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La reforma laboral está dejando lecciones importantes. Una de ellas es que hay dos formas de hacer política: a la manera de un elefante que llega y aplasta todo, o a partir de una cuidadosa estrategia que implique cálculo e inteligencia en la negociación.

La forma como se presentó la reforma laboral, a través de la llamada “iniciativa preferente” a unos cuantos meses de que termine el sexenio, se parece más a la metáfora del elefante.

Una reforma de tanta importancia debió haberse procesado políticamente de otra manera. Requería de una amplia y profunda negociación con todas las partes.  Lo mismo con los empresarios, que con los sindicatos y los partidos políticos. Todos sentados a la misma mesa.

El presidente saliente, sin embargo, tenía prisa. Quiso demostrar antes de irse que él quiso ser —como lo dijo en campaña— el presidente del empleo, pero que el PRI y el Congreso se lo impidieron.

Lo de “preferente” encierra, en este caso, cierta perversidad del Ejecutivo federal. Para muestra ahí está el desplegado firmado por Acción Nacional donde en varios de sus puntos responsabiliza al PRI de oponerse a la aprobación integral de la reforma y por lo tanto a la modernización del país.

El PRI nunca debió haber aceptado discutir la reforma bajo las condiciones y en los términos impuestos por un presidente saliente.

Su fuéramos mal pensados —y dicen que en política hay que serlo— podría deducirse que desde Los Pinos se puso una trampa al futuro gobierno.

Los hechos parecen demostrarlo. Hoy, para la ciudadanía, el PAN y el PRD vuelven a ser los demócratas y honrados, y los priistas los principales obstaculizadores de la democracia y el cambio.

Felipe Calderón no era el indicado para presentar una ley de esa dimensión. ¿Por qué? Porque al estar por terminar su mandato ya no cuenta con dos elementos importantes en política: tiempo y poder de negociación.

Hasta hace poco, algunos legisladores buscaban eliminar la democratización y transparencia sindical del debate y avanzar en la flexibilización de las contrataciones laborales.

Sin embargo, eso va a ser difícil de que ocurra. ¿Por qué? Por dos razones importantes. Primero, porque Enrique Peña Nieto presentó la transparencia y rendición de cuentas como una de sus iniciativas más significativas. El tema, por lo tanto, ha sido colocado, por él mismo, en el centro del debate nacional.

La segunda razón y más relevante tiene que ver con la importancia que hoy adquiere el tema de transparencia en la conciencia de la sociedad. Angel Trinidad Zaldívar, comisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información, declaró hace unos días algo muy cierto: “Cuando una administración no cumple con el acceso a la información, la transparencia y la rendición de cuentas, un gobierno electo democráticamente pierde legitimidad”

Los grupos sindicales más resistentes al cambio tienen que entender que éstos ya no son los tiempos del poder absoluto y que bien harían en ayudar al futuro presidente a construir un país más democrático.

Pero hay algo que no debe perderse de vista con respecto a la recién nacida y estrenada “reforma preferente”

Darle esa clasificación a una iniciativa de ley no significa entregarle al mandatario en turno una patente de corso para que  prescinda del acuerdo y la negociación con todas las fuerzas políticas.

Vamos, para decirlo coloquialmente: no significa que  el presidente pueda poner en el horno de microondas un trozo de carne cruda como si se tratara de fast food. Cada cosa lleva su tiempo de cocimiento.

La reforma laboral, por su fracaso parlamentario, debe convertirse en un parteaguas. Lo peor que podría sucederle a la reforma energética es que se presente de la misma forma como se presentó la laboral.

Sobre todo, después de que el presidente electo llegó a Europa con esa carta de presentación.