Escándalo, drama y morbo

 

Bernardo González Solano

 

La humanidad ha avanzado, científica y tecnológicamente hablando, en las últimas siete décadas (desde los años cuarenta del siglo XX y lo que va del XXI) como nunca en la historia. En lo que prácticamente continúa igual es en lo que se refiere a la “servidumbre humana”.  Poco, por no decir nada, ha cambiado el ser humano desde los tiempos bíblicos. La historia demuestra que tanto el hombre como la mujer continúan cometiendo los mismos pecados que narra la Biblia. Pese a los títulos académicos obtenidos y a las distinciones recibidas —más allá de lo exclusivo, convirtiéndose casi en un “superhombre”—, los generales de cuatro estrellas y algunas mujeres con preparación fuera de lo común (incluso en el campo militar, donde todavía domina el sexo masculino) caen dominados por el peso de la “carne” y del sexo.

La sociedad estadounidense, tan dada a un comportamiento de doble cara, que muchos califican como cínica, sobre todo en lo que se refiere al sexo y a la infidelidad, sufre la confesión del general retirado de cuatro estrellas, David Howell Petraeus (7 de noviembre de 1957,  Cornwall-on-Hudson, New York, Estados Unidos), por la que renuncia a sus funciones como director de la Central Intelligence Agency (Agencia Central de Inteligencia: CIA), por haber mantenido “relaciones extramaritales”. En Estados Unidos de América (EUA), la legislación militar dispone que el adulterio puede ser un crimen, mientras que los reglamentos de la CIA afirman que el adulterio puede ser un asunto de “seguridad nacional”, ya que un oficial de inteligencia puede estar expuesto al chantaje, pero no es considerado un crimen.

Este escándalo mezcla el drama personal, el interés nacional y el morbo popular. Al aceptar la renuncia del general Petraeus, el presidente Barack Obama resaltó los servicios que este militar ha prestado a su país aunque, en el fondo, el recién reelegido inquilino de la Casa Blanca sabe que las relaciones extramatrimoniales de su exdirector de la CIA darán municiones suficientes a los resentidos políticos republicanos para tratar de minar su segundo y último mandato presidencial.

“Ayer acudí a la Casa Blanca y le pedí al presidente que me permitiese, por razones personales, renunciar a mi cargo”, dice la carta de renuncia de Petraeus. “Después de haber estado casado durante más de 37 años, demostré muy pobre juicio al comprometerme en una relación extramatrimonial. Ese comportamiento es inaceptable, como esposo y como líder de una organización como la nuestra… Siempre he valorado… la oportunidad de haber hecho este trabajo y siempre lamentaré las circunstancias que me han llevado a dejarlo”.

Obama recibió renuncia a “regañadientes”

Obama, por su parte, al recibir la dimisión, calificó al soldado Petraeus de ser “uno de los generales más destacados de su generación… Su servicio ha hecho nuestro país más seguro y más fuerte”, en un comunicado en el que anuncia que Michael Morell —un veterano de la CIA desde hace casi 32 años—, número dos de la agencia será director en funciones hasta el nombramiento de un nuevo director. Fuentes cercanas a la Casa Blanca aseguran que Barack Obama aceptó a regañadientes la renuncia de Petraeus, especialmente cuando apenas habían pasado tres días de su reelección. No era para menos, el general más laureado de Estados Unidos abandonaba por sorpresa —o al menos eso es lo que ahora se sabe, pues en esta salida hay muchos puntos oscuros sin aclarar, no todo es tan fácil como pretextar una “relación extramatrimonial”— un cargo tan delicado como la dirección de la CIA.

