Carlos Guevara Meza

Por extraño que parezca hay una racionalidad, terrible por cierto, detrás de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza. Se trata de evitar a toda costa que el actual estado de cosas cambie, a cualquier precio. De otro modo no se explica una ofensiva de esta magnitud. Las milicias palestinas siempre lanzan cohetes (de efectividad prácticamente nula) del lado israelí, e Israel responde. Tal vez en las últimas semanas se había incrementado la actividad, pero un alto al fuego estaba negociándose y a punto de llegar a un acuerdo cuando la aviación israelí asesina al líder militar de Hamas, y ambos bandos recrudecen sus ataques que, al momento de escribir estas líneas, habían causado 90 palestinos muertos (entre ellos 8 niños) y tres israelíes. La mayoría de la bajas son civiles. Tan sólo el domingo 18 de noviembre, 30 palestinos murieron en los bombardeos continuos que incluyeron ataques al Centro de Prensa en la Franja, declarado objetivo militar pues Israel no reconoce a la agencia de noticias de Hamas como medio periodístico sino como parte de la infraestructura militar de la organización islamista (el problema es que en el mismo lugar se encuentran delegaciones de medios de otros países árabes y europeos). Israel, además, moviliza a sus reservistas para una posible ofensiva por tierra, que se añade al gigantesco bombardeo aéreo y naval sobre la Franja.

¿Por qué una escalada de este tamaño? Dos datos no han pasado desapercibidos: el primero es la convocatoria a elecciones en Israel, previstas para enero. El premier israelí Netanyahu se muestra como el hombre al que “no le tiembla la mano”  cuando se trata de defender a su país (y ya cosecha frutos desde ahora, pues una encuesta del diario Haaretz, de tendencia distinta al partido gobernante, arroja un apoyo del 84 por ciento). Lo mismo pasó en 2008 cuando la operación “Plomo fundido” asesinó a mil 400 palestinos. El segundo es que el 29 de noviembre se discutirá en la ONU si se otorga el reconocimiento al Estado Palestino propuesto por el presidente Mahmoud Abbas, a lo que Israel se opone terminantemente. La ofensiva puede retrasar la discusión, pues el organismo se verá en la necesidad de debatir la nueva urgencia. E incluso puede pasar que no se logre el reconocimiento pues algunos países votarán en contra, hasta de buena fe, pensando en que ello traerá consecuencias negativas para los civiles (dado que Israel no teme llegar a la violencia), y otros lo harán bajo el temor de que el nuevo Estado quede en manos de Hamas, organización clasificada como terrorista, y no en la Autoridad Nacional encabezada por Abbas, pues la guerra debilita a éste (que aparece como hombre de paja, cuya estrategia no funciona al no lograr sus objetivos de obtener la independencia y alcanzar la paz), mientras Hamas, paradójicamente, se fortalece a pesar de los ataques israelíes, dado que aparece como el líder de la resistencia y canaliza y capitaliza el rencor que Israel causa con sus acciones.

Así las cosas, la “salida por la tangente” propuesta por Abbas se debilita junto con él (dejando más espacio para que Israel siga conquistando terreno en Cisjordania), Netanyahu gana las elecciones, Hamas se fortalece en Gaza y quizá en Cisjordania, la paz se aleja de nuevo y la situación de un enfrentamiento permanente en el que nadie hace concesiones y los halcones de ambos lados mantienen su liderazgo, se perpetúa. Al fin que los que mueren son civiles. Terrible, por cierto.