Regrese usted a la academia

Alfredo Ríos Camarena

Hace seis años, accedió al Poder Ejecutivo federal Felipe Calderón, en medio de una intensa tormenta política, pues las elecciones no sólo fueron muy reñidas, sino que hubo serias dudas respecto al resultado final, a tal grado que el propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, al dictar su resultado a favor de Calderón, dejó serias lagunas jurídicas y propició aún más la incertidumbre.

No obstante, en apego a la legalidad institucional,  la fracción parlamentaria del PRI en la LX Legislatura asistió a la toma de protesta enarbolando pequeñas banderas nacionales, como símbolo de apoyo a la gobernabilidad y al orden constitucional. Quizá este hecho marcó el principio de la reconstrucción priísta.

No se puede juzgar un sexenio en el corto plazo, pues la historia tiene un tiempo para determinar la calificación de un gobierno; sin embargo, existen elementos sólidos y fundamentados que nos permiten manifestar un balance objetivo. No hay duda: el régimen estuvo marcado por el síndrome de la inseguridad y la violencia; los más de 60 mil muertos en esta “guerra” dejan un lastre de desesperanza. No es culpa directa del gobierno federal, pero indudablemente, al ser monotemático en este asunto, constituyó la primera percepción pública para determinar la calificación del gobierno.

En cuanto al combate a la pobreza y a la desigualdad, también los resultados son magros, pues según el Ceneval, cuando menos la mitad de la población se encuentra en estado de pobreza y decenas de millones de mexicanos en pobreza extrema. Estos dos indicadores dan como resultado un mal desempeño del gobierno federal, cuya primera consecuencia fue la derrota absoluta de su candidato a la presidencia de la república en las pasadas elecciones.

La personalidad de Calderón fue percibida favorablemente por la opinión pública; pese a ello, la última encuesta lo sitúa abajo del 50 por ciento en popularidad; el gobierno, en estos últimos días finales, ha realizado una intensa campaña en todos los medios para posicionar y justificar las acciones gubernamentales, pero, por otra parte, la crítica editorial y académica ha sido devastadora.

No todo fue mal,  existen luces y sombras.  En la macroeconomía,  a pesar de las presiones globales, se mantuvo un mediano equilibrio, pudimos haber crecido más, pero también pudieron haber sido peores los resultados;  en salud, se lograron éxitos importantes; en infraestructura, los números también son positivos; en educación, se hizo un esfuerzo importante, pero las evaluaciones internacionales siguen siendo reprobatorias; en desarrollo social, se continuó con la política asistencialista que marcaron los gobiernos anteriores; en materia agraria, no se hizo absolutamente nada y la pobreza en el campo y su falta de producción se acrecentaron; las políticas en agricultura nunca permitieron que los grandes presupuestos aprobados para el campo llegaran a los productores medios y pequeños; la política de seguridad pública fue un verdadero desastre, pues ha existido, hasta el día de hoy, falta de coordinación entre la Secretaría de Marina, la Secretaría de la Defensa Nacional, la Secretaría de Seguridad Pública y la Procuraduría General de la República; al parecer no compartieron la información para combatir el crimen organizado y se enfrentaron unos con otros, para muestra basta un botón, el caso Tres Marías.

Aunque habrá que reconocer que a pesar de todo esto se constituyó una policía importante y muchos de los miembros de las fuerzas armadas ofrendaron incluso su vida en aras de la lucha contra el crimen;  en materia de relaciones exteriores, se administró burocráticamente y se obtuvieron resultados en algunas acciones multilaterales, pero desde luego faltó la decisión de defender con mayor ahínco a los inmigrantes; no se protestó adecuadamente frente a las brutalidades de la Border Patrol y tampoco se defendieron los principios de autodeterminación y soberanía que habían propiciado en épocas pasadas el liderazgo moral de México.

Adiós, don Felipe, adiós, pronto volverá a la vida civil, no olvidaremos la actitud siempre grata de su señora esposa, Margarita, de los ánimos oratorios con que infundió sus distintas políticas, seguiremos estando en desacuerdo, como lo hace el que esto escribe, desde la tribuna legislativa, desde la academia o desde este espacio periodístico.

Adiós, don Felipe, adiós, regrese usted a la academia y no olvide que pronto recibirá las manifestaciones más crueles de ingratitud de aquellos a quienes usted favoreció.

Adiós, don Felipe, adiós.