Hace no mucho tiempo, el establishment estadounidense tendía a disculpar los pecados personales —incluso los de carácter sexual, que a lo largo de su historia han sido constantes— de sus personajes públicos. El más reciente fue el caso de Bill Clinton y la becaria Mónica Lewinsky. A punto estuvo de renunciar a la presidencia, no tanto por las sesiones lujuriosas en el Salón Oval, sino por mentir al pueblo de Estaos Unidos. Ahora, en la reciente campaña presidencial, el expresidente se convirtió en un gran personaje que apoyaba al jefe de su esposa Hillary en su intento por lograr la reelección, como él lo había logrado. Hasta la fecha, nadie o muy pocos entienden cómo la todavía Secretaria de Estado con Obama pudo perdonar a su marido aquella infidelidad. Parece que la única pagana de aquel escándalo fue la desdichada Lewinsky, que hasta la fecha no encuentra el derrotero de su destino.

Renuncia inevitable

La imperante cultura de tolerancia cero hacia aspectos específicos de la vida personal de los funcionarios públicos estadounidenses ahora resulta inadmisible, no obstante que su reprobación social tenga mucho de hipócrita y no siempre coincida con los intereses nacionales. En el caso de David Petraeus, la renuncia era inevitable. Como guardián supremo de los secretos de Estados Unidos, el conocimiento por malintencionados terceros de su affaire amoroso lo colocaba en una posición delicada como blanco seguro de posibles chantajes. Un riesgo de seguridad nacional que el Tío Sam no podía correr. Los puntos oscuros de esta renuncia mantienen en ascuas a la opinión pública, sobre todo porque en los próximos días podrían presentarse repercusiones políticas de imprevisibles consecuencias. Asimismo, el golpe en contra de la familia del general fue seco: la esposa, Holly, está “lívida” según comentó un amigo de los Petraeus. Después de 37 años de matrimonio no era para menos.

El “héroe norteamericano” cayó de su pedestal: la figura indispensable de sus estrategias en Irak y Afganistán sólo servirá para las futuras películas y series de televisión. Estados Unidos es especialista en este sentido. Al lado del primer afroamericano que logra llegar a la presidencia de su país (gesta que da para todos los libros, reportajes televisados o impresos, y películas de la historia), tenía que aparecer un general como Petraeus —el militar más respetado de su generación— que perdería toda la fama y veneración por un “par de tetas que jalaron más que una yunta de bueyes”. Nadie podía haber escrito un mejor guión. Por eso Hollywood continúa al frente de la riquísima fábrica cinematográfica.

El 9 de noviembre será la fecha imborrable del Diario de David Petraeus. Dieciséis meses antes había sido confirmado por unanimidad de los 94 senadores presentes como director de la CIA. Empezó sus funciones en septiembre de 2011. Un caso extraño de unión nacional, en pleno enfrentamiento entre Barak Obama y los republicanos, que en aquellos momentos ambicionaban convertirlo en “el presidente de un solo mandato”. Obama fue reelegido el 6 de noviembre —fecha que tampoco borrará nadie del Diario del esposo de Michelle—, pero el general cuatro estrellas, poseedor de todas las medallas y con un aura inigualable —“el único militar estadounidense que podía entrar en un estadio deportivo y recibír una estruendosa ovación popular”— aparece ahora como la primera víctima del reciente escrutinio presidencial.

David Petraeus, de 60 años de edad, está casado desde hace treinta y siete años con Holly Knowlton, hija de una familia de corte militar: su tatarabuelo peleó en la Guerra de Secesión, su bisabuelo fue brigadier en la guerra de Cuba contra España, y su padre fue administrador de la Academia Militar de West Point, donde se formó su todavía marido David Petraeus. Holly es poliglota y siempre ha estado al lado de su marido. En 37 años de matrimonio han cambiado 24 ocasiones su residencia, debido a las órdenes recibidas para desempeñar su trabajo.

La manzana de la discordia

Paula Broadwell, de 39 años de edad, es la manzana de la discordia y de la desgracia del general Petraeus. Aunque en su carta de renuncia no la menciona por su nombre, nadie ignora que ella es la amante que compartió tiempo durante los dos años en los que ella trabajó para escribir la biografía del famoso militar que apareció en el mes de enero pasado: All In: The Education of General David Petraeus, hecha al alimón con el periodista Vernon Loeb, del The New York Times Best Seller. Paula se refirió públicamente a Petraeus como “mi mentor”, y no ha ocultado su admiración por él. “He conocido su lado más personal”, y le llama “mi duraznito”, confesó Broadwell  en una entrevista reciente a la cadena CBS.

