Demanda talento, responsabilidad, madurez, reflexión y cautela
Raúl Jiménez Vázquez
La abundante mercadotecnia de libros estadounidenses sobre management ha causado efectos realmente espectaculares en algunos sectores de nuestra sociedad; uno de ellos es el acuñamiento de cientos de frases que con frecuencia se espetan a las primeras de cambio, como aquéllas que dicen: “de las vacas sagradas se hacen las mejores hamburguesas” y “cueste lo que cueste, hay que romper paradigmas”. Con este último enunciado se pretende resaltar la necesidad de actuar con valentía y audacia, sin prejuicios y sin complejos, a fin de cuestionar y derrumbar lo establecido.
Sin embargo, la ruptura de paradigmas implica mucho más que una actitud envalentonada, voluntarista y anclada a la psicología del pensamiento mágico. Para entender esta cuestión es preciso acudir al libro La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn, quien abordó la extraordinaria complejidad del mecanismo del progreso científico a partir del concepto de paradigma, entendiendo por éste el conjunto de leyes, teorías, instrumentos y procedimientos admitidos y utilizados por una comunidad científica, los cuales permiten resolver un universo de problemas.
Ahí, Kuhn advierte que el abandono de un cierto paradigma no puede ser hecho a la ligera; por un lado, presupone el conocimiento profundo de sus orígenes, componentes, interacciones, medios de articulación con la realidad y pruebas irrefutables de su obsolescencia; y por el otro, también implica la construcción del paradigma sustituto y la recolección de un número importante de evidencias empíricas que demuestren su efectividad, su poder transformador y su capacidad para resolver tanto los viejos como los nuevos problemas.
La industria petrolera nacionalizada es sin duda alguna un genuino paradigma en cuyo derredor orbitan instituciones político-constitucionales de primera magnitud como la soberanía nacional, el proyecto de nación, la rectoría del Estado, las áreas estratégicas y la planeación democrática; así como la memoria e identidad histórica, la seguridad energética, la seguridad nacional, las finanzas públicas, el mercado interno y el desarrollo económico.
Su basamento y núcleo germinal está estrechamente vinculado con la naturaleza misma de los hidrocarburos; éstos no son mercancías o commodities sujetas a las leyes de oferta y demanda, sino recursos naturales de carácter estratégico que deben ser utilizados en beneficio de las presentes y futuras generaciones de mexicanos, no para ensanchar los márgenes de la seguridad energética de otros países. Son bienes de la nación y así se explica el por qué se le atribuyen la propiedad originaria, el dominio directo y el derecho a su explotación integral.
No se trata de aferrarse compulsivamente al paradigma surgido con la epopeya del 18 de marzo de 1938, empero, es lícito preguntarse ¿en qué consiste el nuevo paradigma? ¿Cuáles son sus principios fundacionales? ¿Cuál es su visión acerca del proyecto de nación, el interés nacional, el Estado, el sector público, las áreas estratégicas, las finanzas públicas, la seguridad energética y el desarrollo nacional, integral y sustentable? ¿Qué sucederá con los derechos de la nación? ¿La renta petrolera será compartida con los inversionistas privados? ¿Se pondrá a su disposición un mercado interno de petrolíferos cuyo valor asciende a decenas de miles de millones de dólares? ¿Con qué se suplirán las aportaciones de Pemex al presupuesto de egresos? ¿A cambio de qué se estaría dispuesto a ceder esta conquista histórica del pueblo de México?
En el curso de este proceso de discernimiento es obligado dar cuenta de dos textos sin lugar a dudas memorables. El primero de ellos es el vigoroso mensaje emitido el 17 de noviembre de 1957 por el entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, Adolfo López Mateos: “En el petróleo nacionalizado ni un paso atrás. Es conquista de la Revolución orientada hacia nuestra independencia económica; nuestra riqueza petrolera es parte del patrimonio nacional, y no puede tocarse sino para bien de México” .
El segundo es el discurso pronunciado el 18 de marzo de 1970 por el ideólogo Jesús Reyes Heroles, en su carácter de director de Pemex, quien al aludir a la cancelación de los contratos de riesgo dijo lo siguiente: “Ningún disimulo, ninguna simulación jurídica, ninguna interpretación dudosa de la ley, sino su cumplimiento claro y cabal, que siente las bases para que la política petrolera de México tenga un futuro siempre a la altura de las luchas que el pueblo de México llevó a cabo al consumarse la expropiación petrolera”.
La ruptura de un paradigma demanda enormes dosis de talento, responsabilidad, madurez, reflexión y cautela. El cambio paradigmático jamás debe ser un catastrófico salto al vacío.
