Camilo José Cela Conde

Madrid.-Duele comprobar que buena parte de los ciudadanos de Cataluña creen que el Estado español los esquilma, al tiempo que bastantes de los del resto de España tienen la impresión de que los catalanes se han servido del chantaje político y de la reivindicación nacionalista para sacar ventaja permanente. Las cosas han llegado a un punto en el que parece muy difícil dar marcha atrás para recuperar el consenso constitucional que nos sacó a los españoles del franquismo.

La manifestación gigantesca de Barcelona del mes pasado en favor de la independencia de Cataluña marcó una encrucijada de la que sólo se podrá salir —con muchos esfuerzos— alumbrando una nueva fórmula que, de tener éxito, habrá enterrado para siempre la España de las autonomías. Si no se da con ella, los españoles estaremos aún peor: anclados al reproche continuo y a la puñalada trapera como camino acelerado hasta el colapso.

Pero, por fortuna, los españoles mantendremos siempre nuestro espíritu surrealista que nos salva. En tiempos de crisis económica brutal y amenaza secesionista, los comentarios más llamativos apuntan al problema que se presentaría si España se rompe. ¿Jugaría el Barça la liga de las estrellas frente al Real Madrid en ese caso? La pregunta pone muy bien de manifiesto que estamos a un paso de volvernos todos locos.

En una situación así, es tremendo el contraste que existe entre las reacciones oficiales y las populares en España. Nada más saberse que en Barcelona había salido a la calle más de un millón de personas, el presidente Rajoy calificó la manifestación de “algarabía”. Peor aún fue el comentario de la secretaria general del Partido Popular: no es el momento. Pero, ¿cuándo lo es? ¿Ha habido a lo largo de los 34 años que llevamos los españoles de democracia algún momento en que se hubiese dado por oportuno el plantear la secesión de Cataluña? Los problemas deben resolverse cuando aparecen y ese momento es evidente que ha llegado.

Frente a la postura institucional del Gobierno —de la del presidente de Cataluña, Artur Mas, y su salto entre ventajista y patético al tranvía sin frenos en marcha no merece la pena hablar— sorprende la reacción ciudadana. Dejemos de lado las columnas de la prensa de extrema derecha al estilo de las que esgrimen la expulsión de la liga de los equipos catalanes como venganza. Olvidemos las charlas de café. El único indicio fiable que se tiene es el de la encuesta hecha pública por la empresa Metroscopia en la que la gran mayoría de los españoles dice estar de acuerdo con el planteamiento y discusión de un proyecto nacionalista catalán siempre que gane un apoyo contundente en todo el país. Eso va a ser dificilísimo; ni siquiera Quebec lo ha logrado consultándolo sólo a los canadienses francófonos. Pero lo importante es que se entienda que la independencia catalana es posible y entra en los asuntos que la ciudadanía debe tratar y decidir, en vez de imponer el silencio a quienes protestan. Si España se rompe es probable que perdamos todos los españoles. Pero si se mantiene unida a la fuerza, entonces es seguro que nos va a ir aún peor.