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Hace unos días, el periódico La Nación de Buenos Aires, publicó una entrevista a Luiz Inacio Lula da Silva, donde el expresidente de Brasil dijo que “la democracia es una alternancia de poder, no sólo de personas, sino de sectores de la sociedad”.
Enrique Peña Nieto se enfrenta al reto de ser una alternancia en el ámbito del gobierno federal, pero también dentro de su propio partido y en el sistema político mexicano mismo. Una triple alternancia que exige al futuro presidente de México defender y representar los principios de su partido y los de una pluralidad democrática multicolor que hoy está presente en diferentes sectores de la sociedad.
Aunque la frase puede ya resultar trillada, no es menos cierta. Este ya no es el México de un solo hombre, de una sola doctrina, de una sola ideología, religión o partido. Es una nación convertida en un escenario de cambios culturales radicales y vertiginosos, donde el peor error que puede cometer un político es pretender gobernar con la mentalidad, los esquemas y los atavismos de hace doce, treinta o cuarenta años.
Y esto es, exactamente, lo que no están entendiendo muchos grupos. Durante la discusión de la reforma laboral, entrampada en el voto dividido sobre la transparencia y democracia sindical, quedó en evidencia el choque entre dos tipos de agendas: la social, la de la Calle —como la hemos bautizado aquí, con mayúscula—, y la de los privilegios.
Cuando Peña Nieto regresó de Europa tuvo que llegar a poner los puntos sobre las íes: “Señores —pudo haberles dicho a los legisladores—, durante mi campaña firmé con diferentes organizaciones un compromiso irrenunciable con la transparencia y la rendición de cuentas”. “Nadie —pudo haber agregado— puede estar medio embarazada, ser medio honrado o un demócrata a medias”.
Hoy preocupa a muchos que la reforma laboral haya regresado a la Cámara de Diputados. Lo que verdaderamente hubiera sido grave, un auténtico suicidio político, es que el presidente electo no operara para impedir que sus compromisos de campaña comenzaran a ser puestos en el basurero antes de asumir el cargo.
Ahora, irremediablemente, el PAN y el PRD han quedado ante la sociedad como los partidos que, durante el debate laboral, enarbolaron las banderas democráticas, cuando el PRI, a partir de las propuestas y compromisos de campaña de Peña Nieto, pudo haber asumido una posición de vanguardia.
¡Atención! Existen señales de que hay quienes no pueden o no quieren entender el proyecto y lenguaje del próximo presidente de México.
La reunión entre Peña Nieto y cinco mandatarios estatales de izquierda —dos electos y tres en funciones— habla precisamente de la necesidad de inaugurar un formato plural para la gobernabilidad y la toma de decisiones.
Hoy nadie puede gobernar solo, ni siquiera a solas con su partido. Menos, atado a viejos intereses. Los 19 millones de electores que votaron por el candidato del PRI lo hicieron con la esperanza de que llegara al poder un hombre libre y fresco, verdaderamente innovador, capaz de deshacerse de una serie de lastres a quienes no les importa hacer naufragar su proyecto.
Escucha el comentario de esta semana de Beatriz Pagés en los Tiempos de la Radio Aqui