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Durante varios meses, los capitalinos vimos con sorpresa que una esquina del Bosque de Chapultepec, totalmente olvidada por las autoridades, sucia y polvorienta, de pronto se convertía en un parque de primer mundo con luminarias, caminos adoquinados, bancas aceradas, jardineras y ciclopista.

Se dijo, en un principio que se trataba del Parque de la amistad entre México y Azerbaiyán. Un país lejano, prácticamente desconocido para la mayoría de los mexicanos,  lo que añadía misterio al asunto.

En la última etapa de la construcción se colocó la estatua del expresidente de ese país Heydar Aliyev, quien recibe, en la placa ahí colocada, el trato de un héroe libertador.

Hoy sabemos que ese parque costó algo así como 65 millones de pesos y que fue construido con dinero de la República de Azerbaiyán. También sabemos —por algunos académicos— que, para muchos, Aliyev fue un dictador, represor de los derechos humanos, agente del KGB y funcionario del gobierno comunista de la URSS.

El escándalo —ya de carácter internacional— provocó que una comisión vecinal comenzara a analizar si el monumento debe permanecer, si debe ser colocado en otro lugar —y no en Reforma— o si debe ser definitivamente retirado.

La polémica se ha centrado, hasta este momento, en la negra biografía del personaje, pero nadie se ha preguntado por qué el gobierno del Distrito Federal, encabezado por un partido de izquierda, supuestamente defensor de la democracia, de los derechos humanos y los valores universales, no dudó en dedicar una de las esquinas más importantes de la metrópoli a un personaje que nada tiene que ver con Mahatma Gandhi o con Martin Luther King.

El trasfondo de la imperial escultura, donde aparece sentado —como si se tratara de un César—, un personaje a quien se le atribuyen golpes de Estado, es de carácter eminentemente económico.

Después de la caída de la URSS y de haberse independizado de Rusia, la República de Azerbaiyán está en vías de convertirse en una pujante potencia económica, localizada entre Asia Occidental y Europa Oriental. Limita al norte con Rusia, al sur con Irán, con un litoral de 800 kilómetros en el Mar Caspio.

Se trata de una nación rica en petróleo, gas, oro, plata, hierro, cobre y titanio. Produce 1.4 millones de barriles de crudo al día, y ahí están presentes las principales compañías petroleras internacionales extrayendo el oro negro del fondo del mar.

Un dato importante es que los aviones norteamericanos se abastecían ahí de combustible durante al guerra contra Afganistán e Irak. Washington la ha convertido en una nación aliada tanto por su posición geográfica estratégica como por sus reservas probadas y a pesar de no cumplir con los requisitos de una democracia.

Hay datos concretos que demuestran la prosperidad de Azerbaiyán. En 2006 comenzó a operar un oleoducto que mide mil 774 kilómetros y que va de Bakú, la capital, a Turquía. Está diseñado para transportar más de 50 millones de toneladas de petróleo al año.

Para decirlo pronto: más que cualidades de carácter humano, político o social, lo que vio la administración de Marcelo Ebrard en el expresidente azerí, fue la posibilidad de estrechar lazos con un país impresionantemente rico que se encuentra en expansión.

En medio de la polémica que despertó ese monumento, el líder de la oposición en esa república euroasiática, dijo que “para colocar una estatua del fallecido dictador necesariamente tuvo que haber corrupción”.

Y dijo algo más: que el gobierno de Azerbaiyán está tratando de limpiar su imagen en el mundo. Todo indica que ese país no sólo busca convertirse en una potencia económica, sino tener influencia política internacional. Más que un vínculo México-Azerbaiyán, debe hablarse en este momento de una relación entre el gobierno de Azerbaiyán y un futuro candidato a la Presidencia de la República como es Ebrard.

El monumento a Aliyev y la construcción de la Estela de Luz, también colocada en avenida Reforma y oscurecida por la corrupción que generó su construcción, deben servir para introducir en la ley de monumentos, cuando menos,  dos apartados: uno, el de transparencia. Que se sustenten públicamente los motivos y los costos de cada proyecto. Y otro, que prohíba a los jefes de gobierno, gobernadores o presidentes de la república mandar erigir estatuas, obeliscos o efigies de origen cuestionable o destinadas a obtener algún beneficio político personal electoral.

El Parque de la Amistad entre México y Azerbaiyán debe permanecer como un vínculo limpio entre sus pueblos. Con flores y caminos, pero sin falsos redentores.

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Escucha el comentario de esta semana de Beatriz Pagés  en los Tiempos de la Radio Aqui