Sin placa ni reconocimiento oficial: sólo un “plumón”

 

Cualquiera puede quitarle la vida a un hombre,

pero nadie puede quitarle la muerte.

Séneca

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Como palmaria ausencia de insensibilidad y cinismo ante el dolor de las miles de víctimas que sus decisiones provocaron a lo largo y ancho el país, Felipe Calderón Hinojosa patentizará —este 26 de noviembre— su desprecio a esas ausencias provocadas por su beligerancia y empecinamiento, en un monumento ubicado al costado del Campo Marte, para enfatizar sus inclinaciones bélicas ante las muertes provocadas por su guerra contra el crimen organizado, acto de despedida que rubrica el talante autoritario que lo caracterizó ante el sufrimiento y la indignación de sus gobernados.

Exigido —en las mesas de diálogo del Alcázar de Chapultepec—  como un acto solidario por el dirigente del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el  poeta Javier Sicilia planteó al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Felipe Calderón, erigir un Memorial en la segunda sección del emblemático bosque capitalino, ideado como un espacio de reflexión colectiva y de recuerdo en memoria de las víctimas de la violencia, que enlutó miles de hogares en manos de criminales que se disputan el territorio, o de quienes en cumplimiento a órdenes superiores repelieron ataques en su contra o se excedieron en el ejercicio de funciones que no les correspondían.

No obstante los sólidos argumentos para el emplazamiento y la concepción arquitectónica esbozada por el poeta, Felipe Calderón hizo caso a las voces que calificaron de debilidad presidencial el haber aceptado la propuesta de Sicilia, e impusieron sus mezquinos intereses político-partidistas.

Ni duda cabe de que el dolor que asiste a los miles de deudos de una guerra no declarada no sólo le arrancó la vida de sus familiares ejecutados o desaparecidos, sino que también les arrebató su honor y prestigio, a través de la negación de la presunción de su inocencia, decretada por las autoridades judiciales y esgrimida por Calderón en indignantes masacres, como la de los jóvenes de Salvárcar de Ciudad Juárez.

La propuesta funeraria del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se propuso reparar estas ignominias, y como respuesta a esas legítimas y urgentes reivindicaciones, el gobierno federal respondió ubicando insensiblemente su monumento a un costado del Campo Marte —numen romano de la guerra— ,  y  determinó que en las planchas de metal —que conforman el espacio arquitectónico— los deudos escriban los nombres de las víctimas con un “plumón especial”, patentizando con ello el desprecio que a la administración de Calderón le merecen todos y cada uno de los más de 60 mil muertos que extraoficialmente produjo la decisión de declararle la guerra al crimen organizado y para quienes no hay placa oficial, no hay reconocimiento gubernamental, sino dolor familiar.

Por ello, como acertadamente expresó Séneca, “cualquiera puede quitarle la vida a un hombre” —sea el crimen o el Estado—,  “pero nadie puede quitarle la muerte”, y mucho menos  la memoria y  consuelo a los deudos de estas víctimas inocentes a las que la beligerancia de Calderón ignora.