Pugna por la Presidencia en Estados Unidos

Bernardo González Solano

Es raro que los debates cambien radicalmente el reparto de cartas de una elección, pero el que acaba de enfrentar al presidente demócrata Barack Obama (51 años) y el candidato republicano Mitt Romney (65 años), el miércoles 3 de octubre, en el auditorio Magnus Arena de la Universidad de Denver, Colorado, Estados Unidos, moderado por el famoso periodista Jim Lehrer —por cierto el reportero que dirigió el histórico y primer debate presidencial entre Richard Milhous Nixon y John Fitzgerald Kennedy, del que salió ganador este último— en transmisión directa, sin cortes comerciales por los principales canales de televisión del país, cambió (aunque no radicalmente) las perspectivas del abanderado republicano que en los últimos días se había rezagado ante un Obama que ganaba la delantera en estados que podrían ser clave para el día de los comicios el 6 de noviembre, es decir, en 33 días más.

Aún faltan otros dos debates entre ambos contendientes y otro más entre los candidatos a vicepresidente.

Las encuestas

Aunque es muy pronto para marcar a un competidor que vaya en esta carrera con uno o dos o tres cuerpos por delante, sondeos de la CNN señalaron que Romney se había hecho con la victoria en el primer debate. Recibió el 67 %, en tanto Obama sólo el 25 %.

Otro sondeo rápido de la CBS mostró a dos por uno a favor de Romney. Los analistas afirmaron que el candidato republicano exhibió con contundencia sus argumentos económicos frente  a un Obama que en ocasiones se vio dubitativo, inseguro. El presidente no rebatió contundentemente al adversario cuando éste le replicaba que “no era cierto” lo que decía.

Otros dicen que Obama fue demasiado cauteloso, creído en su ropaje de estadista por estar a la cabeza de las encuestas, y que el formato del debate no le permitió lucir su habitual destreza oratoria, con menos movilidad y rapidez.

Además, frente a las cámaras que lo mostraban la mayor parte de los 90 minutos del debate, con la cabeza gacha, sin ver prácticamente nunca de frente a su adversario y sólo al moderador o a la cámara, le restó firmeza.

La impresión generalizada es que ambos contendientes se quedaron cortos al referirse a los principales problemas internos: la creación de empleos y la reducción del déficit fiscal. Muy a la manera de Estados Unidos de presentar los grandes shows, sean peleas de box, partidos de futbol americano o de beisbol, cada quien habló con el propósito de convencer al grupo de votantes indecisos en por lo menos ocho estados de la Unión que podrían tener en sus manos el resultado de los comicios de noviembre.

El debate duró 90 minutos —un poco menos por las intervenciones del moderador, al que por cierto reconvino Obama en una interrupción—, y el propósito del competidor de Obama era demostrar que el presidente había fracasado en lograr la recuperación económica y que él, Romney, con experiencia de próspero empresario, avezado financiero y exgobernador de Massachusetts es el mandatario que el Tío Sam necesita para recuperar antiguas glorias.

A su vez, Obama necesitaba afirmar que su gobierno había rescatado a la Unión prácticamente del caos y la quiebra y que sus medidas empiezan a rendir fruto, mientras que su contrincante únicamente representa un retorno a las políticas que detonaron la crisis.

En el primero de los tres debates programados —los siguientes tendrán lugar el 16 de octubre en Hempstead, Nueva York, y el 22, en Boca Ratón, Florida—, el enfoque fue sobre temas de política interna, y el debate central versó sobre la tan maltrecha economía.

Ambos debatientes se volcaron sobre el desempleo, la reforma de salud, el gigantesco déficit presupuestario, la gigantesca deuda nacional (que algunos economistas aseguran es insalvable), el candente tema de los impuestos (al final de cuentas ninguno de los dos pudo explicar, bien a bien, el cobro o la exención de impuestos), la educación y la energía.

Sí fue claro que el republicano tenía a la mano, y las usó, bolas de fuego en contra del gobierno de Obama. Y éste no siempre pudo revirar (en términos beisboleros) a tiempo. Romney, por su parte, una y otra vez, pisó la base para quedar safe (“a salvo”). Da la impresión de que Mitt, el mormón, sabe más de beisbol que Obama. Simple apreciación.

Los debates entre los candidatos presidenciales son exposiciones políticas de fondo y no simulacros de lo mismo. Pueden ayudar a esclarecer las cosas, aunque no del todo. De tal suerte, los votantes indecisos son, como es lógico, los más difíciles de convencer, los que menos atención prestan a las palabras y más a los hechos.

Aunque el primero en iniciar el debate fue Obama, Romney pasó a la ofensiva, obligando al presidente a defender su récord, acusándolo de implementar políticas económicas que provocaron un retroceso en la clase media. No obstante, los dos se declararon campeones de la clase media.

Lo cierto es que los asaltos del republicano evidenciaron el contraste de las dos propuestas en lo económico, en la salud y seguridad social, así como en el manejo de los presupuestos, con planes que pusieron en claro cuál de los dos está de lado de la clase media (media y baja) y cuál tras los intereses de las grandes corporaciones, principalmente la industria del petróleo.

