Carlos Guevara Meza

A mediados de septiembre violentas manifestaciones se realizaron en el mundo árabe, supuestamente a raíz de la difusión de un video difamatorio contra el Profeta Mahoma. Más de una decena de personas murieron a causa de los motines, entre ellos el embajador estadounidense en Libia. Posteriormente, un semanario francés publicó caricaturas del Profeta lo que condujo a nuevas manifestaciones esta vez duramente reprimidas por los gobiernos.

El asunto fue tratado en Occidente como una cuestión de libertad de expresión. Y la opinión pública se volcó en su defensa irrestricta. Si bien se introdujeron en el debate temas como la responsabilidad periodística, en el sentido de por qué publicar algo a sabiendas de que podría poner vidas en peligro, la conclusión fue que la libertad de expresión está por encima de cualquier idiosincrasia particular, y que corresponde a los grupos que se dicen ofendidos la responsabilidad por los actos de violencia en que incurrieron al defender su particular concepción del mundo. Los gobiernos de los países donde se realizaron las protestas están en la obligación de impedir que las cosas lleguen a extremos como estos, no como una negación del derecho a la expresión de esos grupos, sino como una represión legítima de los que rompen la paz social.

En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Barack Obama se refirió (entre otras cosas) al hecho más o menos en estos términos. Exigió a todos los líderes del mundo “hablar alto y claro” contra la violencia y el extremismo, deslindó a la mayoría del pueblo norteamericano de la posición expresada en el video referido al que calificó de “despreciable”, y demandó a los dirigentes musulmanes garantizar el respeto a otras religiones. Por supuesto, tienen razón los que así piensan: la libertad de expresión debe sostenerse.

Pero en el contexto el argumento parece demasiado abstracto. No es sólo la cuestión, por ejemplo, de que la administración de Obama mantiene su persecución contra el portal Wikileaks y su fundador Julian Assange, y que mantiene preso sin juicio al soldado norteamericano Bradley Manning (que le pasó información a Assange). O los cientos de periodistas asesinados o perseguidos cada año por informar y ser críticos de sus propios gobiernos. En Occidente mismo hay límites legales a la libertad de expresión, por ejemplo la prohibición en países europeos de hacer propaganda nazi, pues incita a crímenes de odio (o es un crimen de odio en sí mismo) en contra de personas por su religión o su raza. Y habría que al menos preguntarse si detrás de ciertas burlas occidentales al Islam no hay un racismo soterrado que ya ha mostrado más de una vez su extremismo y su violencia. El crecimiento de partidos y organizaciones de extrema derecha explícitamente racistas es un dato a tomar en cuenta en este debate en concreto, así como el aumento de controles de seguridad en lugares públicos que apuntan directamente a personas por sus rasgos étnicos.

El filósofo norteamericano Richard Rorty ha dicho que no son las ideas las que deben respetarse, sino las personas. A las ideas no les duele un golpe, ni se desangran o asfixian, ni entran en duelo cuando muere un ser querido. Las personas sí. Lo que debe defenderse es la vida y no parece que el mundo lo tenga claro aún.