Los ciudadanos decidieron devolverle el poder al PRI
Para gobernar a los mexicanos
no basta con sentarse en la silla presidencial.
Porfirio Díaz
José Fonseca
Nadie debe sorprenderse, menos el presidente Enrique Peña Nieto, por las malquerencias despertadas por su triunfo y su toma de posesión.
Ha creado un conflicto existencial, disimulado por supuesta vocación democrática de algunos adversarios declarados y otros no tan declarados.
Desde la campaña electoral hubo empeñosos afanes por exacerbar la leyenda negra de los años del PRI en el poder durante todos los siglos pasados. Quienes no vivieron ese tiempo han decidido creerse todo lo que les dicen.
Hubo algún priista que dijo que el origen de su partido fue antidemocrático, en automática repetición de las consignas del antipriismo.
El PRI, es cierto, nació del poder. A la mayoría de los mexicanos de aquel 1929, exhaustos luego de diez años de revolución, de asonadas y la guerra cristera, lo único que les importaba era vivir en paz.
Al sembrar la semilla de la institucionalizad, Plutarco Elías Calles sembró la semilla de la pacificación.
Los conflictos políticos dejaron de dirimirse por la vía de las armas. Se empezaron a resolver con el diálogo, la negociación y el gradual establecimiento de un sistema al cual sólo derrotó el natural desgaste y la evolución de la sociedad, luego de setenta años.
A Enrique Peña Nieto no le perdonan que haya tenido la capacidad política para abrirle al PRI, otra vez, la puerta de Los Pinos.
Para justificarse, algunos han escrito que el sistema electoral mexicano es imperfecto. Sí, por supuesto que lo es, pero con todas sus fallas es más equitativo que otros de naciones desarrolladas.
Desde 1997, los mexicanos elegimos en elecciones libres, crecientemente equitativas, a quienes queremos como gobernantes.
Así se dio la alternancia de 2000, tan celebrada por el antipriismo. Pero, lo dijo Thomas Jefferson, el humor de los ciudadanos es cambiante. En elecciones libres y limpias decidieron devolverle el poder al PRI.
En el PAN eso ha provocado desconcierto. En las izquierdas ha provocado la división entre los moderados que entienden que el mensaje del 1 de julio de 2012 fue claro: la mayoría está harta de riñas políticas. Se enterca un sector en el cual militan muchos que, como dijera Teodoro Petkoff, llevan el luto en el alma, los consume el rencor de la derrota. Y otros, envenenados por su bilis inagotable, quieren que todos nos envenenemos.
El reto para el presidente Enrique Peña Nieto será lidiar con todos, con los aliados, con los adversarios, con los rencorosos y con los biliosos. De eso se trata de gobernar.
Ojalá y no pierda de vista que al final del día —o del sexenio— es la suerte de la mayoría silenciosa, la que no rezonga, sí, pero no vocifera. La mayoría silenciosa que a diario batalla por vivir un poco mejor.
Esa es la tarea de un gobierno: ayudarlos a vivir un poco mejor. Dejar las cosas mejor de como las encontraron, bajo la premisa de que gobernar no hace inmensamente popular a nadie, menos gobernar bien.
Parece fácil. No lo es. Recordemos lo dicho por el general Porfirio Díaz: “Es más difícil gobernar a los mexicanos que arrear guajolotes a caballo”.
jfonseca@cafepolitico.com