En este sentido, Romney no pudo dejar de lado su capa de empresario, incluso, más de una vez, presumió que la pujanza de Estados Unidos se debe al arrojo de la clase empresarial. Incluso, Romney defendió a los bancos y que varios habían tenido que cerrar sus puertas debido a una  “exigente” legislación federal, a lo que Obama  —quizás en uno de sus mejores momentos del debate— contestó que precisamente debido  a los abusos bancarios Estados Unidos había sufrido una de las mayores crisis económicas desde 1929.

De todas suertes, en la parte de los impuestos, el aún inquilino de la Casa Blanca acusó a su contendiente de tratar de beneficiar a la clase millonaria al pretender mantener las exenciones fiscales del gobierno de George Walker Bush, debido a las cuales las compañías petroleras se salvaron de pagar al fisco más de cuatro mil millones de dólares anuales.

En contraparte, el primer mormón candidato a la Presidencia estadounidense acusó a Obama como el abanderado demócrata que busca reducir en más de 5 billones de dólares los impuestos, pero sin explicar la manera de lograr ingresos y reducir el elevado déficit de más de un billón que legó desde la administración del republicano Bush Jr.

Empleos

Por otra parte, Romney se comprometió a crear doce millones de empleos —sin manifestar en qué ramas de la economía nacional—, si gana la presidencia, y acusó a Obama de prácticamente no hacer nada por los más de 23 millones de desocupados (amén de que los jóvenes egresados de las universidades ya ni se preocupan por buscar empleo, dijo), y de elevar de 32 a 47 millones de personas que viven de los cupones alimentarios. Incluso, le echó en cara al presidente de ordenar las mismas disposiciones que mantienen a España en el desastre.

La mención del caso español llamó mucho la atención en Madrid, pues aparte de China, en el debate del miércoles en Denver, ninguno de los dos contendientes se refirió específicamente a una nación en particular.

Obama, en tanto, afirmó que el plan de su adversario para reducir todas las tasas de impuestos en un 20 % significaría que dejarían de recibirse cinco billones de dólares y que los “contribuyentes ricos” se beneficiarían a expensas de los contribuyentes medios.

Varios analistas manifestaron que en ese momento Obama podría haber atacado a Romney por el bajo pago de sus impuestos, tema sobre el cual el demócrata ha recibido muchos ataques. No fue así.

Romney contestó de inmediato: “Prácticamente todo lo que él acaba de decir sobre mi plan de impuestos es incorrecto”. Agregó el exgobernador de Massachusetts: la propuesta de Obama de permitir que expiren ciertos alivios fiscales  a quienes tienen ingresos altos significaría aumentar los impuestos a las pequeñas empresas que crean puestos de trabajo para cientos de miles de personas.

Habló de un plan de cinco puntos para reactivar la economía norteamericana, entre los que incluyó “más tratados de libre  comercio, particularmente en América Latina”.

Romney se presentó al debate seguro de que ésa sería quizás su última oportunidad de contar con una audiencia nacional en la que podría presentar su programa de gobierno y, sobre todo, de presentar el “mal gobierno de Obama”. Desde sus primeras palabras el ataque fue claro.

Pasó a la ofensiva después de felicitar a Obama por su aniversario de bodas —precisamente el 3 de octubre de 1992 Michelle y Barack contrajeron matrimonio—, con humor, Romney le dijo a la pareja presidencial: “Estoy seguro de que éste es el lugar más romántico que se pueden imaginar, aquí conmigo”. El bombardeo no se hizo esperar.

Cifra tras cifra

Cifra tras cifra sobre la crisis que ha padecido Estados Unidos en los cuatro años del mandatario demócrata, y advirtió que las medidas que presenta el mulato, como la reforma sanitaria, empeorará aún más la economía de los estadounidenses.

Romney enumeró: “El precio de la gasolina se ha duplicado bajo su presidencia. El recibo de la electricidad se ha disparado, al igual que el precio de los alimentos. Los ingresos de la clase media se han hundido…”

Y por ahí se fue. Denunció al presidente y a los demócratas por aprobar una reforma sanitaria “partidista” que no contó con un solo voto republicano. “Revocaré el Obamacare (cambiándole el nombre sarcásticamente) si llego a la Presidencia”, aseguró Romney, tras señalar que se trata de un “programa prohibitivo”.

Por su parte, Obama replicó que revocar la reforma sanitaria aprobada en 2010 amenazaría con dejar a 50 millones de estadounidenses sin cobertura médica, en momentos en los que ésta tiene una “importancia vital”.

Asimismo, el presidente acusó a Romney de no explicar con qué quiere reemplazarlo. Al defender su programa de salud, Obama se refirió a la abuela que lo crió —la madre de su progenitora blanca—, que había trabajado toda su vida ahorrando para la vejez. Además, durante el debate, Obama nunca perdió su característica sonrisa, en tanto que Romney siempre lució serio.

No todo está dicho para las elecciones del 6 de noviembre próximo.