Carlos Guevara Meza
El conflicto palestino-israelí pasa por mal momento y desde hace tiempo. Si bien no se ha llegado al punto de acciones militares como ha sucedido en el pasado, las negociaciones llevan años estancadas por completo y no se ve para cuándo podría el problema empezar a resolverse. Y el tema, aunque ocultado por las profundas conmociones políticas del último año en el mundo árabe, sigue estando como una piedra en el zapato de la región.
Cuando la inauguración del periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el pasado septiembre, momento en que se acostumbra el desfile de mandatarios para dirigirse al organismo, el desencuentro quedó aún más de manifiesto. Fue un diálogo de sordos. El presidente palestino Mahmoud Abbas, cuestionó fuertemente a Israel por continuar su política de apoyo a los asentamientos ilegales en los territorios ocupados, lo que va generando sobre el terreno una situación que hace cada vez más inviable la solución de los dos estados. A decir de Abbas (y no sólo él, pues el asunto ha sido reconocido por cuanta agencia internacional tiene que ver con el conflicto), Israel busca generar un estado de cosas tal que sea completamente imposible devolver los territorios ocupados al futuro Estado palestino, lo que lo dejaría con un terreno menor al reconocido por la comunidad internacional y además dividido en diferentes regiones desconectadas entre sí. Así las cosas, el futuro Estado Palestino no tendría sustentabilidad y se vería en una situación de perpetua dependencia de Israel. Esta política, además, mina la legitimidad interna del gobierno palestino, que aparece ante los ojos de su propio pueblo como ineficiente al no conseguir hacer avanzar el proceso, sembrando dudas acerca de la estrategia general de comprometerse a la negociación. En este contexto, Abbas anunció su intención de conseguir el reconocimiento como Estado observador no miembro de la ONU (igual que el Estado Vaticano), estatuto que puede conceder la Asamblea General sin pasar por el Consejo de Seguridad (donde de seguro se enfrentaría al veto norteamericano). Ya antes los palestinos habían intentado lograr su reconocimiento de pleno derecho como Estado miembro de la ONU, pero la oposición férrea de Estados Unidos impidió que consiguieran los votos suficientes en el Consejo de Seguridad, por lo que los norteamericanos no tuvieron que recurrir a su veto, aunque habían anunciado que lo harían de ser necesario. La UNESCO sí reconoció a Palestina y la primera consecuencia fue que Estados Unidos dejó de hacer sus contribuciones económicas al organismo dependiente de la ONU, que representan un quinto de su presupuesto total.
Minutos después de terminada la intervención de Abbas, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu tomó la palabra y se limitó a decir en respuesta que el conflicto no se solucionará “con discursos difamatorios ante la ONU, ni con declaraciones unilaterales”. Acto seguido dedicó todo su discurso a convencer al mundo del peligro que representa Irán.
Por lo pronto, las negociaciones directas siguen estancadas y Palestina sigue en su campaña para su reconocimiento. Y Estados Unidos sin duda hará también una intensa campaña fuera de los foros públicos para que esto no suceda, con el argumento de que no hay solución que no pase por acuerdos bilaterales explícitos en negociaciones directas, que sin embargo, no ha logrado concretar.