Un mundo para Julius me maravilló y me sed
Guadalupe Loaeza
Hace muchos años, gracias a Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, comencé a escribir. Llevé uno de mis cuentos a un taller literario en la Casa del Lago en Chapultepec. Luego de leer mi texto, el profesor me dijo: “La felicito mucho, es un cuento muy bueno. Se ve que tiene mucho la influencia de Bryce Echenique, sobre todo en la mirada crítica hacia la alta sociedad”. “¿De quién?”. “De Alfredo Bryce Echenique, el novelista peruano, autor de Un mundo para Julius”.
No tenía la menor idea de su existencia, pero apenas tuve en mis manos esta increíble novela, me sentí maravillada, seducida, por la vida de Julius, un niño que nació en la élite política de Perú.
Desde entonces, vuelvo constantemente a las páginas de este libro, porque su prosa es refrescante, ligera, ágil, divertida, entretenida, tierna y sumamente seductora.
Así que luego de que el jurado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara resolviera otorgar el Premio FIL a este maravilloso escritor nacido en Perú en 1939, no pudimos menos que celebrar su obra más importante.
El jurado explicó las razones que lo llevaron a premiar al gran narrador de la clase alta de Lima: “Este gran cronista de la vida y las búsquedas literarias y políticas de los latinoamericanos de su generación explora temas que rozan la enfermedad, la felicidad, el amor y la tristeza, y se mueve con igual eficacia por el cuento y la novela”.
Hay que decir que Julius, el protagonista de esta novela publicada en 1970, es casi idéntico a Bryce Echenique. Dice el crítico Julio Ortega que este autor pone en entredicho la distinción entre géneros como la biografía, la autobiografía, las memorias y los diarios.
Julius es la vida de Bryce Echenique, pero también sus olvidos y sus recuerdos, sus propias fabulaciones y sus exageraciones. Al igual que su personaje, Bryce nació en la alta oligarquía peruana, esa oligarquía nostálgica de la aristocracia, de los reyes, de los modales más exquisitos y de las grandes genealogías.
Este novelista es hijo de uno de los banqueros más prominentes de su país, Francisco Bryce Arróspide, y su bisabuelo, José Rufino Echenique, fue presidente de Perú en 1851. De ahí que todo en la casa de Julius sea al mismo tiempo ostentoso y desvencijado.
En la casa de Julius, había una antigua carroza que perteneció a su abuelo, el presidente, una carroza que le fascinaba a Julius, quien se subía a ella y desde ahí “disparaba” a la servidumbre. Cada que este niño tan imaginativo acertaba uno de sus disparos, los sirvientes fingían caer muertos.
No obstante, Julius fue educado para que no se acercara ni a lo sucio ni a la servidumbre, de ahí que en la novela se diga: “La carroza y la sección servidumbre ejercieron siempre una extraña fascinación sobre Julius, la fascinación de no lo toques, amor; por ahí no se va, darling”.
Lo más entrañable de este niño tierno, sensible e inteligente es que no le hace caso a Susan, su madre. Lo que más le gusta es lo que más le horrorizaría a Susan. “No hables con la cocinera, ni con el chofer, ni con el jardinero”.
Sin embargo, lo que más le gusta es platicar con la servidumbre cuando le sirven de cenar. Julius es un niño preguntón, le gusta enterarse de todos los secretos. De ahí que pueda retratar todo un periodo de la vida de Perú, porque no nada más habla de su familia, sino que también llega a comprender a la clase más pobre. Cuando tenía sólo año y medio, su padre murió de cáncer, por lo que años más tarde su madre se casa con Juan Lucas, un joven millonario, déspota, clasista, jugador de golf, pero, sobre todo, representante de la nueva burguesía peruana.
Un aspecto central en la vida de Julius es su nana Vilma, con la que tiene una relación muy especial: ella lo baña, platican mucho y están todo el día juntos. Esta joven, muy bonita, lo lleva todas las mañanas a saludar a Susan. Vilma es tan guapa que despierta los instintos de Santiago, el hermano mayor de Julius. Un día en que quiere subir a su cuarto por su libro de Tom Sawyer, se lo impiden, y Julius va a la cocina a avisarle a Selvática, la cocinera.
“El niño Santiago era terrible y no había más remedio que avisarle a los señores”. Gracias a que Julius no comprende que su hermano intentó violar a su nana, a que todo lo ve con unos ojos llenos de inocencia y que no cuenta las cosas para juzgarlas, nosotros podemos saber qué ocurre realmente, podemos entrar a las conversaciones más íntimas. Sabemos qué dice a su esposa Juan Lucas cuando se entera: “Escucha, Susan: el chico está saliendo con muchachas; es natural que quiera desahogarse… En Lima, a su edad, no es fácil, ¿sabes? La chola es guapa y ahí tienes… así es”.
Esta joven, que es como la compañera de la infancia, renuncia luego de este abuso. Es como si lo hubieran terminado de abandonar, como si se diera cuenta de que su vida es como una jaula de oro, enorme, llena de lujos, pero una jaula que no logra esconderle esos aspectos tan crueles de la vida.
Por último, leamos las palabras del jurado Calin Mihailescu: “Yo leí Un mundo para Julius cuando tenía 15 años y me pareció proporcional a The Catcher in the Rye, de Salinger. Todo lo demás que he leído de Bryce queda bajo la sombra de esta maravillosa novela. Para mí es uno de los nombres fundamentales para la literatura latinoamericana”.
Por mi parte, les recomiendo que no dejen pasar la oportunidad de conocer a Julius, uno de los niños más entrañables de la literatura.
Plagiario o no, le agradezco de todo corazón al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique por su espléndida influencia.