria, intentaba organizar una serie de atentados dinamiteros con el fin de incrementar la violencia sectaria. Antes, como principal encargado de las pesquisas sobre el asesinato del primer ministro Rafik Hariri, descubrió la complicidad de la poderosa milicia chiita Hezbolah y del gobierno sirio.
Saad Hariri, desde el exilio que se autoimpuso por temor a ser asesinado, llamó a la población a asistir al sepelio y a manifestarse en contra de la violencia pro-siria. La gente acudió masivamente, y aunque la ceremonia fúnebre como tal se realizó en relativa calma, tanto en Beirut como en otras ciudades comenzaron los brotes de violencia entre los diversos grupos étnicos y religiosos. Hay que recordar que Líbano padeció una guerra civil que duró 15 largos años, enfrentando a cristianos contra musulmanes, y a diversos grupos islámicos entre sí, devastando el país.
Desde entonces, la violencia no ha cesado entre los grupos, por no hablar de la larga ocupación siria y las intervenciones israelíes. Tampoco ha cesado la inestabilidad política que muchas veces se “resuelve” con atentados y magnicidios. Por si fuera poco, a raíz de la guerra civil en Siria, se esperaba algún tipo de implicación en Líbano. Ha habido ya enfrentamientos armados en la frontera entre ambos países, y refugiados sirios de ambos bandos se enfrentan incluso en las calles de Beirut aliados con sectores libaneses. El gobierno actual, apoyado en la fuerza militar y política de Hezbolah, ha mantenido una posición declaradamente a favor del régimen de El Assad, lo que le ha valido innumerables críticas de la oposición aglutinada en torno a la figura de Saad Hariri, que reúne tanto a cristianos maronitas como a musulmanes sunitas.
El primer ministro Nayib Mikati presentó su renuncia (las manifestaciones lo exigían, acusándolo de cómplice en el atentado), pero el jefe de Estado le pidió que permaneciera en su puesto ante una crisis más inmediata: la de la pérdida del control. En efecto, los enfrentamientos callejeros amenazan con desbordarse por completo, al grado que el propio Saad Hariri tuvo que aparecer sólo unos días después de su primer llamamiento, para pedir calma a sus partidarios, recomendándoles que vuelvan a sus casas.
El ejército libanés, que ha logrado mantenerse relativamente al margen de las disputas sectarias, también hizo un llamado a la responsabilidad de los líderes de los diferentes grupos. Pero es pronto para saber si las cosas se calmarán o no.


