A 45 años de su asesinato

Teodoro Barajas Rodríguez

Personajes de relieve, icónicos y con una honda influencia son pocos, casi ninguna en nuestra actualidad tan aligerada en materia ideológica, tan proclive a la línea que suelen tirar los partidos políticos.

La debacle de las ideologías, el desencanto en materia de los experimentos políticos son una realidad tangible, acaso por ello observamos el pasado como una fuente real no sólo histórica que incide para revisar hechos, crónicas e infamias que nos han precedido.

Recién se ha cumplido el aniversario 45 del asesinato —8 de octubre de 1967— de un personaje de una tipología única porque su molde se rompió con su muerte, me refiero a Ernesto Che Guevara, el emblema de la revolución internacional que mantiene su vigencia alrededor de míticas utopías que no parecen no ser finitas.

La Revolución Cubana no la imagino sin la contribución del Che, las movilizaciones estudiantiles de los años sesenta están investidas de ese peso ideológico, de ese marco de inspiración que receta la utopía como causa. Aunque argentino de nacimiento, el Che Guevara fue itinerante, estuvo en Sudamérica, Guatemala, México, Cuba, Africa, y ese trayecto consolidó una visión en contra del imperialismo en el cénit de la Guerra Fría. Fue el estandarte de una lucha incesante la cual aún no culmina porque la desigualdad social se acentuó en detrimento de las grandes mayorías.

Fue un revolucionario, no un teórico ni revisionista, fue real y no una metáfora. Se cumplen 45 años del asesinato de una figura emblemática en la historia latinoamericana; Ernesto Che Guevara nunca envejeció ni se pervirtió como sí lo han hecho algunos de sus compañeros de lucha en un pasado que alcanza el presente porque dicen que el poder corrompe.

Estados Unidos, el imperio decadente, ha estado detrás de la muerte de muchos luchadores sociales, en la operación de su destino manifiesto para mantener una sola idea en detrimento de muchos pueblos socavados por el autoritarismo. Manteniendo el diseño de una política intervencionista bajo el dogma religioso.

El Che fue acribillado con la intervención norteamericana en Bolivia, fue el principio de una oleada violenta en el cono sur del continente, después patrocinaría la caída de Salvador Allende, esa guerra fría acentuaba el combate por la imposición de ideologías desde Washington o Moscú; los dos bandos se repartían el mundo, fue su negocio.

En la actualidad no se cuenta con figuras icónicas, probablemente de acuerdo con la ideología de cada cual se hable de algunos personajes aunque es reducido el número de los mismos que incidan en conglomerados significativos.

En la revolución de Cuba un grupo de jóvenes guerrilleros, dirigidos por Fidel Castro, derrocaron a Fulgencio Batista para  perfilar otro rumbo, nuevo diseño y otras causas, otros objetivos. Ese inicio revolucionario se puede reconocer como romántico; el Che no fue alguien obsesionado por el poder ni seducido por el boato oficialista, su tipología fue distinta. Fue el Che.

Dije al principio que el Che es el guerrillero de la utopía, el mismo que habló de la urgencia de multiplicar Vietnam en miles para derrocar el imperialismo. De hecho, en los muros de La Sorbona de París en aquel mayo rojo del 68 en el que la poesía salió por las calles, con letras rojas resaltaba la frase: “Seamos realistas, exijamos lo imposible”. Tal exigencia fue atribuida al Che. Lo cual lo retrata de cuerpo entero.