Carlos Guevara Meza

Octubre comenzó con malos augurios en el Medio Oriente, cuando en el contexto de los combates que sostienen rebeldes y el ejército sirio en la zona fronteriza con Turquía (disputándose precisamente los puestos de paso entre un país y otro), varios proyectiles del lado sirio cayeron sobre territorio turco matando civiles. El gobierno de Ankara respondió el fuego, atacando con artillería las posiciones de los militares leales al presidente sirio Bashar El Assad, con suficiente fuerza como para obligarlos a retirarse, dejando a los rebeldes el paso libre para tomar el ya casi destruido y vacío pueblo de Tal Abyad. El parlamento turco no sólo apoyó al presidente Erdogan, sino que aprobó un acuerdo permitiéndole movilizar tropas hacia la frontera e incluso internarlas en el país vecino sin tener que pedir la autorización previa del Congreso. El acuerdo le da esa libertad al ejecutivo por un año. Así las cosas, la opinión pública internacional pensó que una guerra entre Turquía y Siria resultaba inminente.

La ONU y la OTAN (a la que pertenece Turquía) se apresuraron a manifestar su apoyo a este país, al mismo tiempo que exigieron que cesara la agresión. Siria, por su parte, también se apresuró a aceptar que habían sido sus tropas las que abrieron fuego en primer lugar “por accidente” y ofrecieron disculpas. Turquía las aceptó, pero mantuvo su movilización, además de sostener la postura de que se devolvería el fuego contra su territorio, fuese accidental o no. Y de hecho así sucedió, pues los proyectiles sirios continuaron cayendo esporádicamente aunque ya sin causar víctimas, y Turquía continuó lanzando breves ataques de artillería en respuesta, durante cinco días consecutivos al momento de escribir estas líneas.

Para los rebeldes el control de la zona fronteriza con Turquía es estratégico, porque el país vecino les ha dado apoyo al recibir refugiados y darles santuario a los rebeldes y sus familias, así como permitiendo el paso libre de armas y pertrechos militares y civiles. Simultáneamente, la captura y el control de la ciudad de Aleppo, que se encuentra también cerca de la frontera turca y además es la segunda más importante del país, les garantizaría a los rebeldes del Ejército Sirio Libre un bastión desde el cual podrían lanzar una ofensiva en forma contra el régimen de El Assad. Por lo mismo, las tropas del gobierno tratan de sostener cada palmo de terreno, de ahí los encarnizados combates por pequeños pueblos sin más importancia que estar situados a unos cuantos cientos de metros de la frontera. El régimen los ataca con artillería para evitar que los rebeldes tomen posiciones en el interior, y al menos algunas de las bombas han ido a parar a los también pequeños poblados turcos contiguos. Para los rebeldes sirios, la respuesta turca fue una buena noticia y un respiro en medio de una lucha muy desigual entre milicianos mal armados y pertrechados, muchos de ellos civiles hasta hace unos meses o semanas, y los soldados profesionales de El Assad, uno de los mejores y más numerosos ejércitos de la región, del cual, sin embargo, han desertado miles de hombres para unirse a la rebelión. En parte, de ello deriva la estrategia de usar bombardeos aéreos y de artillería que se ha seguido también en Aleppo. Al decir de rebeldes y analistas, el régimen teme que de enviar infantería a realizar ataques directos contra las posiciones rebeldes, parte de la tropa podría cambiar de bando. Pese a todo, no se ve que El Assad pierda fuerza dentro del ejército, ni que los rebeldes ganen más apoyo, por lo que la guerra aún tiene para largo.