Durante las últimas semanas de la campaña electoral que terminó el 6 de noviembre, fue cuando según algunos medios de información de Estados Unidos, el Federal Bureau of Investigation (Oficina Federal de Investigación: FBI) descubrió que el correo de Petraeus en su cuenta personal de Gmail —no el que usaba profesionalmente como director de la CIA— había sido utilizado por otra persona con mensajes, cuyo contenido se desconoce, pero que no parecía coherente con la personalidad y la posición de Petraeus. Podían ser mensajes obscenos o algunas revelaciones sobre lugares de citas y horas de desplazamiento. Material que en manos enemigas de Estados Unidos podía resultar valioso.

El hecho es que el FBI empezó a investigar quejas de “acoso” que enviaba Paula Broadwell a una mujer llamada Jill Kelley en mensajes en los que se le advertía que se retirara del general. La antigua amasia, abandonada por el galán general, sintió celos de una probable competidora. Hasta aquí no es más que el ejemplo de cómo la pasión amorosa se interpone en el camino de cualquier ser humano, sin consideración a la relevancia del cargo de uno de los amantes o la gravedad de sus consecuencias.

Paula, una mujer ambiciosa

Lo peor del caso es que la mujer celosa no es una amante común y corriente. Paula Broadwell es teniente coronel de la reserva, escritora, deportista, investigadora asociada a Harvard Center for Public Leadership y candidata al doctorado en el Departamento de Estudios sobre la Guerra en King´s College, Londres, además de graduada en 1995 de la Academia Militar de West Point, con títulos en Geografía Política e Ingeniería de Sistemas. Además, cuenta con un Master´s Degree con Honores de la Universidad de Denver Josep Korbel School of International Studies y un MPA de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard. Asimismo, Broadwell ha escrito en The New York Times, International Herald Tribune, Christian Science Monitor y Boston Tribune, aparte de colaborar en varios libros como coautora, participante en programas de televisión sobre contrainsurgencia, liderazgo, mujeres en defensa. Su esposo es un prominente médico en Charlotte, Carolina del Sur, y tiene dos hijos. Para más, los vecinos la consideran un ama de casa participativa en las empresas de la comunidad. Algunos, sin embargo, la consideran una mujer ambiciosa.

Jill Kelley, la otra punta de este affaire —que hasta el momento de escribir este reportaje no ha dicho ni pío—, de 37 años, es un personaje relevante en la sociedad de Tampa, Florida. Tiene trabajo no remunerado como planificadora social de la Fuerza Aérea MacDill, donde se encuentra el Comando Central del general Petraeus. Muy activa en organizaciones que apoyan causas militares, mantuvo correspondencia con Petraeus que fue lo que motivó que Broadwell le enviara los indignados mensajes. Jill tiene tres hijos pequeños con su esposo, el doctor Scott Kelley, quien dirige el Departamento de Oncología y Cirugía del Esófago en H. Lee Moffit Institute en Tampa, Florida, y ha hecho contribuciones valiosas a la medicina. Jill Kelley proviene de una familia libanesa que emigró a Filadelfia en los años setenta del siglo pasado. Como respuesta de la familia a las versiones que circulan en los medios de comunicación, la familia Kelley pidió respeto para su privacidad. Sin otros comentarios.

En tanto, dirigentes republicanos advirtieron que no descartan la posibilidad de emitir una citación judicial contra Petraeus para obligarlo a dar testimonio aunque ya no ocupe ningún cargo en la actual administración.  El propósito es claro, los derrotados republicanos quieren aprovechar el escándalo para tratar de paralizar las iniciativas de Barack Obama. Sin duda, el refrán tiene razón: “Jalan más dos… que una ayunta de bueyes”. Lástima, Obama no pudo festejar su merecido triunfo presidencial. El “héroe norteamericano” cayó por los suelos.